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Columna
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Réquiem por un bar

Estamos de noramala los ciudadanos. Unos pocos porque se cierra, de manera definitiva, un establecimiento público que había conseguido algo difícil: la solera, el punto de referencia. No puede decirse que fuera popular; no alcanzó, como el celebérrimo Chicote, en la Gran Vía, tener chotis, aunque su autor, el mexicano Lara, no hubiera puesto los pies junto a su barra, antes de escribir la conocida pieza. Alguna vez he hablado en esta columna de "Balmoral", lugar de encuentro de gente muy variada, siempre protegida la intimidad de sus clientes. Se inauguró el año 1955 y ahora la piqueta inmobiliaria lo va a echar abajo el 17 de marzo.

Hay que ser considerados con la verdad y, para quienes sintiesen curiosidad por conocer la auténtica historia del triste final, rindamos el último homenaje a su memoria y su larga y prudente historia. En aquellos taburetes y aquellas mesas, diseñadas con magnífica técnica ergonómica, transcurrieron muchísimas jornadas de mi vida y la de muchos madrileños. Clientes fieles y cotidianos, otros casuales, bastantes simplemente de oídas.

Podría definírsele como el paradigma del antiguo régimen, aunque -en mis recuerdos- no hubiera una sola bronca por cuestiones políticas, frecuentado como fue por personas de toda condición. Durante bastantes años se vieron uniformes militares -dada la proximidad del antiguo Ministerio del Ejército- que acudían a mitigar la sed vestidos de lo que eran: oficiales, jefes o generales de la milicia. De llevar sable lo dejarían en el guardarropa, siempre bien custodiado por una encargada fiel, que ha ido renovándose con los tiempos. Se recordaba el paso de un capitán general de Andalucía que, en sus frecuentes escapadas a la capital, agarraba unas cogorzas monumentales y se quedaba profundamente dormido, hacia las tres de la tarde, sopor respetado por contertulios y camareros. Al despertar, se ajustaba el fajín, pedía la cuenta y regresaba a su capitanía. Concurría -hasta ahora, con la pena en el corazón- un grupo numeroso de aficionados a los toros, y con esto quiero especificar que eran ganaderos y muy entendidos en el asunto. Y altos y medianos empleados de banca; monárquicos que iban o venían de Estoril, como el que va al fútbol, y lo digo por la asiduidad, sin comparaciones enojosas. Diplomáticos, políticos jubilados o en expectativa de destino, ya que parece habitual en las dictaduras y en algunas democracias que los ministros y altos funcionarios aparatchik no se barajen con la plebe, en tanto dura el mandato. Cesados o cesantes se vuelven personas amabilísimas, serviciales, confianzudas, lo que hace pensar que sería un acierto reclutar a los altos servidores del Estado entre los despedidos. Íbamos periodistas de diferente pelaje, abogados de renombre, médicos, ingenieros (los supervivientes de tal estamento han permanecido fieles hasta el final) y la mayoría no volvía a verse en sitio alguno que no fuera su acogedor ambiente. Se cierra, porque el edificio ha sido adquirido por una sociedad constructora. El bar, nacido hace 56 años, en régimen de inquilinato, vuelve a tener la utilidad y cometido originales. Cuando se construyó la casa aquello era el garaje, tiempos en que poca gente tenía coche.

No es, en puridad, un atropello inmobiliario, sino la subyugación ante el automóvil, indispensable en estos edificios mayoritariamente destinados a oficinas, cuyos empleados, de la cabeza a la cola, suelen vivir en las afueras y la infraestructura locomotriz sigue alejada de las posibilidades económicas de la mayoría, que no puede habitar el centro de la ciudad. Se acabó: alcemos la copa en memoria de uno de los más gratos lugares de Madrid. Puede que en el único sitio donde lo celebren sea en la concejalía de tráfico urbano, que verán escapar de la furia recaudatoria de los parquímetros a docena y media de vehículos, aunque algo se les ocurrirá para montar una trampa en el primer tramo de la calle Hermosilla, que es donde ha estado Balmoral. Porque no pueden considerarse como una medida disuasoria. En ese sentido, las zanjas, baches y obras permanentes ya hacen suficientemente incómoda la estancia en la capital. El parquímetro vendría a ser la puntilla.

Nota Bene.- La otra semana reprochaba al Ayuntamiento su desdén hacia personajes como Ramón Areces y Pepín Fernández, creadores de El Corte Inglés y Galerías Preciados. El segundo tiene una estatua en la plaza del Carmen. Quede remediado y perdonado el olvido. E. S.

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