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Columna
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El crimen de la ruta de los pantanos

Éste es un mundo paradójico, es decir, dos cuartos de paranoia y otros dos de lógica, y por eso el ser humano igual inventa una vacuna que un arma química, lo mismo llega a Marte que destruye su propio planeta con un ensañamiento increíble de jabalí herido en una pata. "O sea", se dijo Juan Urbano, "que aquí no se va a ninguna parte sin llevar dos velas, una para Dios y otra para el Diablo." Estaba Juan Urbano en una terraza, con el periódico en las manos, pensando en su chica y filosofando al sol, como de costumbre, y acababa de leer tres noticias que, aunque daban la impresión de pertenecer a realidades y mundos distintos, se referían todas a éste. Por un lado, un informe de la ONU aseguraba que en estos momentos hay 76.000 especies en peligro de extinción y que la Tierra sufre la mayor pérdida de biodiversidad desde la desaparición de los dinosaurios. Por otra parte, unos investigadores del zoológico habían logrado la reproducción en cautividad por primera vez de una rara clase de iguanas. En tercer lugar, la Comunidad había sido denunciada por 168 científicos ante la Comisaría de Medio Ambiente de la UE, para intentar detener el proyecto de convertir la carretera de los pantanos en una autovía, lo cual supondrá cometer un crimen ecológico de primera magnitud.

A los responsables de la Comunidad les importa tan poco la defensa de la naturaleza y tanto la suma de dinero y poder que obtienen de cada uno de sus procesos especulativos, que en este asunto de la M-501, y dispuestos a combatir con uñas y dientes los argumentos botánicos y biológicos que les presentan los ecologistas, el Consejo de Investigaciones Científicas y, ahora, el Defensor del Pueblo y estos 168 científicos que anuncian una catástrofe si se ejecuta la obra, han llegado a poner sobre la mesa lo que se está convirtiendo en la moneda de cambio favorita de los dirigentes del PP: los muertos. Eso es, lo mismo que hacen con las víctimas del 11-M o las de ETA, pero aquí localmente y con los muertos por accidentes de tráfico: la autovía reducirá la siniestralidad de esa zona. "Últimamente, los muertos tienen tanto valor en el mercado de la política que, como la cosa siga por ese camino, dentro de poco, en lugar de enterrarlos en los cementerios, va a ser mejor guardarlos en los bancos, a un 15%", se dijo Juan Urbano.

A nuestro personaje favorito de los jueves, con todo, le aliviaba que la Unión Europea se hubiese metido una vez más por medio, ya que su teoría era que ése es el único modo de que los desmanes se puedan detener. De hecho, el Tribunal de Justicia Europeo también acababa de hacer pública una sentencia por la cual las obras que se llevan a cabo en las ciudades del continente están obligadas a pasar una declaración de impacto medioambiental. En Madrid, las obras de la M-30 no han querido pasar ese trámite, y tal vez ahora tengan que hacerlo. No servirá de mucho, porque en nuestra ciudad se sigue una estrategia de hechos consumados: primero traigo las excavadoras, luego al gabinete jurídico y cuando venga Europa con las rebajas, que me quiten lo que he excavado. Un poco bananero y tal, pero sin duda les funciona. Y, además, si la cosa se pone fea, siempre se puede prometer plantar en cualquier rincón otra Casa de Campo y otro Retiro, que si tiramos de hemeroteca ya van 10 ó 12, por lo menos. Es la ventaja de mentir: que las promesas nunca se gastan.

Hace tiempo que Juan Urbano, como mucha gente, ha llegado a la conclusión de que cuanto mayor sea el tanto por ciento de la política local y hasta la nacional que esté en manos de los organismos internacionales, mejor. "Porque, vamos a ver", razonaba: "La perspectiva mejora la visión y la distancia mitiga las tentaciones. Los que están más lejos de las cosas, tienen menos intereses en ellas y, por tanto, les resulta muy sencillo mantener las manos limpias". De manera que al cerrar el diario se sintió bien y miró a su alrededor con la idea de que alguien lo defendía y de que tal vez unos cuantos árboles serían salvados de las sierras mecánicas. "La felicidad es una palabra abstracta compuesta por unos cuantos placeres concretos", dice Voltaire, y Juan Urbano se acordó de esa frase, mientras tarareaba, calle Mayor abajo, las dos notas del nombre de su chica, pensó que estaba muy de acuerdo con eso. Es que ya lo ven, como dicen los franceses, "pase lo que pase, al final nunca se puede detener a Voltaire".

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