El Lute: "Me siento crucificado"
Eleuterio Sánchez, paradigma de la reinserción social con la democracia, revive los días de guardias civiles y juzgados tras la denuncia de su mujer por malos tratos
Hasta el pasado 28 de febrero, Eleuterio Sánchez era el paradigma de la reinserción social, el vivo ejemplo de la reeducación en prisión, un mito. Ese día, su mujer interponía una denuncia en el cuartel de la Guardia Civil de Punta Umbría por un presunto delito de malos tratos. Al día siguiente, en el Juzgado número 4 de la Audiencia Provincial de Huelva se le imponía una multa de 2.000 euros y una orden de alejamiento. "He pasado de héroe a villano de un tirón", dice el ex convicto salmantino, de 63 años.
Hacía tiempo que no aparecía en las crónicas de sucesos. Llevaba lo que se suponía era una vida tranquila en su chalet adosado de Tomares, a las afueras de Sevilla. Solía pasar tiempo en casa, según cuentan sus vecinos. Una casa de 300 metros cuadrados que destaca por la techumbre de lona verde que decidió levantar para proteger su Audi de la lluvia. Un pequeño limonero y unas cuantas plantas abandonadas flanquean la entrada a esta vivienda de paredes blancas, teja roja y ventanas enrejadas. Allí escribía, preparaba sus conferencias, y salía de viaje de cuando en cuando para presentar las reediciones de sus libros autobiográficos. Este mes tenía cinco conferencias programadas. Tenía.
"Dialécticamente puedo ser vehemente, pero nunca paso de ahí", dice Sánchez
Decidió retirarse de la primera línea de la actividad pública hace 18 años. Huyó de Madrid en 1988, cansado de acudir a manifestaciones a sujetar pancartas, harto de ser convocado en distintos foros intelectuales por su condición de ex preso que se sacó la carrera de Derecho en prisión y consiguió dar la vuelta a una vida de detenciones y fugas: "Me sentía caricaturesco, vivía de la gloria pasada". Fue en 1988 cuando se trasladó a Sevilla para trabajar como documentalista en El perro verde, programa de Jesús Quintero, y cuando conoció a Carmen, con la que se casaría nueve años más tarde. Ella tenía 27 años; él, 45.
Muchos vecinos de Punta Umbría desconocían que tuviera un apartamento en tercera línea de playa. No sabían que veraneaba en ese edificio de ladrillo visto hasta que saltó la noticia. A él le gustaba pasar allí sus vacaciones, desapercibido. Para estar tranquilo. Hoy, en Punta Umbría, todos saben que El Lute tiene allí casa.
A las 12.15 del 28 de febrero, la Guardia Civil recibía una comunicación y le sorprendía en la Avenida de las Rías discutiendo con su esposa. Pero Eleuterio ya llevaba tres días en Punta Umbría, según él mismo cuenta. Se le suponía de viaje en Santander, llamó a su esposa para decir que la cosa se alargaba, que se quedaría allí unos días más, pero había diseñado una estrategia para sorprenderla junto a "su acompañante". Sin pasar por su casa de Sevilla, se trasladó directamente a la localidad onubense para comprobar si era cierto lo que lo que le había dicho el detective que había contratado. Quería verlo con sus propios ojos. Aquella mañana, por fin vio a Carmen "y a su acompañante", y empezó a disparar con la cámara. "Lo hice muy mal, me sorprendieron enseguida". Se acercó a tres metros del "acompañante" y le gritó: "Tú, fuera". Y el hombre "salió medio corriendo, era muy machote", relata Eleuterio. "¿Ahora qué, ahora me lo vas a negar?", le espetó a su esposa. Ella se quedó "paralizada, atónita y temiendo mi reacción", prosigue Sánchez, que la conminó a que entraran en el coche. "Mi reacción fue increíble: verla tan sorprendida y asustada fue suficiente satisfacción". A los dos minutos, llegaba la patrulla de la Guardia Civil. Cuarenta años más tarde, el uniforme verde, de nuevo en su camino. Cuarenta años más tarde, pasando de nuevo noche en el calabozo.
Ésta es la versión de Eleuterio Sánchez de lo sucedido aquella mañana. Su mujer no quiso hacer declaración alguna. "Cometí un error", dice Sánchez. "Soy muy personalista, me gusta intervenir y quise ser el testigo".
