La Habana, ciudad doble
Convocada bajo el título Dinámicas de la cultura urbana, la Novena Bienal de La Habana, inaugurada el pasado lunes en la capital cubana, tiene a la ciudad como gran protagonista, en sentido doble. De un lado, es objeto de exploración arqueológica y antropológica, y los resultados de esa búsqueda se muestran de una u otra forma en la obra de los 230 artistas de 52 países que participan en la Novena Bienal. De otro, la ciudad, en este caso La Habana, es más que materia prima y simple escenario: es, sobre todo, sujeto, y actúa sobre el artista y el espectador.
El Salón Blanco del Convento de San Francisco, en la plaza de igual nombre, en La Habana Vieja, es ejemplo de la primera significación y de hasta qué punto la evocación de la ciudad puede ser inquietante y abierta. En el Salón Blanco coexisten dos visiones, la de los franceses Anne y Patrick Poirier y la del español Antoni Miralda.
Tan interesante como el programa oficial son las exposiciones de los artistas cubanos, más de 60 por toda la ciudad
Ninguno de los tres es cubano, pero sus modos de entender la ciudad cubana, siendo muy diferentes, se complementan. Los Poirier realizan un viaje futurista por unas ruinas urbanas hechas de azúcar y estructuras ligeras, casi transparentes, que son a la vez pasado y porvenir -un porvenir que sobrecoge-. Los sacos de azúcar cubana recostados en la pared contrastan con los de arroz, made in USA, que, enrollados, sirven de límite a la ciudad imaginaria. En la instalación hay además un "refugio" hecho de botellas plásticas, las mismas que los habitantes de la isla utilizan para almacenar agua y ron.
Miralda pretende despertar
los paladares visuales de los cubanos con su muestra Sabores y lenguas: La Habana, que forma parte del proyecto de Food Culture Museum. El artista catalán quiso que La Habana integrara la serie 13 ciudades, en la que reúne diferentes urbes latinoamericanas vinculadas entre sí por la lengua y "las tradiciones gastroculturales". Los montajes fotográficos de Miralda son fiel reflejo de la realidad, por tanto no son complacientes: hay casquitos de guayaba junto a Eleguas donde comen los santos, pero también libretas de racionamiento al lado de platos de langosta y mesas de turistas, como la vida misma.
La Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, sede principal de la bienal, acoge la obra de más de noventa artistas y cuatro proyectos colectivos, entre ellos el interesante Arquivo Brasilia, de los fotógrafos Lina Kim y Michael Weseley, quienes han rescatado miles de negativos sobre la edificación de esa ciudad cuando estaban a punto de perderse.
En total son 93 proyectos artísticos y muestras individuales en la sección oficial, repartidas en una veintena de sedes y subsedes, que han transformado La Habana en una gran galería.
En ella, varias exposiciones han levantado expectativas: la del fotógrafo estadounidense Spencer Tunick, que ha enviado a Cuba sus famosas instantáneas de paisajes humanos; la del realizador español Carlos Saura, que tampoco ha viajado a La Habana pero expondrá sus fotos de mediano formato en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam; o las muestras de la iraní-estadounidense Shirin Neshat y del arquitecto francés Jean Nouvel, quien sí se encuentra en Cuba.
Como ha ocurrido en el pasado, tan interesante como el programa oficial resultan las exposiciones colaterales de los artistas cubanos -más de sesenta repartidas por toda la ciudad-, que no necesariamente tienen que ver con el tema de la bienal, pero constituyen una buena oportunidad para tomar la temperatura a la creación plástica en la isla.
Éste, precisamente, es uno de los objetivos de la propuesta del pintor Flavio Garciandía, Auge o decadencia del arte cubano, a la que ha invitado a los más importantes artistas plásticos cubanos, tanto a los que viven en la isla como en el exterior. Los participantes habrán de elegir un color de una paleta predeterminada, y con la suma de todas las franjas elegidas, durante el mes que durará la bienal, se pintará una gran obra colectiva.
Pero La Habana, la ciudad misma, estos días también es sujeto de la Novena Bienal. Está prevista la presentación de un Museo Peatonal, que consiste en la instalación de un museo ambulante conformado con los objetos y pertenencias que los transeúntes donan a los artistas, acción plástica que busca salir fuera del tradicional recinto del arte.
Otros creadores han decidido
andar por la ciudad e intervenir en ella de diferentes modos: llamando la atención sobre objetos urbanos como alcantarillas, bordillos y adoquines, que habitualmente pasan inadvertidos; pintando sobre los camellos -camiones de transporte colectivo- y paseando en ellos junto a sus usuarios... En fin, lo que se ha convenido en denominar "proyectos itinerantes".
Completando las exposiciones e intervenciones urbanas, el programa oficial de la bienal propone varios talleres, uno de ellos dedicado al vestuario, a partir del uso de materiales y recursos no convencionales. Se busca explorar "un concepto diferente de la moda", inspirado en las características climáticas, la idiosincrasia, las innovaciones técnicas, el reciclaje y el empleo de nuevos materiales.
Paralelamente se celebrará la muestra de grabado La Huella Múltiple 1996-2006, un espacio que celebra su décima edición con la participación de 57 artistas de la isla. Y el encuentro teórico Foro Idea 2006 debatirá sobre la interrelación entre el arte y la ciudad.
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