"Que haga teatro no es un gesto de valentía sino de insensatez"
Margarita Lozano presume de sus 75 años cumplidos el mes pasado y de su talla 60. Toda ella sigue siendo hermosa, como cuando fascinó hace décadas a directores teatrales como Miguel Narros o Luis Escobar o cinematográficos como Pasolini, Buñuel o los hermanos Taviani.
La actriz sólo se ha subido a los escenarios en tres ocasiones en los últimos 40 años. Ahora no se lo esperaba, ni lo buscaba, pero ha vuelto con La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, con la que acaba de iniciar una gira de quizá dos años que la llevará por numerosas ciudades españolas. Las primeras han sido Santander, Lorca y Alicante. Las próximas serán Palencia, Segovia, Ávila, Sevilla y Soria.
Se ha puesto bajo la batuta de Amelia Ochandiano, del Teatro de la Danza, lo cual significa que ha consentido que la dirija alguien que no es Miguel Narros. "Me embaucaron porque son maravillosas", dice de la directora y la productora, Chusa Martín de Entrecajas. "Así que terminé aceptando".
"El personaje de Bernarda Alba significa todo lo que detesto"
"Sólo quiero hacer lo que me gusta, es muy simple, no hacer nada"
"Me avergüenzo profundamente de lo que veo y oigo"
Cosa rara porque Lozano vive felizmente aislada entre una casa azul en Puntas, a un kilómetro de un pueblo de 40 habitantes, en la costa murciana, y un caserón del siglo XVII, al que llama el convento, en las afueras de Roma."Allí no me entero de nada, he logrado estar hecha una paleta y parecer tonta, pero es que ésta es otra forma de vivir que me encanta, pero entre el aislamiento y la vejez me estoy volviendo hasta cerril", dice esta actriz alegre y entrañable con la gente, al menos con los que le gustan.
Lozano nació por casualidad en Tetuán, ya que su padre, militar, estaba allí destinado, pero se considera de Lorca (Murcia). "En realidad, soy mora, castellana e irlandesa", afirma rememorando los orígenes de sus antepasados, "con esa sangre ha salido lo que ha salido: de loco a loco". También se considera muy árabe: "Me embriago con un olor y tengo que tocar la textura de las cosas", aclara.
En Italia ha realizado una brillante carrera cinematográfica de la mano de Pasolini, Bolognini, Nelo Risi y, sobre todo, los hermanos Taviani, aunque también ha trabajado para realizadores españoles como Luis Buñuel, Rovira Beleta, Mario Camus o Gutiérrez Aragón. En España brilló con luz propia en el teatro de los años cincuenta y sesenta, como actriz de cabecera de Narros, cuando no quería trabajar en los teatros nacionales: "Estaba contra el sistema y me parecía una incongruencia cobrar de ese sistema que tanto atacaba". Aquello fue después de abandonar el domicilio familiar, diciendo que iba a trabajar en el mundo de la moda y no confesar que iba a ser actriz.
Es poco amiga de entrevistas y apenas las ha concedido a lo largo de su vida. "Me gusta hablar de mis cosas con mis amigos, pero no entiendo qué le puede interesar de mí a otras personas", apunta.
También habla mucho con su hijo Paco, nacido de su matrimonio con un ingeniero italiano que durante 40 años le llevó el desayuno a la cama y con el que vivió felizmente hasta el fallecimiento de él. Por ambos abandonó su carrera durante 12 años y con ellos estuvo en Madagascar, Alto Volta (hoy Burkina Faso), Marruecos y otros países. Fue cuando cayó perdidamente enamorada del continente africano.
Su Bernarda es como la entendió Lorca. Una mujer que había atraído poderosamente a los hombres, lejos del estereotipo tantas veces repetido de bernardas hombrunas y bigotudas. Y no tienen nada más en común. "Ella significa todo lo que detesto y contra todo lo que he luchado, la quiero representar de manera que la gente cuando me vea quiera prenderme fuego", señala.
Y en este trabajo, como en todos los suyos, no hay escuelas ni metodologías. Sigue utilizando los mismos recursos que cuando William Layton, introductor del método Stanislavski en España, dijo de ella: "La Lozano no tiene ningún método...", y añadía inmediatamente, "ni falta que le hace".
Ella repite una y otra vez que "todo lo he aprendido con Miguel Narros", con el que ha trabajado en una veintena de espectáculos. Pero también hubo otros directores como José Luis Alonso, Ricard Salvat, González Vergel o Luis Escobar. Luego están sus otros maestros vitales, como Miguel de Unamuno, al que considera su "maleducador". En su mesita de trabajo tiene, además de El Quijote, El cristo de Velázquez, cuyo prólogo para La vida de Don Quijote sigue siendo su pequeña biblia.
Cree que no debería hacer teatro porque le tiene demasiado respeto: "Es en el teatro donde se pueden conocer todas las culturas, toda la historia, pero no puedo hablar mucho del teatro porque lo que sabía lo he olvidado y lo que hay ahora no lo conozco... Yo sólo quiero hacer lo que me gusta, que es muy simple, ya que consiste en no hacer nada, vivir con horarios libres, viendo a gente sencilla y entrañable y con la sensación de que el tiempo es mío. En Puntas estoy envejeciendo de maravilla", dice.
Si se le señala que es un acto de arrojo someterse a su edad a la dureza de una larga gira y después de estar décadas sin hacer casi nada de teatro, añade: "Lo de ponerme a hacer teatro no es un gesto de valentía, sino de auténtica insensatez".
Esta mujer de mirada feliz sólo frunce el ceño cuando habla de la sociedad actual, con un término que dice tomar prestado de Aranguren: "Siento un gran desencanto, aunque no debería opinar porque vivo muy aislada, pero me avergüenzo profundamente de lo que veo y oigo, sobre todo en televisión, gente maleducada metiéndose en la vida del prójimo, duele mucho verlo".
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