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Reportaje:Identidad sexual

Transexuales en prisión, la doble condena

Se sienten presas de su cuerpo y además tienen que cumplir su pena en módulos llenos de hombres

Reyes es una mujer, aunque desde hace ocho años el espejo de su celda se empeñe en llevarle la contraria. Los 180 hombres con los que ha compartido esta larga temporada en el módulo cuatro de la prisión de Tenerife la llaman Ana o Negra, en honor a los rasgos que heredó de su madre africana, pero también hubo quien le gritó "¡José Ramón!", que es el nombre que le puso su padre, un militar español que la hizo vivir hasta los 21 años "con las manos en los bolsillos" para que nadie notara el vuelo de sus gestos.

Reyes, al fin y al cabo, sólo es un nombre de transición, que es también el estado actual de su vida. Condenada a 12 años de prisión por diversos delitos de robo, su buen comportamiento le acaba de abrir las puertas de la cárcel y ahora sólo tiene que ir a dormir. Logró cambiar legalmente su nombre original por el de Reyes, que tanto pueden utilizar hombres como mujeres, pero no podrá ser Ana hasta que se someta a una operación de cambio de sexo o cambie la ley. Detrás quedan los ocho años en los que se sintió encerrada en la doble cárcel de su cuerpo y del penal, pero por delante se le presenta una vida tan complicada al menos como la de muchos de los 8.000 transexuales que viven en España. "Por la noche, cuando me desnudo frente al espejo, me siento ridícula y lloro".

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Reyes se sienta en una cafetería del centro de Santa Cruz y emprende un viaje asfixiante al pasado: "Cuando entras en la prisión, lo primero que haces es buscarte al chico más kie [en el argot carcelario, el más duro, el jefe del patio] y ligártelo para que te proteja. Pero si no consigues tener una pareja que se haga cargo de ti, empiezas a tener problemas. Nosotras sólo somos objetos sexuales. Sólo se te acercan para pedirte sexo o tabaco, pero sobre todo sexo, siempre sexo. Si alguien se sienta a tu lado y te ofrece un café, ya sabes que luego te pedirá que le cosas una camisa o que le hagas una felación. Las conversaciones derivan enseguida en si me harías tal cosa o me chuparías tal otra. Me vi en un módulo con 180 chicos y caí en una depresión. Estuve cuatro años en tratamiento psiquiátrico. Pedí mil veces ir al módulo de mujeres, pero nunca lo conseguí. El director que estaba antes me dijo que lo había intentado, pero que la ley no lo permitía. Me he sentido muy sola, muy mal. He cumplido una doble condena".

El miércoles pasado diluviaba en Tenerife. Ántes de la hora del almuerzo, los presos del módulo cuatro paseaban tranquilos a resguardo del chaparrón. Un funcionario abrió una de las celdas y su inquilina se presentó como un colegial que recita su lección: "Mi nombre es Domingo Ramos Expósito pero me conocen como Laura. Me vengo sintiendo mujer desde que tengo uso de razón. Me gustaban las faldas, los tacones, las muñecas y cosas así. Estoy operada de los pechos, de las caderas, de la nariz... Ya me habré gastado en mi cuerpo como cinco millones de pesetas".

Reyes y Laura, aun teniendo tantos problemas en común, son como la noche y el día.

Laura, que está a punto de cumplir su condena de seis años por tráfico de heroína, explica su vida en una clave muy distinta: "Me siento mujer y debería tener derecho a estar en un módulo de mujeres, pero si me dieran a elegir ahora, me quedaría con los hombres. Nunca tuve problemas con los chicos. Y, sobre todo, desde hace un año, tengo novio. Nos conocimos aquí, es más joven que yo y nunca había tenido trato con ninguna persona transexual. Vivimos juntos, en esta celda. Antes de esta pareja, tuve otras relaciones, pero distintas. Esta es más sentimental, se ve más amor. Cuando yo salga, a él le quedarán todavía dos años más, pero lo esperaré". Laura está orgullosa del orden de su celda, donde los escudos del Barcelona se repiten como una letanía.

