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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Historias con sótanos

Fue Umbral quien acuñó, en un arrebato de malévola brillantez (la que tuvo), el término anglo-aburridos para designar a un tipo de escritores españoles que, como tales, no lo parecían, españoles, digo, como si el color de la piel (lechosa) determinara el modo de encararse con el papel (en blanco). Javier Calvo es, sobre todo, traductor (literario, precisa la solapa); fue, en estas mismas páginas, crítico (literario) de (o con la) literatura española que, en ocasiones, (mal) trató (recuerdo, por ejemplo, un diario de Andrés Trapiello). Como creador tiene un libro de relatos, una novela y, ahora, publica, Los ríos perdidos de Londres, que reúne cuatro novelas cortas. Javier Calvo, que traduce novela norteamericana (la muy interesante joven narrativa que bebe en la corriente posmoderna de Pynchon, Bath y cuadrilla), como escritor en español bien podría ser etiquetado como -y perdón por el barbarismo- anglo-concernido. En las cuatro historias de este libro, historias con sótanos -las historias para que lo sean tienen que tener sótanos, se señala en la confusa y complicada narración de rusos en Londres, escrita en homenaje a Nabokov-, historias prepubescentes, historias de auriculares y pósters, historias de cuartos oscuros, etcétera, destiñe un exceso de literaturismo, de cultura impregnada por lo audiovisual y una cierta música, y todo ello, a veces, cansa y distrae. Supone Calvo que no tiene por qué salir al encuentro de los lectores, sino que éstos tengan la inteligencia (y la paciencia, táchese lo que sobre) de irle a buscar y entonces, sí, entonces lo encontrarán, e incluso (no me desdigo) hasta disfrutarán. Debo confesar -en mi cuaderno de bitácora particular- que me extravié en la primera historia, la de la rusa en Londres; salí al encuentro del autor y disfruté de lo que hallé allí en la tercera historia, la de la chica de ojos plateados, que busca a su padre y que tiene la hermosura y la crueldad de los buenos cuentos de hadas; con la cuarta me pasó lo mismo que con la primera, me perdí en los laberintos, me desorienté en los sótanos de una historia victoriana, a la que hay que ir por partes (que dice Bryce Echenique que decía Jack el Destripador); ya advierte, eso sí, Calvo que es una historia que no entenderán quienes no sean Impostores de Amatistas (debe ser el caso). Sólo falta citar la segunda historia: por ella (me) merece la pena todo el libro, (me) compensa de las fatigas e incomprensiones: es una historia de infancia, con sus minas antipersonales, es una triste y espléndida narración de iniciación a la vida, la de un niño que busca en la superación del deporte -la natación, como el correr en la novela inglesa de Alan Sillitoe o en aquella novela primera de Gándara- consuelo a muchas carencias. Es una historia, prepubescente y realista (al modo como entiende en la página 62 el realismo español), que Calvo en la útil nota del autor se dedica a sí mismo, sin más explicación. Se entiende.

LOS RÍOS PERDIDOS DE LONDRES

Javier Calvo

Mondadori. Barcelona, 2005

251 páginas. 14 euros

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