El factor demográfico
El Bild-Zeitung, el periódico de masas en el que importa más la imagen que el texto, siempre con un mismo afán de conmover al lector para aumentar la tirada, ha pronosticado el fin del pueblo alemán. Los 82 millones de alemanes quedarán reducidos en el año 2100 a 46, y en el año 2300, a unos tres millones. Ni que decir tiene que extrapolar por siglos las cifras actuales, sin tomar en cuenta otros muchos factores, la mayoría desconocidos, carece de fiabilidad.
Lo significativo, como muestra de la manipulación que llevan a cabo algunos medios, es que se apele a los bajos índices de natalidad como el factor que amenaza la desaparición de un pueblo en un mundo, con tantos y tan graves riesgos, desde el de una conflagración atómica, que la proliferación de estas armas hace cada vez más probable, a la destrucción completa del hábitat, peligros muy reales con implicaciones económicas y políticas que el periódico prefiere ocultar.
El descenso de la natalidad como señal de la decadencia de un pueblo es un viejo tema que en la segunda mitad del siglo XIX y en la primera del XX centró la confrontación entre Alemania y Francia. Desde el supuesto falso de que la potencia de un pueblo se mide por el número de habitantes y la extensión de su territorio, Alemania terminó por ganar la batalla en ambos frentes, sin que a la larga le favoreciera lo más mínimo. Al contrario, esta ideología de "población y territorio", que hizo suya el nazismo, y que todavía sobrevive en la derecha, la llevó a la catástrofe de 1945.
Cuando en 1871 se funda el Segundo Imperio, Alemania tenía 41 millones. En 1942, cuando el Tercer Reich dominaba toda Europa, los alemanes eran 70 millones. Después de la reunificación de Alemania en 1989, suman 82 millones, en un territorio que ha disminuido en más de un tercio. Pese a la II Guerra Mundial, que costó 10 millones de muertos y la destrucción de sus ciudades e industrias, los alemanes no han dejado de crecer, aunque ahora los estudios más serios de Naciones Unidas dan para el año 2050 una población de 78 millones.
Esta disminución, ¿anuncia acaso que haya que contar con su desaparición? Cierto que todos los pueblos, incluso todas las especies, a la larga son mortales, pero en un mundo superpoblado, en el que Alemania con 233 habitantes por kilómetro cuadrado pertenece al grupo de países con mayor densidad de población, el descenso abre más bien un rayo de esperanza, sobre todo porque hay que dejar constancia de una estrecha relación entre control de la natalidad y crecimiento económico.
Cuando Bismarck establece el seguro de vejez a los 65 años, muy pocos llegaban a esta edad. El horizonte de vida en el siglo XX ha pasado de 41 a 75 años para los varones y de 44 a 81 años para las mujeres. Si se hubiera mantenido el mismo índice de natalidad que a principios de siglo, con el horizonte de vida alcanzado, Alemania se acercaría hoy a los 200 millones con una renta por habitante que seguramente no llegaría a un tercio de la actual. No se puede lograr a la vez una larga vida, una sociedad en la que predominen los jóvenes y una población estable.
Si estamos en condiciones de prolongar el horizonte de vida, el precio es una baja natalidad. Frente a tantos catastrofistas que pronostican una miseria generalizada en una sociedad de viejos, hay que subrayar, primero, que según aumente la longevidad de la población habrá que atrasar la edad de jubilación, máxime cuando han desaparecido prácticamente los trabajos corporales duros (sólo el 27% trabaja en el sector productivo, el 2% en la agricultura con una rápida tendencia a la baja). Segundo, que no importa la relación numérica entre población activa y jubilada, sino la productividad alcanzada, cuanta menos gente empleada, mejor funciona la economía, y en este campo los progresos efectuados, y sobre todo los que se esperan con las nuevas tecnologías, son enormes.
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