"He traído el dinero; ven solo"
Un empresario hace de cebo para desarticular una banda de estafadores de origen serbio
Un hombre con un maletín entra en una cafetería. Pide una tila. Tras varios minutos de espera, hace una llamada: "Alberto, estoy aquí. Tengo el dinero, pero ven solo que estoy muy nervioso".
Su interlocutor llega poco tiempo más tarde. Se sientan a una mesa. Una clienta se sobresalta al oír que uno de ellos habla de "millones de euros". El segundo hombre, también trajeado, muy moreno y con acento extranjero, vuelve a salir y entra con otro maletín. "Vamos a firmar los papeles al coche", dice. "No, no, lo hacemos todo aquí", le responde el primero. Tras un forcejeo, el extranjero huye con el maletín que traía el otro hombre. Una pareja que estaba en la barra corre hacia la puerta. En la calle, un coche huye y la policía detiene a dos hombres y una mujer que esperaban fuera.
A la víctima le habían ofrecido 700.000 dólares en efectivo a cambio de 280.000 euros
Los timadores intentaron huir con el maletín del empresario sin entregarle el suyo
10 policías secretas se camuflaron como clientes del bar donde iba a hacerse el trueque
Los clientes que ayer al mediodía tomaban un aperitivo en la cafetería Stars, en el madrileño paseo de La Habana, asistieron involuntariamente a una escena que nada tiene que envidiar a las que protagonizaron Paul Newman y Robert Redford en El golpe. Allí se dieron cita un delincuente de origen serbio, un empresario al que intentaban estafar 280.000 euros y una pareja de policías. Fuera del local, cuatro compinches del estafador y una decena de agentes que esperaban para capturar a la banda.
El empresario L. V. no es nuevo en estas lides: hace un año y medio ya le habían intentado practicar el mismo timo. En ambas ocasiones, al sospechar que el trato que le ofrecían era demasiado ventajoso, se puso en contacto con la policía y accedió a actuar como gancho. ¿La razón por la que este hombre se arriesgó dos veces a enfrentarse con unos delincuentes? "Porque es mi deber de ciudadano y estos mafiosos pretendían robarme". La primera banda fue desarticulada en diciembre de 2004 en Barcelona; la segunda, ayer.
El sistema con el que los serbios intentaban estafarle es muy sencillo. Y siempre se repite. Un comprador extranjero se pone en contacto con un empresario que vende pisos de lujo. En este caso, el precio del inmueble ascendía a 1.260.000 euros, de los que 260.000 se pagarían en dinero negro y en dólares. Una vez acordada la operación, los compradores pidieron a L. V. un favor: ya que él tiene acceso a grandes cantidades de dinero, ¿podría cambiarles 700.000 dólares [586.000 euros] en euros para otra operación en la que el cliente no acepta moneda extranjera? A cambio, por supuesto, le ofrecerían una bonificación que rondaría el 11%. En resumen, el empresario acudiría a la cita con 280.000 euros y Alfredo Grimaldi, el elegante comprador italiano -en realidad es de origen serbio-, llevaría un maletín con 700.000 dólares para la parte del piso que abonaría en dinero negro. La cantidad restante cubriría el cambio de moneda más la bonificación. Una vez allí, los delincuentes arrebatarían a L. V. el maletín con los 280.000 euros.
Así ocurrió ayer. El elegante ejecutivo cogió el dinero a L. V. y se abalanzó a la puerta, donde le esperaba un Fiat Bravo. La sorpresa se la llevaron los mafiosos cuando, una vez que abrieron el maletín en el coche, comprobaron que el dinero era falso. La unidad contra el crimen organizado de la policía le había entregado a L. V. esa misma mañana los billetes de juguete.
Mientras en el paseo de La Habana, varios coches de policía perseguían el automóvil en el que iban los dos timadores, otros agentes detenían pistola en mano a tres integrantes de la banda. La persecución duró poco. A la altura del Ministerio de Defensa, consiguieron parar al Fiat Bravo y arrestaron a sus dos ocupantes.
El sexto caería poco después en el hotel donde se alojaba. Decenas de curiosos observaban expectantes la actuación de los policías que metían en un BMW a los dos hombres y la mujer implicados. Mientras, los trabajadores de la cafetería Stars mostraban su perplejidad por lo sucedido. "¿Tú también estabas metido en el ajo?", preguntó el camarero a un cliente que estaba en el local.
La policía pudo localizar al último detenido gracias a que el pasado miércoles, fecha en la que estaba previsto cerrar la operación, pidieron a L. V. que pusiera cualquier excusa para citarse una vez más con el estafador que se hacía llamar Grimaldi. L. V. le dijo que había que posponer la operación al jueves.
Cuando los dos hombres se separaron, la policía siguió al malhechor, con lo que se pudo identificar a los componentes de la banda y averiguar dónde se hospedaban.
Además de acusarles de estafa (delito que se castiga con una pena de seis meses a tres años), sobre los componentes de la banda penden las acusaciones de falsificación de documento público (de tres a seis años) por llevar pasaportes falsos y de robo con violencia (de dos a cinco años).
La operación de diciembre de 2004 en la que L. V. también había colaborado se saldó con la detención de cuatro personas. En ese caso, la cita con los estafadores se produjo en el hotel Arts de Barcelona, pero éstos pidieron al empresario que cambiara el lugar de la operación.
El encuentro fue finalmente en el céntrico hotel Majestic, donde fueron detenidos. En el proceso que un juzgado de Barcelona instruye sobre este caso, L. V. aparece como testigo protegido.
La operación de ayer terminó cuando la policía llevó a su gancho a la comisaría de Canillejas. L. V. aseguró que no podía quedarse allí mucho tiempo: a las cuatro de la tarde tenía que asistir a una obra escolar en la que participaban sus hijos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.