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Reportaje:

Los árabes israelíes se alejan de las urnas

La gran mayoría no se siente parte de un Estado que les ignora

Yuval Diskin, jefe de Shin Bet, servicios de seguridad israelíes, aplacaba en febrero las iras de unos colonos por el desmantelamiento de un diminuto asentamiento. "Un judío detenido y otro de Umm al Fahm no serán tratados de igual manera, aunque ambos estén sometidos a la ley israelí. Un terrorista de Nablus y otro judío no recibirían igual trato ante los tribunales", dijo sin rubor.

En Umm al Fahm, ciudad árabe que roza el norte de Cisjordania, nadie duda de que las palabras de Diskin tienen fundamento. Una gran mayoría de los palestinos que no huyeron durante la guerra de 1948 -casi el 20% de los 6,8 millones de israelíes- no se siente parte de un Estado que los ignora. Los radicales de la extrema derecha religiosa y sionista los observan como la quinta columna. Y no falta quienes reclaman su expulsión. A cinco días de las elecciones, cunde el desencanto.

Los radicales de la ultraderecha los consideran una quinta columna
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Como antes de cada cita con las urnas, llueven las promesas sobre las aldeas y ciudades de los "árabes del 48". Pero, como no se cansa de repetir Ahmed Tibi, diputado en el Parlamento de Jerusalén desde 1999, son pasajeras. Y reaparecen cada cuatro años. El Gobierno de Ehud Olmert acaba de prometer que en los próximos tres años se incorporarán a la Administración 337 palestinos. Tibi recuerda sus peticiones años atrás a los gobernadores del Banco de Israel. Y las ofertas de éstos de incorporar árabes a la entidad. Regresó hace pocos días a comprobar la plantilla: un palestino trabaja en el banco.

"Los partidos árabes nunca han sido incluidos en el Gobierno", asegura Ahmed Siad Jabarin, dirigente del Partido Democrático Árabe (PDA), al que pertenece Tibi, en una cafetería de Umm al Fahm. "Y nunca nos financian del mismo modo que se hace con los demás partidos israelíes". Los clientes del local estudian las páginas de los periódicos con detenimiento y hablan de la clasificación del Bayer Leverkusen en la Liga alemana de fútbol. Rellenan quinielas. "No pienso votar", comenta un cincuentón que brama contra los israelíes, pero también contra los políticos árabes. "Sólo se acercan por aquí antes de las elecciones", añade un joven.

Los candidatos de Kadima y el Likud no pisan las ciudades árabes. Sólo un cartel del Partido Laborista cuelga a la entrada de Umm al Fahm. Alguno más del izquierdista Meretz, que aspira a arañar algún sufragio del colectivo árabe.

Las penurias económicas que sufren los partidos políticos árabes se amplían a los municipios. Los alcaldes de ciudades árabes no cesan de lamentar lo escuálido de los presupuestos que los Ejecutivos israelíes aportan. "Hay 48 pueblos a los que no se presta ningún servicio social", dice Siad Jabarin. El abismo entre el asfaltado, las escuelas o el transporte público de Umm al Fahm respecto a las ciudades habitadas por judíos salta a la vista. Como es evidente que la división entre los partidos árabes no contribuye al crecimiento de su representatividad. Tampoco el hecho de que el 30% de los votos en 2003 fueron a parar a partidos sionistas. Los sondeos predicen ahora que este porcentaje se reducirá al 15%.

Balad es un partido nacionalista que reconoce el Estado sionista, pero rechaza su identidad exclusivamente judía. "Queremos igualdad de derechos", afirma en su casa el activista Ahmed Abu Husein. Su formación aboga por la creación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza, y choca frontalmente con Hadash, un grupo socialista que impulsa la integración de árabes y judíos -un sobrino de Benjamín Netanyahu, líder del Likud, se presenta en su lista en un puesto simbólico- y que preconiza la existencia de dos Estados desde hace 40 años. "Luchamos por los derechos de los trabajadores, sin importar su religión o raza", señala Murid Farid, jefe del comité electoral en Umm al Fahm.

Y en este aspecto se da de bruces Hadash con el PDA y con Balad, que sólo admiten palestinos en sus listas. Disponían juntos en la Cámara disuelta de ocho de los 120 escaños y será complicado que, dada la baja participación que se pronostica entre los árabes israelíes (alrededor del 50%), superen esa cifra. "¿Y para qué nos valió votar?", piensan muchos.

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