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LA CRÓNICA | NACIONAL
Columna
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El hombre sin atributos precisos

Josep Ramoneda

RAJOY FUE EL ELEGIDO por Aznar por ser el único de los aspirantes a sucederle que no mostró ningún interés en exhibir ideas propias. Rodrigo Rato tuvo la mala ocurrencia de cumplir los mínimos requisitos democráticos y tratar de explicar a la militancia sus proyectos de gobierno. Y Mayor Oreja había reducido toda su estrategia política a una cruzada en el País Vasco. Rajoy no se perdía en este tipo de minucias. Vivimos tiempos muy complicados, en los que es difícil diseñar proyectos políticos, lo mejor es estar ahí. Y ahí estaba, al lado de Aznar, dispuesto siempre a encauzar los líos en que el Gobierno se metía. Era el hombre para todo servicio que cualquier líder sueña con tener al lado. ¿Estas personas hechas para servir pueden asumir el papel de quien les manda?

Su parsimonia gallega, tan distinta de los furores castellanos de Aznar, y su buena disposición para intentar resolver los marrones del Gobierno, permitieron a Rajoy construirse una imagen de hombre abierto y tolerante. Salvo quizá en algunos rasgos de carácter, era difícil encontrar hechos objetivos que avalaran la idea de que Rajoy representaba el ala ideológicamente más abierta del PP. En todo momento había formado sin chistar a las órdenes de José María Aznar. De la guerra de Irak hasta los intentos de importación de la revolución neoconservadora, no se le conocía a Rajoy una sola discrepancia con su jefe y tutor. Bien es verdad que las imágenes políticas a menudo se construyen por contraste. Frente a la intemperancia de Aznar, a la arrogancia tecnocrática de Rato, al redencionismo de Mayor Oreja y al estado de cabreo permanente con el mundo de Acebes, Rajoy, el hombre sin atributos precisos, era la imagen más inofensiva de la cúpula del PP.

Después, cuando Rajoy asumió el mando, y, por tanto, se podía presumir que tenía la última palabra, no ha hecho más que prolongar las guerras del aznarismo por nuevos medios; entre ellos, la movilización callejera, tan denostada por su mentor en el pasado. Salvo el recurso a la ironía en algunos de sus discursos, hasta el pasado martes nadie podía aportar una sola prueba de que Rajoy fuera distinto de Aznar en lo ideológico y en lo político. Pero los clichés mediáticos son muy resistentes. Y tanto los medios afines como los que no lo son han tratado de salvar la figura de Rajoy, contra toda evidencia, echando las culpas a la estrategia de la tensión, a las provocaciones de Zapatero, a la sombra de Aznar, a la pervivencia de una mayoría aznarista en el partido o la imposibilidad de conducir a la derecha española a posiciones liberales si no se quiere romper el partido.

Que no cunda el desánimo. El ser humano es muy plástico y tiene una gran capacidad de adaptarse al entorno. Los que siguen esperando al Rajoy liberal quizá puedan cantar victoria: las circunstancias han cambiado y puede que esta imagen del líder del PP que hasta hoy sólo forma parte del reino de lo fantástico acabe encarnándose. El miércoles día 22, Rajoy tuvo un susto de estos que provocan descargas de adrenalina capaces de cambiar a un hombre de la noche a la mañana. ETA anunciaba el alto el fuego permanente. O sea que las informaciones que le transmitía Acebes de que no había nada de nada, que todo eran fabulaciones de Zapatero, resultaban tan falsas como las del 11-M. Los hechos daban la razón al presidente del Gobierno. Y toda la estrategia de oposición diseñada por la cúpula del PP se hundía porque sólo podía ser exitosa si la apuesta vasca de Zapatero fracasaba.

Este cambio de escenario ofrece a Rajoy -y al sector liberal del PP, si realmente existe y es suficientemente numeroso como para conquistar la hegemonía en el partido- una excepcional oportunidad de adelantar el proceso de desaznarización. Se podría decir que el PP ha perdido opciones, pero ha ganado tiempo. En la medida en que se alejan sus posibilidades para 2008 y que su ruidosa estrategia de excepción permanente pierde sentido, se abre la vía a la renovación del proyecto, de las ideas y de las personas, indispensable en nuestro sistema político para volver al poder, sin necesidad de esperar a la derrota. Si Rajoy suelta lastre tendrá la posibilidad de afirmar y prolongar su liderazgo al frente del PP aun perdiendo las próximas elecciones. Si Rajoy no aprovecha esta coyuntura, se habrá comprobado que su imagen era un espejismo, que nada sustancial le separa del aznarismo, y tendrá que irse inexorablemente si el episodio acaba en derrota. Como escribe el profesor Pierre Ansart, no hay instrumentalización política y jurídica "más peligrosa, más amenazante y más siniestra" que la del resentimiento.

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