El ruido de las víctimas sin voz
Cada vez que oigo la expresión, noto una especie de arañazo interior, como si algo sonara mal, como si esa música ruidosa tuviera algo de Stravinski de las emociones. "Las víctimas dicen, las víctimas quieren, las víctimas no permitirán...", y de golpe las víctimas hablan como si tuvieran la voz y la lengua que ya no tienen, como si sus palabras, sus ideas, sus convicciones, sus serenas reflexiones no hubieran muerto con ellas. ¿Quiénes hablan en nombre de las víctimas? Me dicen que los únicos que tienen derecho, sus familiares, sus gentes rotas por el dolor de la pérdida inútil, del llanto que no se sacia con el llanto. Y por un tiempo lo entiendo, ¿quién, si no, tiene derecho a mentar su nombre?, me digo desde la solidaridad con el dolor, desde la ternura. Sin embargo, no es cierto. No es cierto que las víctimas, hoy, tengan voz, y quienes usan su recuerdo y su ausencia para intentar presionar, decidir, debatir la realidad política y social, hacen algo emotivamente comprensible, pero rotundamente ilícito. ¿Qué diría Ernest Lluch estos días? ¿Se sentiría feliz, él que tanto soñó con lo que ahora está ocurriendo? ¿Qué diría Tomás y Valiente? ¿Qué dirían todos ellos, hijos, padres, hermanos de los que hablan en su nombre, pero cuya voz no está? Creo que, ni en nombre del dolor, las víctimas pueden ser mentadas. Y creo más, creo que utilizarlas ahora, en estos tiempos de grandes y frágiles esperanzas, en este instante de la historia que puede cerrar una gran herida de la historia, es perverso y probablemente deshonesto. Cuando, además, lo hacen sectores que quieren dinamitar el proceso abierto, mentando el nombre de la democracia en vano, directamente es indecente. Si algún silencio es, hoy y aquí, pertinente, es el silencio del dolor.
Me dirán que es injusto, que víctimas y verdugos no son lo mismo, que no se les puede pedir a los familiares que convivan con los asesinos, pero esta es la crónica histórica de toda tragedia. ¿No convivieron los familiares de los asesinados por el franquismo con sus vecinos que los habían delatado, encarcelado, torturado y quizá habían apretado el gatillo? ¿No conviven unos y otros en el Belfast actual? Y, más allá de ese dolor, ¿no es la superación definitiva de décadas de violencia, un bien superior a otros? Finalmente, y asumiendo la crudeza del término, ¿pueden los muertos dictar la política de los vivos? Porque no lo creo, y porque creo que habrá sectores que utilizarán la memoria trágica sin pudor, como ya lo han hecho. Porque creo que no todos los que dicen estar contentos con el alto el fuego de ETA, están realmente contentos. Porque noté caras de circunstancias en las filas azules de ese día memorable en el Congreso. Porque no todo el PP tiene un alma democrática. Por todo ello, tendremos que blindarnos ante el uso indecente de las víctimas y, sobre todo, tendremos que vacunarnos contra el chantaje que van a hacernos.
Claro que es histórico el momento, ¿cómo no va a serlo? ¿No lo notan? Por ello es de una enorme fragilidad, tanto que todo podría romperse en un instante, cual porcelana fina que es. Lo difícil no ha sido el "alto el fuego", y ha sido bien difícil. Lo difícil es lo que tiene que venir, ese largo camino a muchas bandas, cuya tortuosidad no tendría que impedir llegar a la única meta posible: la desaparición definitiva de ETA. Muchos hemos sido los que estos días hemos intentado explicar el momento. Que si el gran asunto de negociación es el capital humano de ETA, presos, gestoras, familiares, partido político, prensa... Que si se ha negociado bien, con silencio, prudencia e inteligencia. Que si la política antiterrorista de Aznar ayudó a ahogar definitivamente el entramado violento, pero ahogó también las vías de salida. Que si el momento de Zapatero, levantando los puentes rotos con las instituciones vascas y creando una gramática del entendimiento, era un gran momento para conseguirlo. Que si después del 11-M, el terrorismo clásico, de raíz nacional, no tenía opción posible. De todo lo dicho estos días, con la excitante precipitación que producen los grandes momentos históricos, lo más relevante es la reflexión que hemos ido haciendo sobre el asunto de los presos, su situación actual, y el margen de negociación exigible. Va a ser la gran cuestión. El sector duro del PP lo va a convertir en la moneda de cambio de una demagogia previsible, cuyas orejas de lobo ya estamos viendo. El sector duro de la judicatura, que haberla haila, y que no se sabe si está influida por el PP, o es ella la que influye al PP, tanto monta..., también va a jugar fuerte dándonos con su interpretación de la ley en el cogote. Y para acabar de complicar las cosas, ahí están los tanques mediáticos excitados hasta el límite de la estridencia. Van machacando la retahíla malvada de que "no hay que pagar un precio político". ¿Quién ha pagado nada? Pero si al final tenemos que revisar situaciones legales, tenemos que levantar las medidas excepcionales que soportan centenares de presos de ETA -medidas que han llevado al Estado de derecho al borde del colapso-, y hay que volver a legalizar a Herri Batasuna, todo ello habrá que hacerlo. Forma parte de la lógica de la nueva situación y, sobre todo, forma parte de la gramática de la paz. Como así ha sido en todos los países donde se han cerrado heridas violentas.
El momento es extraordinario, pero será muy duro de vivir. Ojalá me equivoque, pero me temo que no todos estarán a la altura que exige la situación. Hincar el diente a la demagogia, en un escenario como el actual, va a ser tan apetitoso que ya se puede ver el babeo de algunos. Y ya se oye su ruido... Valdrá todo, incluso poner en peligro el proceso, y en ese valetudo político, el PP se jugará la oportunidad histórica de ser un partido definitivamente moderno o definitivamente antimoderno. Le veremos, como nunca le hemos visto, para bien o para mal, el alma al monstruo. Buenos tiempos para la esperanza. Buenos tiempos, también, para la insensatez. Lo dice algún principio de Murphy: cuando mejor van las cosas, más trabajan algunos para que vayan peor.
www.pilarrahola.com
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