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El último dictador de Europa

Alexandr Lukashenko llegó al poder en 1994 como un paladín de la justicia social, y poco a poco fue forjando un Estado a su medida

Pilar Bonet

Los enemigos acérrimos de Alexandr Lukashenko recuerdan de mala gana que, en gran parte, fueron ellos los que, en distintos momentos, ayudaron al presidente de Bielorrusia a escalar los peldaños del poder, en cuya cima se aposentó en 1994. En julio de aquel año, Lukashenko obtuvo más del 80% de los votos frente a su rival, Viacheslav Kébich, el jefe de Gobierno de Bielorrusia por entonces. Nadie ha discutido nunca el triunfo contundente de un político agresivo, que se presentó como un luchador contra los males de los confusos tiempos que siguieron a la independencia en 1991.

Lukashenko, de 51 años, calificado por la Casa Blanca como el "último dictador de Europa", creció como un chico de pueblo. Se crió, sin padre, en el pueblo de Shklovski, en la región de Vitebsk, de donde era oriunda su madre. Estudió con becas en el Instituto Pedagógico de Mogiliov y se diplomó como profesor de Historia en 1975. Ocupó un puesto de propagandista en las Juventudes Comunistas, y en 1979 pidió al jefe del Partido Comunista de Mogiliov que hiciera realidad su sueño de dirigir una explotación agrícola. El funcionario aconsejó al joven que se preparara y, en 1987, el partido le recomendó para el puesto de director del sovjos Gorodets.

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Como prometedor dirigente agrícola, participó en reuniones políticas en la época de la perestroika e hizo campaña por el "arriendo" de la tierra. Ya entonces reveló su genio y talante al golpear a campesinos que no cumplían con sus exigencias. Uno de sus biógrafos constata la absoluta sangre fría con la que Lukashenko negó haber propinado aquellas palizas, de las que había numerosos testigos, y se limitó a afirmar que todos los que le acusaban eran canallas dispuestos contra él.

En 1990, Lukashenko fue elegido diputado del Parlamento bielorruso, donde coqueteó con los liberales y luego fundó el grupo de Comunistas por la Democracia. Gran apologeta de la URSS, Lukashenko no estaba en la sala cuando la cámara votó a favor del acuerdo que disolvió aquel Estado. En 1993, Lukashenko pasó a dirigir una comisión parlamentaria creada para investigar las actividades comerciales de empresas próximas al poder, y fue esta plataforma la que le dio popularidad.

Al llegar a la presidencia del Estado en 1994, comenzó a frenar las reformas dirigidas hacia la creación de una economía de mercado, congeló las privatizaciones, restableció los precios regulados y creó un sistema de garantías sociales mínimas. La gran confrontación con los liberales estalló en 1996, cuando 70 parlamentarios le acusaron de violar la Constitución y exigieron que la cámara, de 110 legisladores, votara una moción de censura contra el presidente. Como respuesta, Lukashenko convocó un referéndum que le permitía ampliar a siete años su mandato y disolver de paso el Parlamento. El referéndum, en el que Lukashenko asegura haber obtenido un apoyo del 70,5%, permitió al presidente clausurar el Parlamento y crear uno nuevo a dedo.

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Lukashenko, que en su día elogió a Hitler, dirige Bielorrusia como amo y señor, ayudado por sus fieles colaboradores, como Víctor Sheiman, un militar que hoy es el jefe de su Administración. El líder bielorruso ha cultivado las relaciones con Rusia (unida a Bielorrusia por un tratado de futura unión) y con la antigua Yugoslavia (con la que en 1999 propuso crear una unión eslava en la que participaría, además, Rusia). También tuvo estrechas relaciones con Irak en tiempos de Sadam Husein y se ha beneficiado de la venta de armas.

En el plano personal, Lukashenko vive separado de su esposa, una campesina que ha preferido quedarse en su pueblo que acompañarle a Minsk, y ha negado que conviva con su doctora personal, de la que supuestamente tiene un hijo, según llegó a decir por televisión el opositor Alexandr Kozulin. De su primera mujer, el líder tiene dos hijos, Víctor, al que nombró su ayudante en asuntos de seguridad del Estado, y Dmitri, que preside un club deportivo.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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