La industria de las vanidades
Plinio el joven atribuye a los fenicios la invención fortuita del vidrio. Los romanos fueron los primeros que se sirvieron de él para cerrar edificios públicos al tiempo que dejaba entrar la luz, tal y como ocurría con las termas, en las que era importante poder mantener una temperatura elevada en ciertas salas. Los cristales eran pequeños y frágiles.
Durante siglos, la fabricación de cristal dependió de los pulmones de los artesanos y de la composición de la pasta, un secreto al que no era fácil acceder. En 1663, Colbert, ministro de Louis XIV, se inquieta ante el coste que representa la importación de espejos de Venecia. La Serenísima, en sus talleres de Murano, fabrica todos los espejos de gran tamaño que entonces pueden comprarse en Europa. En 1665, Colbert funda la Manufacture des Glaces de Miroirs y hace venir a París, en secreto y a cambio de una remuneración extravagante, a un grupo de artesanos venecianos: ellos han de llenar de espejos los salones de la aristocracia francesa, satisfacer al fin la vanidad de quienes dominan el mundo y quieren verse como reyes de sus casas.
Tras un episodio rocambolesco -la República de Venecia logra envenenar a dos de los operarios tránsfugas, los supervivientes se niegan a confiar su secreto industrial a los socios franceses y piden más y más dinero-, Colbert descubre que en Lorena y en Normandía había artesanos capaces de hacer lo mismo que los venecianos. Pero el recurso al Estado, al privilegio y la falta de capital impide que, hasta 1720, aquello se convierta en un negocio sólido, en manos de banqueros ginebrinos y de familias como los Geoffrin.
Es en el bosque de Saint-Go-
bain donde se fabrican los mejores espejos del mundo gracias a una innovación técnica que se pone a punto entre 1688 y 1700 y que permite pasar de la fase llamada "soplar el vidrio" pues éste, cuando aún es una pasta líquida, es vertido sobre una mesa metálica, una superficie lisa y sin poros, para convertirse, una vez enfriado, en un cristal de grandes dimensiones. En 1711 casi todos los fabricantes de espejos de Venecia han cesado sus actividades, incapaces de competir con los franceses. En España, en San Ildefonso de la Granja, Felipe V también pone en marcha una manufactura de espejos, pero sólo el Estado le pasa encargos.
Saint-Gobain conoce una gran expansión a partir de 1752, bajo la dirección de Pierre Delaunay-Deslandes, que adapta las instalaciones para satisfacer una demanda que explota. La Revolución, en 1789, supone un parón, pero la empresa se adapta a los nuevos tiempos. A lo largo del XIX se lanza a una agresiva política de fusiones con otras empresas o de inversiones en Alemania, Italia, Bélgica, Holanda o España. El auge de las ciudades lleva a crear grandes cristaleras para satisfacer la necesidad que tienen los comercios de exponer su mercancía a los paseantes. Los grandes almacenes y los bancos, la arquitectura metálica, reclaman la invención del ladrillo de cristal, resistente pero traslúcido, que permite idear sótanos luminosos.
Desde la segunda mitad del XIX y hasta ahora los espejos proliferan más y más al tiempo que se reduce su coste. La industria del vidrio diversifica sus productos y aplicaciones: como aislante eléctrico, como cristal de coches y aviones, como elemento de mobiliario, pieza de arquitectura, etcétera. Es la época de las grandes exposiciones, de los "palacios de cristal", de cristales irrompibles como los que, en 1919, protegen al primer ministro Clemanceau de los disparos de quien quería asesinarle. Entre 1927 y 1932, el arquitecto Pierre Chéreau levanta la primera "casa de cristal", toda ella en ladrillo de vidrio Nevada y aún hoy ejemplo de racionalidad. En 1937, la marca Saint-Gobain tiene un pabellón propio en la Exposición Internacional de París íntegramente realizado con distintos productos de la industria del vidrio.
La exposición Saint-Gobain: une enterprise devant l'Histoire puede verse en el parisiense Museo d'Orsay hasta el próximo 4 de junio. En total reúne 251 objetos -pinturas, grabados, dibujos, maquetas, documentos, espejos, útiles de trabajo, etcétera- que relacionan una historia industrial y la historia del arte. El progreso tecnológico y la reducción de costes acaba desembocando en la arquitectura de acero y cristal, pero antes había llenado de espejos casas y palacios, ideado aislamientos térmicos y sonoros, y favorecido la construcción de grandes bóvedas industriales. Toda una estética nace al socaire de una marca. No es pues extraño que aún hoy algunos de los sectores más competitivos de la industria francesa vayan asociados a la noción de "lujo" como Saint-Gobain lo estuvo durante todo el siglo XVIII.
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