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'Pentimento'

Fernando Savater

Lo confieso: fui yo quien abrió la caja de los truenos, al utilizar por primera vez la expresión "vencedores y vencidos" en mi alocución en Andoain el pasado 8 de febrero cuando conmemoramos el tercer aniversario del asesinato de Joseba Pagaza. Después la rebotó el Defensor del Pueblo y más tarde unos y otros, a favor o en contra. ¡Incluso hubo una votación en el Parlamento Vasco, a propuesta de Aralar, para decidir que cuando acabe el terrorismo en Euskadi no debe haber ni vencedores ni vencidos! Algún día contaremos lo que hemos visto y oído en estos tiempos y nuestros nietos intergalácticos no nos creerán. Claro que ya dará igual... La reacción más absurda es la de quienes se encabritan porque para ellos lo de "vencedores y vencidos" suena a guerra y en España no hay guerra. ¡Cuánta influencia tiene Spencer Tracy todavía en el imaginario colectivo! Como si no hubiera vencidos y vencedores en las competiciones deportivas, en las Opas empresariales y en las discusiones familiares acerca de veranear en el campo o en la playa. Allí donde hay pugna, enfrentamiento y resistencia puede hablarse de vencedores o vencidos. ¿Acaso no hubo -felizmente- golpistas vencidos y demócratas vencedores el 23F? ¿Todo el mundo quedó el día 24 igual de contento? ¿Volveremos al chiste de asegurar que cero grados supone que no hace ni frío ni calor? Porque en el País Vasco tenemos desde hace treinta años un "tejerazo" permanente y la violencia golpista se sienta en el Parlamento con uno u otro nombre. Tanto que ahora algunos ya hablan de la "mesa de partidos", que es el "pacto del capó" en versión local pero envenenado por muchas más complicidades...

Vencedores y vencidos, en el sentido en que estamos hablando, los habrá queramos o no. El Parlamento vasco puede decir misa (sacrificio, por cierto, para el que la mayoría de sus miembros están preparados profesionalmente) pero sus deseos de armonía universal no van a lograr que mañana asesinos y víctimas, terroristas y demócratas, constitucionalistas y separatistas, los que llevan décadas saboteando la España democrática y los que llevan décadas defendiéndola contra viento y marea... todos vean sus contrapuestos afanes satisfechos por igual (ni siquiera igualmente insatisfechos) tras el final de ETA. Alguien dijo con los ojos en blanco: "Ese día el león pastará junto al cordero". ¡Pero es que al león no le gusta pastar, tendrá que cambiar de dieta! De modo que gana el cordero. Patxi Zabaleta pone como ejemplo de solución sin vencedores ni vencidos la transición "cuyo éxito estuvo en que las víctimas de la dictadura franquista no exigieron ni venganza ni reparación, ni en muchos casos justicia". ¡Al contrario, hombre! Las víctimas del franquismo fuimos tan generosas porque comprendimos que habíamos vencido. Habría partidos políticos, incluido el comunista, habría sindicatos "normales", volverían los exiliados, se restauraría en sus cátedras a los profesores represaliados, la homosexualidad y el adulterio dejarían de ser delito, acabaría la censura cinematográfica, reinaría la libertad de prensa, tendríamos autonomías regionales, emblemas anatematizados como la ikurriña o la senyera ondearían sin problemas, etc., etc... ¿Acaso todo eso no es una victoria? ¿Los procuradores en Cortes que resignadamente votaron su autodisolución eran tan "vencedores" como los líderes políticos que salieron de la cárcel para ocupar sus escaños? ¿Al final del jaleo Utrera Molina estaba ni más ni menos feliz que Santiago Carrillo? La derrota social y política del franquismo fue tal que mereció la pena ser generoso con los franquistas: si se hubieran empeñado en mantener sus juicios y prejuicios, los demás no nos hubiéramos resignado tan dócilmente. De modo que en Euskadi esperamos que pase lo mismo. No sólo que renuncien a la violencia, la extorsión y la amenaza los que aún la ejercen, sino que quienes no han aceptado la Constitución y el Estatuto deban acatar la legalidad democrática que hemos defendido contra ellos, que puedan regresar los que tuvieron que irse presionados por los terroristas o los primos de los terroristas, que se "normalice" la política en Euskadi o sea que todos los proyectos constitucionalmente asumibles -incluidos los que pidan modificaciones constitucionales- puedan expresarse con la misma libertad y durante un tiempo suficiente que repare la opresión sufrida. Después... ya veremos, pero yo apuesto por la generosidad. Y nadie imagine el destino de los "vencidos" como un rosario de humillaciones: seguro que se adaptan tan rápida y excelentemente a la nueva situación como los antiguos franquistas a la democracia. De hecho, el mayor peligro será que empiecen a darnos lecciones constitucionalistas y antietarras a los demás, como suele suceder...

