Diálogo sobre la carretera
Como otros muchos españoles, me dirigía a tomarme unos días de descanso en Semana Santa. Al ir a coger el coche me llamaron por teléfono y preguntaron: ¿Va usted a morir esta Semana Santa en la carretera? Yo respondí: Señorita, me abrocho el cinturón al subirme al coche, no bebo ni fumo cuando conduzco, ni hablo por teléfono móvil, respeto los límites de velocidad y la distancia de seguridad, pago mis impuestos y mi seguro del automóvil, y de todo lo que le digo dan fe mis familiares y allegados. Y realmente, sí puedo morir en la carretera porque ni a mí, ni a ningún conductor nos enseñaron a conducir cuando obtuvimos el permiso. Puedo morir en la carretera porque me encuentro tramos de obra mal señalizados de noche y de día; porque, a veces, no veo marcas viales en el asfalto, sino que las supongo; porque cuando voy en autovía nadie me avisa de las retenciones; porque hay otros conductores que no respetan señales, distancias de seguridad, cambios de carril, etcétera, y lo hacen y repiten impunemente sin que la autoridad ejerza sus competencias. Puedo morir en la carretera porque el dinero de mis impuestos no se gasta en prevención de accidentes, sino en carísimos anuncios televisivos; porque ellos se esconden en los puntos conflictivos para hacer fotos que luego cobran caras, como en los parques de atracciones, en vez de advertirlos con su presencia.
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