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Columna
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Republicanismo

Llevo más de quince años escribiendo una columna semanal en este periódico, sobre temas madrileños de hoy, de ayer, de cualquier época, vividos por mi, escuchados, leídos en alguna parte. El interés por la actualidad apenas rebasa el ámbito municipal y solo la generosidad de la Dirección me ha permitido pequeñas incursiones por mi memoria, cuyo solo cualidad es ser muy larga, porque larga está siendo mi vida. En otros tiempos fui partidario de la polémica, época de regates intelectuales, de esgrima con aquella intrínseca aberración que se llamaba la censura previa. Estuve en esa línea lo más de mi existencia, y no como francotirador, tras barbacanas ajenas, sino como dueño de algunos semanarios donde se hacía lo que se podía, sin otros límites que la supervivencia de aquellos periódicos Así durante casi 35 años, que es un período bastante amplio. Me refiero a los desaparecidos Sábado Gráfico, El Cocodrilo, en cierto modo El Caso, tan identificados con el hecho indiscutible de la potestad gubernativa para barrerlos del mapa, con una simple anotación negativa en el Registro de Empresas Periodísticas.

Nada de revisiones, sino el mínimo conocimiento de una realidad: aquella España era el resultado de una situación previa que derivó sorprendentemente en guerra civil, en lugar de quedarse en pronunciamiento, que era lo nuestro. No entro en enjuiciar ese período. Escribí hace poco un libro donde mi estrujada memoria daba cuenta de lo vivido. Aprovechando la imparcialidad que me brindan estas páginas, salgo de la anécdota costumbrista y literaria por la sorpresa que me ha producido leer una inserción publicitaria que celebra el 75 aniversario de la República Española. Varios centenares de ciudadanos insignes, destacados la mayoría en alguna actividad, suscriben un texto que, aunque lo hayan leído, no se si ha sido bien comprendido.

Como explicación aneja, hace tres o cuatro años recordaba en esta columna mis experiencias de aquellos días de abril de 1931 y podía hacerlo ya que tenía 12 años, vivía con mis padres cerca de la Cibeles y la Puerta del Sol y me presenté, cuando se reanudaron las clases, en la mía, de 4º de Bachillerato, con una escarapela tricolor y un estentóreo ¡Viva la República!, que solo era mi revancha ante el profesor de Latín, que me había golpeado, en un par de ocasiones, las palmas de las manos con una regla.

No me cabe duda de que, por distintas razones, mucha gente deseaba el cambio de régimen. La más simple, porque la Monarquía aquella llevaba siglos gobernando el país y no lo estaba haciendo bien. España era una nación pobre, miserable, incluso. La mayoría de la gente iba con alpargatas, la educación elemental era empresa de algunos heroicos maestros de escuela; una minoría de ricos no parecía dispuesta a compartir su patrimonio con nadie, ni aquella ilusoria redistribución habría resuelto nada. Tampoco se pueden arrancar las páginas, en las hemerotecas, de los episodios de Casas Viejas, la Revolución de Octubre y otras cosillas La Primera Guerra Europea nos dejó en las cloacas, hasta donde llegó alguna resaca de riqueza. El nuevo régimen pudo hacer muy poco entre algaradas, estados de excepción y convocatorias anticipadas de elecciones. La República parecía una necesidad física y lo notable es que no hubiera llegado antes, pues entonces, como ahora, no había monárquicos organizados para defender al rey. Pero no despistemos a la gente: La Institución Libre de Enseñanza funcionaba desde años antes; la Residencia de Estudiantes era un idílico remanso para jóvenes de provincias cuyos padres podían pagar la alta cuota de aquella superpensión, en la que florecieron talentos, porque estaba muy bien planeada y dirigida: Como el Instituto Escuela y la mejor revolución de la Segunda Enseñanza, que fue la proliferación de los Institutos laicos. Esto en cuanto a la instrucción pública.

En Madrid -aunque no los frecuentara- había más teatros que ahora y más periódicos. La ancestral resignación se vio espoleada y se consideró posible el asalto a mejores posiciones sociales. La lectura de esa página de firmas -donde no creo que haya más arriba de media docena de mayor edad que yo- me ha suscitado una duda: ¿Por qué, si lo mejorcito del país realiza frenéticos ejercicios de nemotécnia histórica, no hay un partido republicano de implantación nacional, con posibilidades parlamentarias de influir en el futuro y restituirnos la ambrosía que perdimos un día de julio de 1936?. De volver a aquello, ni soñarlo, pero a lo mejor....

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