La herida abierta entre Israel y Siria
La recuperación de los altos del Golán ha sido el objetivo de la política exterior de Damasco desde hace décadas
Farhan Halawi acudirá hoy al balcón de los gritos para recabar noticias de sus familiares que quedaron bajo bandera de Israel cuando este país invadió la región siria del Golán en 1967. Desde que siete años más tarde la ONU estableció la zona de separación, el Día Nacional de Siria constituye una cita obligada con los ocupados, aunque sea a través de altavoces. Así se enteró Farhan de la muerte de su madre, de las bodas de sus primos, del nacimiento de sus sobrinos... "Si Dios quiere, EE UU cambiará un día su política y podremos abrazarnos todos", asegura. Con 88 años, es su última esperanza.
Por más que el Gobierno de Damasco reitere hoy, como cada año, su voluntad de recuperar la tierra ocupada del Yaulán (el nombre árabe del Golán), esta frontera se ha convertido en la más segura de Israel. Siria ha combatido a Israel en el vecino Líbano, donde tras su retirada el año pasado sigue contando con la ayuda de Hezbolá, y también apoya a los grupos palestinos contrarios a los acuerdos de Oslo, como Hamás y Yihad Islámica. Sin embargo, desde la guerra de 1973 no ha vuelto a cruzar la línea de alto el fuego. Los escasos soldados visibles del lado sirio de la zona desmilitarizada, ni siquiera llevan casco.
Siria recuperó entonces un tercio del Golán, incluida la ciudad de Quneitra, cuyos edificios se mantienen destruidos como "memoria de la barbarie", en palabras de Mohamed Jenefez, director de relaciones públicas de la provincia. "Egipto pactó con el régimen de Israel y liberó fuerzas israelíes del frente occidental y nos impidió recuperar nuestra tierra", lamenta Nawaf Qasem al Bashar dentro de la zona liberada. Este jubilado de 75 años se muestra no obstante convencido de que "el Golán volverá a Siria", el sueño de todos los sirios y el objetivo que explica las piruetas de la política exterior siria de las últimas décadas.
A raíz del alto el fuego de 1974, un millar de cascos azules de la Fuerza de Naciones Unidas para la Observación de la Separación (FNUOS) patrullan esa franja de 80 kilómetros de largo por hasta 10 de ancho en su parte central (aunque apenas uno en el sur), cuyo mandato se renueva cada seis meses. Sólo los residentes tienen acceso a la zona. El resto de los sirios, incluidos los más de 400.000 desplazados que ya suman quienes perdieron sus hogares en 1967 y sus descendientes, sólo pueden visitarla en fechas señaladas como hoy. Otros 60.000 habitantes del Golán viven en la zona liberada y 30.000 más en las tierras ocupadas.
El paso de Quneitra, el único abierto entre los enemigos, sólo es utilizado por la ONU y para casos humanitarios. Aun así, las autoridades sanitarias han estacionado allí a un funcionario para el control de la fiebre aviar. "Ayer pasó un camión de manzanas, pero hoy nada más que un par de vehículos de la ONU", señala el responsable del puesto.
"Son las mejores manzanas del mundo", asegura Abdul antes de emprender camino a Hadar, una localidad situada más al norte, desde donde se accede al balcón de los gritos. Se trata de un mirador situado a apenas un kilómetro en línea recta de la ciudad de Majdal Chams, una de las tres localidades sirias que permanecen ocupadas. La carretera transcurre por un paisaje idílico y bajo la atenta mirada de los puestos de observación israelíes desde las alturas por las que se ha venido a conocer esta región en todo el mundo, Altos del Golán.
Abdul, que no había regresado desde la guerra de 1967, aprovecha la visita de la periodista. La mención de las manzanas le ha transportado de repente a la casa de sus tías abuelas donde solía pasar los veranos de niño, a principio de los años sesenta.
"Allí, detrás de la loma sobre la que se extiende Majdal Chams, estaba Yibad el Seid, nuestro pueblo", recuerda. "Los alrededores estaban llenos de manzanos y perales, y a veces veíamos osos que venían a comer fruta", describe con los ojos húmedos. Pero delante de él no hay árboles, sino la alambrada que marca la línea de alto el fuego de 1974, un camino por el que las patrullas israelíes pasan a toda velocidad, y Majdal Chams, el trajín de algunas de cuyas calles se percibe sin necesidad de prismáticos.
Tan cerca y tan lejos. Hoy los altavoces aproximarán a las familias divididas, pero el sueño de Farhan de poder abrazar a los suyos tendrá que esperar.
Novias y manzanas
Las tres localidades sirias bajo ocupación israelí suman hoy 30.000 habitantes, la mayoría de ellos drusos (el resto, circasianos y alauíes). Aunque Israel trató de imponerles la nacionalidad, sus protestas le hicieron renunciar y les eximió del Ejército, lo que limita su libertad de movimientos. Imposible sobre todo el contacto con la familia y los amigos que quedaron en Siria.
Ha habido una excepción durante todos estos años, las novias. Desde el principio, ambos Gobiernos permitieron el paso de novias sirias para los jóvenes del Golán. "Son casos anecdóticos", admite Mohamed Jenefez, el encargado de relaciones públicas. Pocas mujeres están dispuestas a hacer un viaje que no tiene posibilidad de vuelta.
Aunque Israel no admite la entrada en el Golán de ningún hombre sirio, ha terminado aceptando que sus jóvenes acudan a la universidad a Damasco y desde 1998 permite que los peregrinos drusos crucen para visitar el santuario de Abel.
El año pasado se produjo un nuevo gesto. Siria abrió su frontera a la entrada de varios camiones cargados con manzanas del Golán, una medida que se está repitiendo este año. "No es una importación, sino una comercialización", se apresura a precisar Jenefez, que insiste en que la medida no tiene "ninguna dimensión política". Se trata de aliviar la situación económica de la comunidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.