Con todo el respeto, esto no es un problema entre ETA y sus víctimas. Es natural que las víctimas pidan justicia, qué menos. Pero recordemos que la mayoría de las víctimas del terrorismo etarra (el islámico es otro cantar) no han perdido un pariente ni un miembro de su cuerpo, sino su capacidad de expresión política, quizá su puesto de trabajo o su lugar de residencia, su tranquilidad familiar y su tiempo, dedicado a reivindicar derechos en otras partes aburridos de tan comunes o a defender a cara descubierta la legalidad atacada por violentos y pseudopacíficos. Y éste es nuestro temor: que en efecto ETA suspenda estratégicamente los

atentados mortales, que entonces la mayor parte de España respire hondo diciendo "por fin la pesadilla ha acabado"... y que los constitucionalistas vascos nos quedemos solos frente a las concesiones políticas hechas a los amigos de los etarras, los cuales matonearían la política vasca en premio del esfuerzo que hacen para controlar a quienes son más reacios a dejar las armas (ya ha pasado en Irlanda, que tampoco en ésto es ejemplo a seguir, vid, Modelos para el final del terrorismo, de Rogelio Alonso, EL PAÍS, 1/3/06). Nosotros queremos que el final del terrorismo sea el comienzo de la normalidad política en Euskadi, donde hoy la única "anormalidad" es la hipertrofia nacionalista en todas las esferas sociales al amparo de las amenazas constantes de los violentos. Comprar el final de la violencia al precio de cualquier forma de refuerzo del nacionalismo sería como pretender auxiliar a alguien que se ahoga hundiéndole la cabeza bajo el agua.

Algunos claman porque los terroristas pidan perdón y den muestras de arrepentimiento por sus innegables fechorías. Confieso que a mí ese lenguaje -¡perdón, arrepentimiento!- me suena a cosa de curas o de culebrones. En la intimidad de cada cual, no es fácil saber en que consisten ni que oscilante sinceridad alcanzan tan ambiguos sentimientos. Puede que sea por mi incurable materialismo, pero yo sólo creo en un arrepentimiento: el de quienes fracasan. Los que ganan, no se arrepienten nunca; los que pierden, casi siempre. Gitta Sereny, en El trauma alemán, ha mostrado convincentemente cómo el arrepentimiento les llegó a tantos nazis alemanes o austriacos tras la derrota de Hitler. Y los más acendrados defensores de la invasión de Irak empiezan a arrepentirse -quizá inoportunamente- de ella ahora que tan mal van las cosas. Cuando decimos a alguien "¡te arrepentirás!" no profetizamos un sentimiento de culpa, sino el aviso de que quien creyó imponerse con malas artes constatará que ha perdido. Si los que pretendieron imponer su proyecto político por medio del terrorismo o aprovechándose de él constatan que al final del trayecto están más lejos que al comienzo de conseguir sus fines, seguro que se arrepentirán de lo que han hecho, lo reconozcan o no. Si obtienen finalmente ganancia, no sólo no se arrepentirán -digan lo que digan- sino que alentaremos a otros a emplear ese mismo sistema para sus propias reivindicaciones. Pura pedagogía social.

No es una declaración de arrepentimiento lo que necesitamos, sino más bien un pentimento. En historia del arte, pentimento es un cuadro que el artista ha modificado al pintar pero bajo cuyos trazos aún se ven formas del diseño anterior (Lilian Hellman denominó así bellamente su autobiografía). En Euskadi, no habrá normalidad democrática -que es algo más que "paz"- hasta que haya un pentimento en el proyecto nacionalista. La autodeterminación es un derecho sólo en situaciones coloniales y la ONU excluye explícitamente de su aplicación el desmembramiento de Estados democráticos. Los ciudadanos vascos tienen derecho a decidir, como cualesquiera otros de España, pero no solos, que es lo que exigen sin formularlo claramente los radicales. De modo que los nacionalistas tienen derecho a defender su proyecto político, pero no a convertirlo en un derecho humano fundamental ni mucho menos ligarlo al final del terrorismo.

Esto es lo que esperamos ver reconocido política y socialmente cuando acabe de una vez la coacción de los criminales. Entre tanto, es incomprensible que quien puede hacerlo no convoque de una vez oficialmente el Pacto Antiterrorista. Y que no se intente incorporar a él a esos nacionalistas que ya se van dando cuenta de lo que significaría para ellos el "éxito" posterior a ETA de los herederos de la violencia. O sea que, por favor, esta vez nos toca a nosotros decirlo: ¡que no nos crispen más!

Fernando Savater es miembro de la plataforma cívica Basta Ya.

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