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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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La consigna del PSOE como izquierda radical

Joaquín Estefanía

PERDER LAS ELECCIONES generales pilló a los dirigentes de la derecha tan a contrapié que durante mucho tiempo actuaron como pollos sin cabeza. Para hacer oposición recurrieron a cualquier consigna, aunque fueran contradictorias unas con otras. Han reprendido a los socialistas como usurpadores, no reconociendo la legitimidad de sus reformas; los han acusado de estaticidas en el debate territorial, y de estatistas en el de la economía; dijeron que han traicionado a los muertos del terrorismo y que han ninguneado a sus víctimas. Ahora resulta que cuando ZP recuerda con gratitud la II República, ¡es él quien está revisando la historia!

Uno de los eslóganes que más se ha repetido -sobre todo, cuando la derecha ha salido a la calle- y que en la actualidad se ha puesto en el centro de la propaganda es que el PSOE es la "izquierda radical" que aplica políticas radicales. Tan sorprendente tesis ha encontrado acogida en el libro La ideología invisible. El pensamiento de la nueva izquierda radical, de Jesús Trillo Figueroa. Hermano del ministro de Defensa de Aznar, de 51 años y con 10 hijos, Trillo fue secretario general de la Fundación Cánovas del Castillo y ha sido patrono de la FAES; es decir, ha participado en los aparatos ideológicos orgánicos del PP, siguiendo su propia terminología.

En 1996 se inició la "segunda transición". Pocos meses después, FG era presidente de Argentaria; Villalonga, de Telefónica; Blesa, de Cajamadrid, y Norniella devenía en el prototipo de consejero independiente

Según el libro citado, la nueva izquierda radical es el PSOE; la ideología orgánica del socialismo actual en España "no es otra que la versión más radical del socialismo, unido al feminismo radical" (sic); y ZP es un optimista ideológico, "cuya finalidad es lograr la utopía del mundo feliz en la divinidad de la historia, que llegará a producirse mediante el inexorable progreso y la ayuda de la revolución". Qué miopía la de quienes no nos hemos dado cuenta de tal transubstanciación.

El PSOE de ZP es más radical que el de Felipe González, que, no obstante, también tuvo su tela. Sostiene Trillo, por ejemplo, que "no hay una sola ley de aquella época relativa a un sector de actividad económica que no lo declarara servicio público y de titularidad estatal, es decir, que no buscara la nacionalización de la actividad por parte del Estado". Ello sucedió con el gas, las telecomunicaciones, los transportes terrestres, las costas y la electricidad. "Al mismo tiempo, el postulado de la profundización democrática se interpretó como la extensión y el traslado de la mayoría socialista a todas las instituciones del Estado, e incluso de la sociedad". Si aquello hizo Felipe, qué no hará el radical ZP.

Menos mal que esa tendencia la cortó el PP en 1996, e inició lo que Aznar denominó "la segunda transición". En sólo unos meses ya se notaba que los moderados mandaban: sólo dos semanas después de formar Gobierno, el amigo de Rato, Francisco González, asumía la presidencia de Argentaria (desplazando a un radical, Francisco Luzón, que hoy trabaja con Botín); un mes más tarde, Juan Villalonga, compañero de pupitre de Aznar, se hacía cargo de Telefónica; Alfonso Cortina, de Repsol, y César Alierta llegaba a Tabacalera. En septiembre tocaba el turno a Miguel Blesa, compañero de Aznar como inspector de Hacienda, en Cajamadrid. Un hombre tan poco vinculado al PP, como Fernández Norniella, devenía en el prototipo de consejero independiente de las empresas privatizadas.

Mientras eso sucedía, el PP llegó con la intención de mirar atrás sin ira, pero no podía dejar de hacer público que el PSOE había perdonado una deuda fiscal de 200.000 millones de pesetas a sus amiguetes, en gloriosas palabras de Aznar. Los amiguetes no aparecieron, a pesar de las pesquisas nocturnas en la Agencia Tributaria, y el episodio costó la cabeza de los dos principales responsables de este organismo, Jesús Bermejo y Pilar Valiente. Ésta, en otro ejemplo de moderación, fue nombrada presidenta de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, puesto en el que apenas duró un año por el escándalo -éste sí, real- de Gescartera.

Lástima que la memoria nos juegue tan malas pasadas y haga radicales de los moderados, y viceversa.

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