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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Atraco a México

Edificada en torno al 14 de septiembre de 1847, el día en que la bandera de Estados Unidos fue izada en el corazón de la Ciudad de México, La invasión, la última novela de Ignacio Solares, propone hechos, reflexiones y debates de gran actualidad. Porque de aquellos polvos decimonónicos, en los que Estados Unidos desmintió todas las pretensiones antiimperialistas de sus padres fundadores y arrebató militarmente a México más de la mitad de su territorio -primero Tejas y luego Nuevo México, Arizona y California-, vienen los lodos que hoy tienen al siglo XXI en vilo. Dice Abelardo, el protagonista de La invasión, al poco de comenzar la novela: "Ya estaba ahí, en el aire de la mañana transparente, lo que tanto temimos desde meses atrás, la bandera flameante de las barras y las estrellas, símbolo del abyecto poder que intentaba sojuzgar a todas las naciones y a todas las culturas del siglo XIX". Es altamente improbable que alguien dijera eso en 1847, puesto que Estados Unidos gozaba entonces de un prestigio fresco e inmenso entre el progresismo mundial, pero retrospectivamente, a la luz de lo ocurrido desde entonces al año 2003 en Irak, pasando por Cuba, Vietnam y todo lo demás, millones de personas suscribirían hoy esa frase de Abelardo.

LA INVASIÓN

Ignacio Solares

Alfaguara

Madrid, 2006

298 páginas. 18 euros

Más información
"El novelista llena los huecos que deja la historia"

Pretenden los norteamericanos que, a diferencia de los europeos, su poderío en la escena internacional nació puro e inocente, resultado tan sólo de las ideas y el libre comercio. Esto es falso. Sin que ello sea incompatible con las virtudes de la libertad de expresión y del equilibrio entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, la superpotencia norteamericana arranca de un triple pecado original: el expolio del indio, la esclavitud del africano y el robo al mexicano. En lo último, y es el segundo gran tema de reflexión que aborda la novela de Ignacio Solares, coadyuvó de modo capital la incapacidad de México, aún no completamente superada, para dotarse de gobernantes dignos de las extraordinarias posibilidades de un país extenso, bien poblado, de cultura inagotable y rico tanto en recursos naturales como en talento. Mediado el siglo XIX presidía México el apendejado general Santa Anna, al que el doctor Urruchúa, uno de los personajes secundarios de La invasión, sólo le encuentra la cualidad de que "no babe". Con Santa Anna, como tantas otras veces en su historia posterior, los mexicanos sólo podían decir aquello de "ya nos cargó la chingada". Tremenda desgracia de un gran país.

No todo es guerra, sin embargo, en esta novela. Con ese trasfondo -que, como señala Ignacio Solares, quizá sea el que más une a la gente-, Abelardo y Urruchúa platican mucho, y de modo muy interesante, sobre higiene y medicina; y el primero, el protagonista, vive una relación amorosa con una jovencita, Isabel, al mismo tiempo que fantasea con su madre, doña Isabel. Novela, en fin, que evoca un país y un tiempo no tan lejanos, La invasión deja al lector la propina de unas cuantas sentencias restallantes, como ésta del padre Jarauta, un cura español que combate sin piedad a los invasores norteamericanos: "Lo contrario de la muerte no es la trascendencia, ni siquiera la inmortalidad. Lo contrario de la muerte es la fraternidad".

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