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Columna
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Jeanne y Marguerite

Vicente Molina Foix

A la historia del cine le faltaría sin ella todo un capítulo. Sólo el incompleto recuento (de la A a la W) de los directores con quienes ha trabajado estremece: Welles, Varda, Truffaut, Tony Richardson, Malle, De Sica, Buñuel, Peter Brook, Jacques Becker, Angelopoulos, Antonioni. Y luego están las películas, entre muchas maravillosas, algunas de las más legendarias y definitivas del séptimo arte: Jules y Jim, La noche, Eva, Campanadas a medianoche. Es una mujer con un largo pasado, pero yo quiero hablar de su presente.

Ha andado esta semana por Madrid Jeanne Moreau, que tuvo la modestia de intervenir tres tardes seguidas en el homenaje que el Instituto Francés le dedica a lo largo de todo este mes a Marguerite Duras, y cada vez que habló, ante el público o en pequeños grupos, mostró, al tiempo que su ágil figura y su ahora reposada belleza de mayor, una inteligencia, una desenvoltura y un sentido del humor que se suman irresistiblemente a lo que todos atesoramos de ella: la memoria viva de una de las más grandes intérpretes del siglo XX.

El lunes habló antes de que se proyectara la película de Josée Dayan Aquel amor (Cet amour-là), una de las últimas suyas (aunque no hay que olvidar su breve e inolvidable papel de abuela del protagonista en la mucho más reciente El tiempo que queda, de Ozon). En esa película de la directora Dayan, Moreau hace de Duras, pero tanto en su intervención oral del lunes como en los demás coloquios y confesiones del martes y el miércoles, la Moreau nunca quiso lucir el brillo de su innegable estrellato, limitándose siempre al rol de admiradora, actriz ocasional y amiga de la escritora y cineasta francesa.

Jeanne y Marguerite intimaron a raíz del rodaje en 1972 de Nathalie Granger, una de las primeras películas realizadas por la autora de El amante. Fue, como la mayoría de las empresas cinematográficas de Duras, un rodaje, más que modesto, de arte póvera, no cobrando ni un céntimo por su trabajo en el filme ninguno de los participantes, que incluían, junto a la Moreau, a Lucía Bosé, Gérard Depardieu y el gran operador Ghislain Cloquet. Realizada en la mansión campestre de la directora, quien cada mañana, antes de preparar las filmaciones del día, iba al mercado local, hacía la compra y cocinaba para el equipo, Nathalie Granger cuenta una historia tenue, vaciada de peripecia y muy inquietante, en la que queda de manifiesto y añade mucho cuerpo la entrega total de sus tres magníficos actores, los cuales, acabado el rodaje y la cena diaria, ayudaban a Marguerite a lavar los platos; Jeanne, que odia esa parte de las tareas domésticas, es sin embargo muy buena secando, y fue por tanto ella la encargada de que cada noche quedasen las copas y los cubiertos secos para el desayuno casero del día siguiente.

En los años posteriores a ese rodaje, Jeanne y Marguerite se veían asiduamente, daban cenas de platos preparados a sus invitados en casa de la Duras, y sobre todo eran compañeras de viaje, las dos solas, en largas incursiones nocturnas por los barrios periféricos de París, donde bebían y conocían a "hombres muy bellos". Duras exploró en su vida y en muchas de sus mejores obras el límite de los amores desiguales y socialmente prohibidos, y Moreau hizo en Madrid una apología de esa "experiencia del abismo" de su amiga.

No volvieron a trabajar juntas, ni en cine ni en teatro, si bien Moreau puso su extraordinaria voz a la narradora de la ilustrativa adaptación cinematográfica que Jean-Jacques Annaud hizo de La amante. Aun así, queda claro en las entrevistas y documentales que se pasan estos días (y las semanas próximas) en el Instituto Francés, como complemento de las películas y las mesas redondas, que Duras también adoraba y admiraba a Moreau. En la entrevista con Dominique Noguez hay un momento elocuente y divertidísimo (algunos lectores menosprecian el singular sentido del humor de la novelista) en el que Marguerite demuestra, comentando sólo cómo limpia de migajas una mesa en un plano de Nathalie Granger, el dominio, la sencillez, la profunda experiencia vital de la Moreau. A cambio, reveló ésta, Duras estaba fascinada por los desengaños que la actriz sufría en su agitada vida sentimental, y -especialista literaria en los "males del amor"- le preguntaba cada noche al encontrarse ambas: "¿Has sufrido hoy, Jeanne? Cuéntamelo".

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