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Columna
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El mito vasco sin ETA

¿Qué será de "los vascos" cuando ETA haya muerto? No los vascos de carne y hueso que se debaten estos días entre el imperativo de la cautela y un impulso irresistible de sonreír, incluso reír, y llorar. La (hipotética, presunta, ardientemente deseada) desaparición de ETA deja a la intemperie al mito vasco y nos empuja, por fin, a presentarnos desnudos a los ojos del mundo exterior. Sin ETA, la percepción generalmente distorsionada que de los vascos se tiene en el extranjero se ve despojada del señuelo etarra, para bien y para mal, y nos libera de la tesitura incómoda de optar entre alimentar el mito a beneficio propio o desmontarlo.

Lo vasco ha sido recibido siempre con fascinación y admiración. Por una serie de razones que se escapan a la misión de este artículo, los vascos hemos gozado siempre de un sorprendente capital acumulado de respeto en el exterior, un capital que hacía caso omiso de las características de la Euskadi real y que obviaba la realidad de la violencia. Al contrario, en el mito vasco, lo vasco es una realidad homogénea en el tiempo y en el espacio, un continuum histórico de pureza y nobleza.

Sin el terrorismo, podremos mirarnos en ese espejo que son los otros sin lente manchada en sangre

El mito de lo vasco es la historia de la asombrosa disociación entre una visión idealizada producto de la distancia y la realidad de una sociedad carcomida por la violencia ni mejor ni peor que otras sociedades. Sin ETA, por fin será posible aclarar, pulir y matizar la imagen de lo vasco y de los vascos en el exterior, pacificarla y normalizarla, es decir, despojarla del halo desafortunado de exotismo y excepcionalidad que el adjetivo ETA confería al sustantivo vasco.

La versión más elemental del mito era la del pueblo resistente y fiero en lucha contra la opresión de dos estados, el David de las montañas frente al Goliat de la ocupación. Ciertamente en desuso desde hace ya algunos años, esta concepción idealizada del pueblo guerrillero alzado en armas, "todos a una", era la que más directamente bebía de la presencia de ETA.

El punto de inflexión que marca su declive es julio de 1997, cuando ETA secuestra, tortura y asesina a Miguel Ángel Blanco. En aquellos días de julio, la crueldad etarra alcanzó no ya las portadas de los diarios de todo el mundo sino la conciencia de sus lectores. La cortina del mito había sido rasgada: no había David contra Goliat sino minoría terrorista contra sociedad cansada y pacifista.

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Pero, ¿por qué no antes? La persistencia del mito durante casi 30 años de existencia de ETA, y la negativa de sus narradores a asumir a ETA como protagonista principal de una historia que ya no era un cuento bucólico de pastores y balleneros resulta, cuanto menos, sorprendente. Y vergonzante.

Junto al mito guerrillero, otras versiones del cuento vasco emanan no tanto de la presencia de la violencia como de la tentación étnica, la tentación folclórica y la tentación desde la diáspora. Pongamos un anglosajón, por ejemplo, que, cediendo a la tentación étnica, pregunta: So, are you a Basque?.. "¿Es usted un vasco?" En este caso, es el artículo indeterminado el que encierra todo un mundo que no nos pertenece, porque no es lo mismo ser vasco que ser un vasco.

Esta percepción de lo vasco responde al paradigma étnico con el que muchos, incluida una mayoría de estudiosos del fenómeno del nacionalismo, se acercan a las comunidades políticas. Esta visión implica una connotación de homogeneidad interna que el caso vasco desmiente: según el último Euskobarómetro (y casi todos los anteriores, a estos efectos), casi el 65% de los vascos se siente a la vez español y vasco en una u otra medida. Pero el mito no puede permitirse esa diversidad interna, so pena de quedarse sin protagonista para su historia de "érase una vez un vasco que...".

El caso del vecino francés, digamos, es más aberrante. A pesar del parentesco geográfico, el Ah, les Basques! surge del gusto francés por fosilizar otras culturas y reducirlas a simpático y exótico objeto de museo, como si del título de una entrada de enciclopedia antigua se tratara.

Desde la tentación folclórica, "Los Vascos" seríamos una cultura antigua y católica que lleva boina (béret basque) y vive en un territorio que, como mucho, se parece al paisaje atlántico y ordenado de Iparralde. Idílico y en verde y rojo, como si Eibar y Ortuella, por decir algo, y su paisaje gris de mestizaje obrero no existieran.

Los mitos asociados con el fenómeno de las diásporas constituyen uno de los ejemplos más estudiados de mito nacionalista, con los casos judío y armenio como paradigmáticos y algunas versiones más contemporáneas relacionadas con la dispersión de muchas comunidades africanas en campos de refugiados. Con los movimientos migratorios asociados a la diáspora viajan también los recuerdos de la tierra que los vio nacer. Éstos son después reconstruidos, manipulados, y mitificados hasta que cualquier parecido con la realidad no es más que pura coincidencia.

En Buenos Aires, o en Nevada, el portador de un apellido vasco se desembaraza de un plumazo del abismo de distancia que separa a dos desconocidos para establecer de inmediato un vínculo, si no un parentesco lejano, con el vasco que visita. ¿Por qué dejar que la realidad del presente estropee una buena historia de amor que perdura por los siglos de los siglos?

Sin ETA, sin la interferencia del plus de audiencia que las armas conferían a su proyecto totalitario de nacionalismo étnico y esencialista, por fin los vascos podemos enfrentarnos a nosotros mismos. Así, podremos mirarnos en ese espejo que son los otros sin lente manchada en sangre, y ver qué quedó de ese pueblo noble y trabajador, honesto y pacífico, abierto al mundo por el Atlántico que es también, como todos los que le rodean, diverso y plural, urbano más que rural, moderno y posmoderno. Ni bueno ni malo, en definitiva. Ni mejor ni peor.

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