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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tambaleante Chad

Idriss Deby, que como presidente golpista mantiene en un puño a Chad desde hace 16 años, vive sus horas más bajas con el ataque a Djamena, la capital, de fuerzas rebeldes apoyadas por Sudán; algo que el régimen de Jartum niega, pero que resulta evidente desde que en diciembre pasado un convoy de milicianos opuestos a Deby recorriera sin ningún impedimento 1.500 kilómetros de territorio sudanés antes de atacar en Chad. Esta vez, una de las columnas insurrectas ha llegado hasta la capital sin conseguir tomarla, protegida como está por tropas de Francia, la antigua metrópoli.

Chad es uno de los muchos países africanos que desde su independencia, en 1960, ha sido expoliado por una colección de déspotas, de la que Deby es el último exponente. Devorado por la corrupción, es uno de los más miserables del planeta, pese a su creciente producción petrolífera (que sirve para pagar armas) y sus escasos nueve millones de habitantes en un territorio semidesértico casi como tres Españas.

Deby asegura que las elecciones presidenciales previstas para el 3 de mayo, a las que concurrirá para mantenerse en el poder, se llevarán a cabo. Pero la sombra de Sudán, el enorme vecino oriental, se hace cada vez más perturbadora. El terrible conflicto de Darfur, cerca de medio millón de muertos y dos millones de desplazados, muchos de ellos hacia Chad, amenaza con apuntillar la precaria estabilidad de Yamena con una guerra entre un régimen árabe, el sudanés, y otro africano. Al final se trata de una reyerta más entre dictadores: el de Chad apoya a los rebeldes de Darfur contra Jartum, y Sudán por su parte deja el campo libre a uno de los muchos clanes que quieren echar a Deby.

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