Israel debe ir más allá
Israel se ha movido hacia el centro. Según los resultados de las recientes elecciones, la mayoría de sus ciudadanos se ha cansado del enfrentamiento con los palestinos, de la ocupación y sus consecuencias. Ésta es una buena noticia. La mala noticia es que Israel da este paso con titubeos y todavía no de un modo que pueda traer una auténtica paz.
No obstante, nos hallamos ante un cambio significativo y una cautelosa esperanza, dos productos escasos en el bazar de Oriente Medio. Por primera vez desde hace muchos años, Israel ha elegido a un candidato sin un pasado militar heroico. Además, las elecciones muestran que los israelíes están aprendiendo poco a poco a pasar de ser una sociedad combativa y superviviente a ser una sociedad con una agenda importante de asuntos sociales y económicos. Una prueba de ello es Amir Peretz, un sindicalista convertido en líder del Partido Laborista, el segundo más importante del país. Las ideas políticas de Peretz son firmes desde hace años en lo que se refiere a impulsar una conciliación de largo alcance con los palestinos. Además apoyó la Iniciativa de Ginebra, un acto valiente, casi suicida, por parte de un político que busca ganarse el respaldo del sector de centro israelí, que tiende a la derecha.
También es revelador el increíble éxito del Partido de los Jubilados: su programa se centra en la defensa de los derechos de los pensionistas y ancianos y con ese programa ha obtenido siete escaños en la Kneset. El hecho de que cientos de miles de israelíes hayan dado su apoyo a un partido de cuya visión política no saben nada, así como tampoco de su postura con respecto al conflicto con los palestinos, da fe de la enorme importancia que el ciudadano israelí otorga actualmente a los problemas sociales.
En su discurso de la noche de la victoria electoral, Ehud Olmert se dirigió al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. Le propuso iniciar negociaciones para alcanzar un acuerdo que ponga fin al conflicto. Se trata de una declaración muy importante y alentadora. Sin embargo, el programa de Kadima y un análisis de la opinión pública que lo ha llevado a la victoria revelan signos preocupantes.
El principal atractivo del partido Kadima ha sido su promesa de proponer a los palestinos un acuerdo y añadir que si estos no lo aceptaban se fijarían de inmediato y de forma unilateral unas fronteras definitivas para Israel. Pero el acuerdo que Kadima va a proponer tiene asegurado el rechazo de los palestinos (no sólo los extremistas de Hamás sino también los que son mucho más moderados que ellos). De hecho, parece una excusa que Ehud Olmert ha elaborado para una rápida aplicación de un programa de desconexión unilateral.
Olmert le denomina "plan de repliegue", un nuevo y hábil término para referirse a la "desconexión" que realizó Sharon en Gaza. "Repliegue" evoca algo especial: alude a cierta "vuelta a casa", y también supone volverle la espalda a todo aquello que no es "nosotros". Es decir, negar la realidad incómoda.
Pero del conflicto israelo-palestino es imposible desconectarse. Por supuesto que un repliegue limitado es mejor que continuar con la ocupación en sus duras e inhumanas condiciones. Es obvio que cualquier pacifista apoyará cualquier reducción de la ocupación así como la desmantelación de asentamientos. Pero si los israelíes creen que así se acabará con el conflicto y podrán desconectarse por completo de los palestinos, de su penuria y desesperación y de sus reclamaciones tanto justas como injustas, cometen un grave error.
No existe una solución unilateral a este conflicto. Un conflicto tan complejo y sangriento como este debe solucionarse únicamente a través de la negociación y el diálogo. Ambos lados han de mirarse a los ojos y ver el sufrimiento y el horror que han causado al otro y asimilar el terrible precio en vidas humanas que han pagado por su estupidez, arrogancia y cobardía. Ambos tienen que admitir la maldad que ha salido de ellos, la crueldad que los ha dominado y que ha dictado sus acciones durante tantos años. Ambos deben pagar el doloroso precio de la madurez que implica todo reconocimiento de culpa. Ambos han de sentir el dolor por la renuncia de bienes, tanto territoriales como ideológicos, con el fin de dar una justa respuesta a las necesidades y angustias de su enemigo.
