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Necrológica:EN RECUERDO DE FÉLIX BAYÓN
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Un periodista

Juan Cruz

Hay un artículo, seguramente anónimo, en el que Félix Bayón contaba cómo se había vivido en EL PAÍS el atentado que el 30 de octubre de 1978 había acabado con la vida de Andrés Fraguas, trabajador del periódico, y había dejado malheridos a dos compañeros suyos, Juan Antonio Sampedro y Carlos Barranco.

Con la velocidad con la que él deglutía los datos para convertirlos en sensaciones, Félix Bayón resumió la situación moral en la que aquel ataque nos había dejado a todos relatando simplemente cómo se había escuchado la terrible explosión en las distintas plantas del edificio de Miguel Yuste.

Como quería José Hierro que fueran las noticias hondas y urgentes, en aquella crónica tremenda no había "vuelo en el verso", sino sólo hueso de veras, se transparentaba allí el periodista que ya era el compañero que acaba de morir viendo cine en Marbella.

La penúltima vez que le vi, en marzo de 2004, cuando acababa de padecer Madrid la matanza del 11-M, estábamos en su casa frente al mar, junto al estudio desde el que escribía sus columnas y desde el que hablaba por la radio, y un aviso urgente nos puso ante el televisor: en Leganés se estaban inmolando los suicidas islamistas que habían querido prolongar por allí la mancha de los atentados que seguramente habían ayudado a perpetrar.

Él, Félix, se paseó por la estancia, como un león en medio de una selva que se conoce muy bien, y en cuatro o cinco pinceladas dibujó también el origen del mal así como la sensación que éste deja en quienes lo padecen.

Era un periodista de una naturaleza antigua, cimentada en los datos y en los hechos; le aburría soberanamente la redacción, y estaba siempre dando brincos por el mundo; fue enviado, en uno de esos brincos, a ver qué pasaba después de muerto un Papa, Pablo VI, y se encontró inmediatamente después en medio del fallecimiento del siguiente, y eso lo contaba con la gracia andaluza que le siguió a todas partes, también a la patria de la dubitativa perestroika, Moscú, donde sustituyó a otro periodista que este periódico tiene en su corazón, Ismael López Muñoz.

De la naturaleza de los enviados especiales, o de los reporteros que se fijan en los ojos de la realidad para rebuscar en ella sus metáforas, desembocó en la literatura como para hacer que ella le ayudara a explicar con imaginación sus propias intuiciones; y ese libro suyo, De un mal golpe, caliente aún cuando él ha muerto, es un ejercicio de esa prestidigitación que son capaces de hacer los periodistas de raza cuando no se saben explicar sólo con datos lo que está ocurriendo.

La realidad de Marbella, que es la columna vertebral de esa novela, ha saltado en pedazos para mostrar que a veces la realidad quiere competir con la ficción, y no hay nada mejor que un buen periodista para saber transmitirla cuando todavía resulta increíble.

Félix tenía un gran sentido del humor; en la redacción, mientras estuvo con nosotros, su risa le precedía; no era de esos contertulios que sólo ríen lo que se les ocurre a ellos, y así fue haciendo, a base de escucharnos a los demás y de reír con generosidad nuestras ocurrencias, incontables amigos, en el mundo más cercano y en medio mundo.

Miraba para contar; sabía que en periodismo un sonido también vale más que mil palabras, y aquellos sonidos -más fuertes, más hoscos, más huecos, más sordos, más terribles- le dieron a él la pauta también para relatar el ánimo que nos dejó el peor momento de nuestras vidas aquel mes de octubre en EL PAÍS.

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