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Columna
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Silbar

Me sitúo entre los que piensan que "permanente" significa irreversible, sin vuelta de hoja. No tanto porque los comunicados a través de los cuales ETA ha anunciado su alto al fuego sean distintos de los anteriores, que lo son; como por el hecho de que se inscriben en un contexto que es definitivamente otro: nuestra sociedad ha llegado al punto de saturación del terrorismo, no admite ni una gota más. Y la atmósfera internacional se ha vuelto también irrespirable para las prácticas terroristas. Creo entonces que "permanente" es sinónimo de irreversible no tanto por una cuestión de confianza como por la constatación de la moción de censura que el mundo, la determinación social y el Estado de derecho le oponen, y por lo tanto le imponen, al terrorismo. ETA se ha quedado sin contexto, sin papel para escribir otra cosa que no sea su epílogo.

Sin ETA se nos abre un horizonte insólito, en el sentido de que la mayoría de nosotros no ha conocido en toda su vida más que el paso de la dictadura franquista a la violencia terrorista (a ese lamentable pareado se han reducido las rimas de nuestra historia común). Sin ETA se nos abre un horizonte que es como un abrirse del cielo. Desde hace varios días no paramos de hablar de este nuevo paisaje social y político, y es natural. Lo que no me parece tan natural es que la palabra que más se cita, la que vuelve una y otra vez, la que parece erigirse en emblema de la nueva situación sea "paz": alcanzar, construir, conseguir la paz, al cabo de un camino y un proceso que se nos presentan, además, como largos y difíciles.

Ya he dicho aquí mismo en alguna ocasión que no comparto esa presentación, ese augurio. Lo difícil y lo largo ha sido convivir con la violencia etarra y sus satélites. ETA ha sido lastre, ancla, losa, y por eso el guión y el proceso de su desaparición creo que merecen un retrato más luminoso. Sin ETA todo será más ágil, más fácil, más estimulante. Más alegre. Y ahí precisamente quería yo llegar y por eso le he puesto un título silbante a la columna de hoy. No es paz la palabra que mejor define, la que junta más sentidos en este principio del fin de ETA en que nos encontramos. No es paz, entre otras cosas, porque entiendo que la situación previa no era de guerra. Creo que la primera palabra de la ausencia de ETA, la más significativa, el antónimo por excelencia de la agresión terrorista es "libertad".

Sin ETA, lo que vamos a ser para empezar, lo que somos ya, es más libres. Insólitamente libres. Libres como en ningún momento del pasado. Libres sin precio (o por los módicos y abordables precios que están en vigor en las sociedades auténticamente democráticas), libres hasta el fondo. Espontáneamente, con naturalidad y sin voluntarismos. La libertad es muchas cosas buenas. Hoy me quedo con su vertiente de acceso y de descubrimiento. Sin ETA, muchos de nuestros conciudadanos van a entrar o demorarse por primera vez (o por primera vez sin tensión o sin escolta) en muchos lugares públicos; van a pasear despreocupadamente por donde nunca lo han hecho o nunca así; van a recuperar, o tal vez inaugurar, actividades en familia; van a ocupar la calle a un ritmo diferente, sin marcar, sin pautar; van a caminar despacio, relajadamente, o a pararse ante un escaparate; van a disfrutar de las terrazas de los cafés o de las barandillas con vista, por primera vez sin temor o sin riesgo, en la pura perfección del instante.

La libertad es un descubrimiento y una ocupación de espacios negados o excluidos o impensados. Todos vamos a ir abriendo puertas mentales, encontrando cuartitos de pensamiento olvidados o descartados. Todos vamos a pensar más lejos, y ver allí lo que no se ve desde aquí, lo que no se ha visto hasta hora: ideas rejuvenecidas, soluciones otras, invenciones útiles para una convivencia serena y un futuro real. No me apetece pensar en todo eso como en un proceso largo y difícil, como en un via crucis, aunque se acerque la Semana Santa. Me apetece alegrarme y silbar.

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