Por el momento Kadima no ofrece realmente nada de lo dicho anteriormente y por eso es tan popular. Lo que ofrece Kadima a los israelíes es cerrar el trato ellos solos, partiendo de sus miedos y aspiraciones. Kadima propone una solución que nada tiene que ver con las verdaderas necesidades de los palestinos, y por tanto es ajena a la realidad. Lo lamento, pero no se logrará una paz auténtica con un plan y una actitud así.
Por otro lado, no debemos olvidar que frente a Israel se halla ahora el Gobierno radical de Hamás. Por ahora no sabemos cómo va a actuar. Es razonable pensar que Hamás seguirá siendo Hamás, es decir, no renunciará a sus conocidos planteamientos pero le ofrecerá a Israel un alto el fuego. Considerando la enorme violencia que reina en la región, esa puede ser una oportunidad para mejorar la situación. Sin embargo, no es aquello que de verdad necesitan israelíes y palestinos. No es un alto el fuego formal y hostil (a cuyo amparo ambos lados se prepararán para un enfrentamiento aún más duro que el anterior) lo que unos y otros necesitamos, sino una paz verdadera, basada en los corazones, la conciencia y la educación, una paz en la que los dos rivales se acepten e interioricen realmente el derecho inalienable del otro a vivir seguro y en paz.
En mi opinión, éste es el mo-
mento en el que Israel debe atreverse a ir de verdad hacia delante. El partido de Olmert tiene que ofrecerles a los palestinos una propuesta donde se reflejen las concesiones más importantes que cada lado ha de hacer sin poner en peligro su existencia. Sólo una propuesta así tiene posibilidad de materializarse. Ésa fue la que se bosquejó en la Iniciativa de Ginebra, y el Gobierno de Israel debe ofrecérsela al pueblo palestino y preguntarle si está dispuesto a aceptarla. Las encuestas realizadas entre la población palestina muestran que la mayoría está preparada para alcanzar un acuerdo que lleve a una verdadera conciliación.
Es cierto: hay una clara contradicción entre esta postura de la mayoría de los palestinos y la victoria de Hamás en las últimas elecciones. Pero ello le ha de servir a Israel como un desafío y no como pretexto para evitar entrar en un proceso de paz. Además, los palestinos deben decidir si quieren ser rehenes de un gobierno fundamentalista y radical que los condena a seguir viviendo sin esperanza o si están dispuestos a iniciar un nuevo camino, y tal vez eso ocurra incluso con Hamás en el poder.
Y no olvidemos a Avigdor Libermann, el líder del partido de derechas con eslóganes fascistas y racistas, que ha obtenido bastantes votos. Él ha sido la sombra que ha planeado sobre estas elecciones y sobre la democracia israelí, y ha de ser lo que impulse a Olmert a moverse con rapidez y contundencia. Si no lo hace así, si no ofrece esperanza a los israelíes (y con ello también a los palestinos), se puede cumplir la promesa de Libermann tras la derrota: "¡En las próximas elecciones, alcanzaremos el Gobierno!".
Ehud Olmert es un hombre listo y astuto. Tampoco carece de valor. Ahora se halla ante él una oportunidad histórica: dirigir a Israel por un camino realmente nuevo. En una entrevista que ofreció hace unas semanas Olmert dijo que él haría que Israel fuera un "lugar donde resulte divertido vivir". Este deseo parece simple, pero para el que vive aquí resulta una aspiración realmente osada: "lugar" implica un territorio definido con unas fronteras claras; "divertido" parece incompatible con un Israel duro y traumatizado; y sobre todo "vivir": ¡Oh!, vivir una vida plena y tranquila, no sólo sobrevivir de desgracia en desgracia, constreñidos por los miedos y peligros.
Para alcanzar este objetivo tan importante, casi megalómano, Olmert debe atreverse a ir más allá. Si no lo hace así, se evaporará la minúscula y frágil oportunidad que han creado estas elecciones.
David Grossman es escritor israelí, autor, entre otros libros, de La muerte como forma de vida (Seix Barral). Traducción de Sonia de Pedro.
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