La música de nuestros sueños
Por 2,95 euros cada día EL PAÍS ofrece el lunes y el martes, en dos entregas, la ópera 'La flauta mágica'
Con "la música de nuestros sueños", expresión que el escritor y filósofo Rafael Argullol utiliza para referirse a La flauta mágica, termina la próxima semana la colección de 30 volúmenes que el diario EL PAÍS ha dedicado a Mozart con motivo del 250º aniversario de su nacimiento. Con la Filarmónica de Viena y una selección de conciertos para piano se comenzó, y con la misma filarmónica y la ópera más popular del compositor salzburgués se culmina esta aventura musical. Es de cajón la elección, porque la orquesta vienesa continúa siendo la embajadora de honor del sonido mozartiano. Tiene ese privilegio sustentado en la tradición y el estilo. La dulzura en el fraseo de las cuerdas, el espíritu ligero desde un virtuosismo elegante, la impagable naturalidad. La versión de La flauta mágica es de 1955 y procede de una grabación en Viena dirigida por un mozartiano tan de libro como Karl Böhm. Como de libro es el canto de tenor de Leopold Simoneau, un lujo en el personaje de Tamino, aunque no el único, porque como segunda dama de la Reina de la Noche canta nada menos que Christa Ludwig. En fin, los papeles de cabecera están defendidos por Hilde Guiden como Pamina, Walter Berry como Papageno, Kurt Böhme como Sarastro, y Wilma Lipp como Reina de la Noche.
Así como quien no quiere la cosa se ha afirmado unas líneas más arriba que La flauta mágica es la más popular de las óperas de Mozart. Es a la que los mayores llevan a los niños a modo de ceremonia de iniciación, pongamos por caso. Sin embargo, es un título complejo, con un libreto confuso y un juego de líneas argumentales cruzadas de difícil acceso. Las razones del irresistible magnetismo de La flauta mágica se encuentran en su gran mayoría en la música, "la más armónica y melódica" de todas las óperas de Mozart, según José Luis Téllez. Algunos de sus personajes ejercen asimismo un hechizo muy especial, desde la Reina de la Noche, con sus dos arias llenas de endemoniadas agilidades y su ambigüedad entre el bien y el mal, o el "hombre-pájaro" Papageno, de una sencillez y bondad que predispone a un sentimiento de cercanía. Sarastro, por otra parte, desprende misterio, y la pareja de Tamino y Pamina, un sentido idealista y puro de la existencia. La personalidad y atractivo de los personajes, o de algunas situaciones -la superación de las pruebas del agua y el fuego, el poder de la flauta o las campanillas- se integran en una estructura de cuento popular, que facilita un acercamiento de todo tipo de públicos. El lado masónico de la obra, o de camino hacia un mundo de sabiduría, suele quedar en un segundo plano en cuanto a la percepción general, aunque Mozart puso en ello una considerable carga de sus energías.
La fantasía ocupa un lugar decisivo en esta ópera mozartiana. Es una fantasía en cualquier caso inocente, con una fuerte dosis de idealismo, sensible a la mirada de un niño. El cineasta Ingmar Bergman persiguió durante muchos años poner en imágenes cinematográficas esta ópera y cuando al fin se estrenó su versión fílmica en 1975, lo hizo bajo el signo de la sencillez escenográfica, y sobre todo contempló la historia a través de los ojos de personas de toda clase y condición, y especialmente con la ilusión de una mirada infantil ya desde la misma obertura. "Aquí está la noble magia del teatro de la ilusión", dijo el cineasta sueco. "Nada es, todo representa. La idea fundamental era acercarse a las personas del cuento. Los ilusionismos y los milagros escénicos ocurren como de paso: de pronto el patio de un palacio, de pronto nieva, de pronto un muro de cárcel, de pronto es primavera". La película de Bergman es uno de los hitos más conseguidos de una ópera vista desde el cine. Como en otro sentido, la puesta en escena del pintor Achim Freyer desde un escenario circense representada en Salzburgo o la de Robert Wilson en París suponen dos monumentos a la imaginación teatral.
Sin necesidad de contar con el apoyo de las imágenes, La flauta mágica tiene un encanto musical incuestionable. Es un excelente colofón para este viaje mozartiano. Como Tamino y Pamina se han merecido ustedes entrar en este mundo del placer y la sabiduría musicales.
Babelia
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