El abogado de Carmen, Jesús Molina, insiste en que ella se ratifica en todo y que la vía penal sigue su curso. No quiere añadir nada más. Ahora, de lo que se trata es de ver cómo se consigue el divorcio y la liquidación de bienes. Las diligencias ya han sido remitidas al Juzgado de Violencia Doméstica de Sevilla, que se hace cargo del caso.
"Parecían una pareja feliz, solían irse a la compra de la mano", cuenta una vecina de la urbanización de Tomares. "Si alguien le decía Lute, siempre pedía que le llamaran Eleuterio", añade otro. "Yo jamás he escuchado gritos ni nada, eran muy cariñosos", dice un vecino más cercano. "Ella era muy callada y muy buena persona", asegura un cuarto. No quieren dar su nombre. Los amigos de la pareja tampoco quieren hablar.
Eleuterio Sánchez confiesa que llevaban año y medio en crisis. "Había aburrimiento, apatía, y una incomunicación relativa. Yo podía tener un desliz, o ella, no somos perfectos, pero eso no necesariamente tenía que significar la desunión de la familia". Su mujer le había planteado la separación en varias ocasiones, pero él se empeñaba en arreglarlo: "Quería salvar los muebles". Él asegura que jamás la pegó. "Dialécticamente puedo ser vehemente, pero nunca paso de ahí". Y agrega que un periódico madrileño publicó que hay un parte de lesiones, fechado el 17 de febrero, que no existe. La parte contraria mantiene que el parte existe. "Ella denuncia que el 17 de febrero se produce una agresión", cuenta Eleuterio Sánchez, "y que fue a un ambulatorio". El día 16, dice, él estaba en el hotel Palace de Madrid en unas entrevistas y el 17 viajó a Santander a una presentación de su libro.
La denuncia que presentó Carmen en Punta Umbría no fue porque El Lute la agrediera aquella mañana. Denunciaba que los malos tratos venían produciéndose de forma habitual y pidió la orden de alejamiento porque se sentía amenazada. El juez también decidió, como medida cautelar, que se mantuviera alejado de sus dos hijos durante treinta días.
La noche que Eleuterio Sánchez pasó en el calabozo de Punta Umbría fue bien distinta a la de aquellos 12 días en la célebre DGS de la Puerta del Sol. Corría el año 65 y siempre recordará la falta de luz diurna, la bombilla eternamente encendida, los portazos cuando abrían o cerraban la celda. Le aplicaron la ley de bandidaje y terrorismo y no consiguió salir de prisión hasta 1981. No se le otorgó la libertad en la amnistía del año 78. Tan sólo un régimen abierto. "Fue muy duro, me obligaron a ser mi propio carcelero". Dice que es lo peor que le pueden hacer a un fuguista, que le dejen la puerta abierta. Abierta le dejaron la puerta del calabozo en Punta Umbría, según cuenta. "Se portaron muy bien, fuimos a picotear a un bar de enfrente, el Old Tavern, en plan colegas", recuerda.
La casa que tiene Eleuterio al lado de su adosado en Tomares se alquila y también es suya. Dice de hecho que una de sus ocupaciones actuales es administrar "su pequeño patrimonio". Lleva publicados cinco libros. De la reedición de Camina o revienta lleva vendidos 17.000 ejemplares, según cuentan en la editorial cordobesa Almuzara. Ahora prepara un libro sobre los mercheros, que comparten con los gitanos el nomadismo, pero no son gitanos.
Eleuterio eleva el puño al cielo y clama contra "un país de manolas, toreros y culebrones". Rompe un extremo del sobre de azúcar que estaba abriendo, lo lanza con rabia, y el papelillo blanco cae en la infusión de menta poleo que está a punto de tomar. Las lágrimas empiezan a deslizarse por los surcos profundos de su piel. "Me siento crucificado. Me han impedido ver a mis hijos, no puedo ni siquiera contestarles si me llaman al móvil", dice. Tiene cinco hijos. El mayor ya tiene 45 años y es camionero. Los dos que tuvo con Carmen, enfermera, son una chica de 13 años y un chico de 15.
Sostiene que la ley contra la violencia de género es injusta y que eso genera más violencia. Piensa escribir un artículo al respecto cuando tome algo de distancia, cuando no se note que respira a través de las heridas. "Es arbitraria y unilateral, y por ello, anticonstitucional: sólo se escucha lo que diga la mujer, al hombre no se le escucha".
Terminado el encuentro, Eleuterio Sánchez se aleja caminando por el arcén de la carretera, las manos en los bolsillos, cabizbajo.
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