La corrida moderna
No es de extrañar que el prestigioso dramaturgo Salvador Távora haya inventado La corrida moderna, que estrenó el sábado en Espartinas con éxito de público y división de opiniones en la crítica. Ha imaginado Távora una corrida sin picadores y con el protagonismo de rejoneadores y recortadores, en un afán, se supone, de devolver la alegría a esta fiesta entristecida. Pero se equivoca al calificar el espectáculo como corrida cuando no es más que una variante acrobática de la misma, que nunca debe ni puede ser considerada como la evolución propia de la tauromaquia, y mucho menos por un buen aficionado como es el propio dramaturgo.
La verdadera corrida moderna se celebró ayer en Las Ventas, y encierra dos características fundamentales: la primera, la ausencia total de toro, y la segunda, el sopor y la impaciencia de la afición. Ésta es la corrida por la que han luchado los estamentos taurinos desde hace décadas. La corrida sin toro es un buen negocio -a ver quién encuentra un abono para la Feria de Abril o San Isidro-; la corrida sin toro es un brillante acto social, y la antesala de ese invento de Távora que nada tiene que ver con la indescriptible emoción que vivieron nuestros abuelos y que los pocos aficionados que quedan aún sueñan con revivir.
González / Puerto, Uceda, Cortés
Toros de Manolo González, bien presentados, absolutamente inválidos y descastados. Victor Puerto: dos pinchazos -aviso- y estocada (palmas); pinchazo y el toro se echa (silencio). Uceda Leal: estocada (palmas); pinchazo, media y seis descabellos (silencio). Antón Cortés: pinchazo, estocada que asoma y cuatro descabellos (silencio); tres pinchazos y media atravesada (silencio). Plaza de Las Ventas. 9 de abril. Media entrada.
Ayer hubo corrida en Las Ventas, pero no toros. Sería una ofensa al género bravo calificar como tales a los ejemplares que envió la familia González, animales enfermos, tullidos y amuermados, lastimosos y completamente inválidos.
Se cumplía así la primera condición de la corrida moderna. A continuación, se celebra el sucedáneo de la lidia en una intensa labor de cuidado y enfermería para que el animal llegue con vida al tercio final. Así, en una desvergonzada caricatura de tercios adulterados, el toro está muerto, en pie pero muerto, y confuso ante un hombre que le muestra un trapo rojo cuando lo que el animal desea es echarse para siempre en la arena. El público protesta, el presidente se hace el sordo y los aplaudidores, que son mayoría, festejan cualquier detalle de decadencia.
Y se acaba el espectáculo largo y soporífero; y la gente se olvida y piensa ya en el próximo San Isidro como el milagro que les redima de tanto aburrimiento.
Por cierto, la corrida moderna incluye a tres señores vestidos de luces que presumen de posturas pintureras y desplantes airosos, pero que ni torean ni matan. Así le ocurrió ayer a la terna anunciada. Víctor Puerto mostró muchos deseos de agradar, pero, sin sentido de la medida, se puso muy pesado y poco lucido. Decidido se mostró Uceda Leal, pero tampoco toreó, por culpa, fundamentalmente, de sus toros, a los que mató muy mal. E inadvertido pasó Antón Cortés, que mostró graves y preocupantes carencias. Por cierto, mención aparte merece el señor presidente, que, incomprensiblemente, no devolvió ningún toro al corral.
Que no se equivoque Salvador Távora. Ésta es la corrida moderna y no la de los recortadores y la música enlatada. Éste es el presagio del final de una fiesta que fue de toros bravos y toreros valientes. Después, vendrán los espectáculos acrobáticos, pero ésa es otra historia que nada tiene que ver con la tauromaquia.
Babelia
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