La Central, más años y más libros
La librería barcelonesa celebra su 10º aniversario e inaugura la luminosa ampliación de su primer local
"¡Qué mundo tan extraño este nuestro, en el que uno puede adquirir para toda la vida algo tan hermoso... por lo que cuesta una entrada para un cine de Broadway o por la quincuagésima parte de lo que cobra un dentista por empastarte un diente!". La frase sobre los libros del personaje de ese canto a los libros, las librerías y la amistad que es 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff (Anagrama, 2002), viene a cuento para hablar de La Central, que ayer celebraba sus 10 años y la hermosa, luminosa ampliación de su primera sede, en el número 237 de la calle de Mallorca de Barcelona. Entre libros y amigos, muchos amigos, hasta el punto de que era imposible moverse, se desarrolló la fiesta de la librería, que congregó a autores, editores (Jaume Vallcorba, Jorge Herralde, Xavier y Ernest Folch), distribuidores, libreros de la sana competencia y sobre todo lectores.
Hubo globos -inflables, aunque es cierto que quien firma estas líneas hubo de marcharse antes de que se descorchara el cava-, pastel con velitas, percusión y cantos africanos (oídos en la distancia, como en una historia conradiana, pues era imposible aproximarse al núcleo del acto), y unos parlamentos sentidos que versaron mayoritariamente sobre el amor a los libros y ese bello (y duro) oficio que es acercarlos a la gente.
Guillem Terribas, de la Llibreria 22 de Girona, encargado junto con los escritores Enrique Vila-Matas y Emili Teixidor de presentar la celebración, enunció lo que constituye el leit motiv de todos los que frecuentan establecimientos como La Central: "En algún lugar de nuestras librerías se encuentra el libro que os está esperando".
Antonio Ramírez, responsable de La Central con Marta Ramoneda y Maribel Guirao, recordó que en los 10 años pasados no sólo han resisistido, sino que han podido crecer, lo que, vistos los tiempos, raya en el milagro. Subrayó ante la multitud que la librería es en realidad de todos y cada uno de los que cruzan sus puertas. "Os hemos visto entrar, marchar con frustración o con entusiasmo, quizá sólo hemos intercambiado algunas frases de cortesía, pero hemos dialogado mucho a través de los libros". Fue tan conmovedor que hasta se le perdonó el necesario caos vivido en las últimas semanas, cuando los libros desaparecían de su sitio habitual como en la peor pesadilla de Borges, reinaba un ruido infernal y las coordenadas seguras de los queridos anaqueles que apuntalan nuestras vidas se disolvían en nuevos horizontes por descubrir y conquistar otra vez. Más de un gemido se ha oído estos días precedentes en La Central cuando uno no hallaba, por ejemplo, aquel indispensable volumen sobre la Persia aqueménida que tenía localizado, o cuando toda la sección de biografía histórica yacía en cajas tan desmontada como los raíles dinamitados del ferrocarril de Jedah.
Ramírez apuntó ayer que el trabajo de recolocación ha sido ímprobo y recordó que ni el trabajo de los estibadores es ya tan duro, pues en los puertos cuentan con toros de carga y ellos han movido los libros -el fondo de La Central es de más de 60.000- a mano.
Siendo la misma, la querida La Central es una nueva tierra de promisión mucho más grande -la reforma, de Enric Granell, ha permitido casi duplicar el espacio, de unos 200 metros cuadrados a cerca de 400, especialmente en la segunda planta-, y hay que ir acostumbrándose. Desde luego, los libros han encontrado mejor acomodo y ya no será necesario asomarse a segundas filas o agacharse hasta romperse el espinazo. En la parte ganada hay una deliciosa glorieta que da a un patio y arroja una luz natural encantadora. Luz que se añade a la que emana de los propios libros. Citando de nuevo 84, Charing Cross Road: "Si vuestros libros costaran lo que valen, yo no podría comprarlos...".
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