Viva la cáscara
Los artistas y los intelectuales no entienden de política. Y como prueba ahí está Llorenç Barber. El compositor y director musical, artífice de uno de los conciertos inaugurales del Palau de les Arts, se ha descolgado con unas declaraciones en las que arremete contra la flamante sala de conciertos. El Palau de les Arts -ha dicho- "es una barbaridad enorme que tiene mucho que mostrar desde el punto de vista escultórico pero dentro de la cáscara no hay nada, sólo hay muchos problemas".
Barber debe de ser un antiguo, pues usa la palabra cáscara como sinónimo de imagen externa, de impresión puramente superficial. Además, le otorga una connotación negativa. Y nada más lejos de los tiempos que corren. El último ejemplo lo ha dado la Sindicatura de Cuentas que, de repente, ha encontrado justificación para los gastos de representación social (charcutería, cosméticos, regalos de bodas, joyas...) que por 6.794 euros el ex director del Instituto Valenciano de Finanzas, José Manuel Uncio, cargó al erario público. ¡6.794 miserables euros!... eso no era más que la cáscara de su gestión, gastos de imagen, de representación social.
El propio Palau de les Arts es un ejemplo de la importancia de la cáscara. Un edificio cuya forma evoca un casco y que Ricardo Muñoz Suay llamaba el armadillo, porque le recordaba a este curioso mamífero capaz de enrollarse en su caparazón. Un edificio que crece en importancia cada día, pues sus obras tienen un sobrecoste de, por lo menos, el 261%, según detectó la comprensiva Sindicatura de Cuentas a 31 de diciembre de 2004. Tanto crece la deuda, tanto vales.
El monumento a la cáscara será, si algún día se consuma, la ampliación del IVAM, la famosa piel, la cáscara por antonomasia, proyectada por los arquitectos de Sanaa. Aunque no parece que las obras vayan a empezar, se llevan gastados 4 millones de euros, que de momento solo sirven para inquietar a los vecinos afectados por las expropiaciones y que todavía no han sido realojados.
Pero la auténtica experta en cáscaras es, sin duda, Rita Barberá. Ahora ha convencido a la depauperada Generalitat de Francisco Camps para que se pague unas obras de embellecimiento de la ciudad. Quieren que la ciudad que vea el Papa y los fieles que acudan al Encuentro Mundial de Familias esté reluciente como una patena. Especialmente le preocupa a la alcaldesa el aspecto de los accesos a la ciudad. Barberá ha conseguido que la Generalitat ponga en marcha un plan de embellecimiento, ajardinamiento y mejora viaria de los principales accesos urbanos que, según coinciden unos y otros, están hechos unos zorros. Solares sucios, escombreras, coches abandonados, huerta degradada, vallas publicitarias ilegales, montañas de contenedores y otros incordios reciben al visitante produciendo una mala impresión de la ciudad. Los responsables del plan pretenden "suavizar visualmente" los accesos a la ciudad mediante el camuflaje de las zonas degradadas, la instalación de jardineras, de toldos o incluso de muros de hasta siete metros que tapen los desastres.
El plan de la alcaldesa es enormemente pragmático ¿para qué meterse en complicadas reformas urbanas? ¿qué verá el visitante cuando llegue a la ciudad? Los accesos, una parte del centro, la Ciudad de las Ciencias, el puerto y las playas. No es que los accesos estén especialmente degradados, lo están en la misma medida que el resto de la periferia urbana. El problema es que el visitante los ve. La oposición no ha dudado en criticar a la alcaldesa. La concejal de Esquerra Unida Victoria González ha dicho que Barberá "sólo intenta tapar las vergüenzas de la ciudad sin solucionarlas realmente". ¿Vergüenzas, qué vergüenzas? Hace unos meses Mari Carmen Gans, directora del Colegio Santiago Apóstol de El Cabanyal, recodaba algunas: hay muchas Calcutas en Valencia, decía en este periódico. Niños a los que hay que duchar y darles de desayunar en el colegio porque no tienen agua corriente en sus casas, ni unos padres que se ocupen de ellos. "Siento vergüenza de que en Valencia se estén moviendo cifras muy grandes y que aquí estén comiendo 28 niños de educación infantil y sólo 18 tengan beca de comedor del Ayuntamiento de Valencia". ¡Viva la cáscara!
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