La situación de los transexuales en prisión es motivo periódico de polémica. Semanas atrás, María Jesús Lastra y otras dos internas de la prisión de Villabona (Asturias) iniciaron una huelga de hambre para reclamar sin éxito su traslado al módulo de mujeres. Los funcionarios de prisiones consultados admiten que no es fácil una solución global. Los casos de Reyes y Laura así lo atestiguan. Algunos, además, ponen sobre el tapete una pega añadida. ¿No puede ser peligroso internar en un módulo de mujeres a un varón, transexual o no, sin haberse sometido antes a la reasignación de sexo?

Reyes responde tajante a costa de su propio pudor: "Yo no soy un peligro. Yo no eyaculo. Tengo disforia de género. Carezco de testículos. Por el tratamiento hormonal, mi pene se ha reducido hasta quedarse prácticamente en nada. Qué riesgo podría correr una mujer conmigo o con otras como yo si a mí no me gustan las mujeres... Además, el tratamiento hormonal te hace estar como con la menopausia, sin apetito sexual. Tengo un pedazo de informe que me hizo el psicólogo en el que dice que yo nací en un cuerpo equivocado. Yo siempre he soñado con que me amaba un hombre. No somos un peligro para las mujeres, lo que pasa es que nadie quiere arriesgar nada por arreglar un poquito la vida de alguien...".

Reyes se despide. Tiene prisa. Mientras se levanta dice que está sola, que nadie es capaz de sentarse en una cafetería junto a ella y exponerse a la burla. En ese sentido, se siente todavía en prisión. Unos jóvenes, al verla marchar, le gritan "¡maricón!" y se ríen. Reyes no se vuelve. Ya dijo que tenía prisa. Tiene que hacerle la cena a su sobrina.

Laura Ramos, en su celda del Centro Penitenciario Tenerife II.
Laura Ramos, en su celda del Centro Penitenciario Tenerife II.PEDRO PERIS

Buscando cariño entre ladrones

Muy cerca de la prisión de Tenerife, en la universidad de La Laguna, imparte clases una mujer transexual. Y las hay que visten el uniforme de la Guardia Civil o el de Instituciones Penitenciarias. También se las puede encontrar tras un mostrador de El Corte Inglés o en un plató de televisión. Pero a Reyes y a Laura, por más que lanzan la moneda al aire, siempre les sale la cruz. Ellas dicen que nacer en un cuerpo equivocado las empujó sin duda a la delincuencia. Y Carla Antonelli, la actriz canaria que actúa de portavoz del colectivo, tiene hasta un informe preparado para darles la razón.

Dice Reyes: "Yo siempre busqué cariño. Y sólo los ladrones y la gente de mala vida me quisieron con ellos. Me fui enredando y terminé en la cárcel. Tengo cursos de camarera y de cocinera, inglés habladoy escrito y aprobada la selectividad. Estoy matriculada en Trabajo Social pero sólo he podido conseguir un empleo de limpiadora". Añade Laura: "Mi cuerpo se resiste a ser el de una mujer. Tenía que darle un arreglito por aquí y otro por allí. ¿Dónde iba a conseguir los cinco millones que necesitaba para tantas operaciones? Ni robé ni maté ni me prostituí, pero no tuve más remedio que dedicarme al tráfico de drogas".

Carla Antonelli: "Las personas transexuales ya lo tenemos difícil de por sí. Según un estudio de la Comunidad Europea, los transexuales somos el colectivo más discriminado en todos los países de Europa. Le hemos quitado el puesto a la comunidad gitana. Y uno de los mayores problemas es no poder poseer unos documentos de identidad acordes con nuestro sexo. Hay un mito que nos asocia a marginalidad y los empresarios piensan que somos personas problemáticas y por sistema nos niegan los puestos de trabajo".

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