El milagro del tiempo
El milagro al que estamos asistiendo -Francisco Ayala cumple un siglo de existencia- es el de la demostración de que el Tiempo no es el mayor enemigo del hombre -Proust ya lo demostró al recuperarlo a través del arte- y a veces parece albergarlo, como si nos acompañara, al menos a quien lo resuma en su seno, superándolo a través de su propia creación, enmarcada a su vez por él, que así se transforma de ordalía y holocausto en el reino final en que se convierte a través de todos los exilios. De exilios sabe mucho Francisco Ayala que pasó más de treinta años fuera de su país, tras haber sido expulsado del reino que por sus propios méritos había conseguido muy temprano. Narrador a sus 19 años, colaborador de las mejores revistas, editorialista en El Sol, en Revista de Occidente, de Ortega y Gasset, pronto licenciado en Derecho, letrado de las Cortes y catedrático de Universidad, tras una estancia en Alemania, narrador vanguardista breve (aunque conserva recuerdos amables de su etapa "deshumanizada", que le enseñó -dice- a penetrar en los secretos de la literatura), pareció que el Tiempo, que desde tan pronto había estado a su favor, le volviera de repente la espalda y le expulsara de su seno, lanzándolo hacia las tinieblas exteriores, a recorrerlas en busca de lo que había perdido, un territorio, un país, una carrera -o varias-, una lengua y una cultura. Pero fue entonces cuando, con tesón y sabiduría, Francisco Ayala segregó, como en un capullo, su propio Tiempo personal que desde entonces le ha acompañado para siempre.
Los tumbos que recorrió en
su vida de exiliado -Buenos Aires, Río, Puerto Rico y Estados Unidos al final (Chicago y Nueva York)- estuvieron marcados por su destacada personalidad y preparación abrumadora: pronto profesor, colaborador y ensayista destacado, traductor también (de Thomas Mann -Carlota en Weimar, Las cabezas trocadas- o Moravia en La Romana), sus actividades se multiplicaron, pues en América se le reconocieron los importantes títulos conseguidos antes de nuestra Guerra Civil. Pero, tras unos diez años de silencio narrativo, volvió a la novela, primero con un relato suelto, El hechizado (que Borges estimaba como uno de los mejores cuentos escritos jamás en español), y que luego formó parte de la colección Los usurpadores (1949), que junto con los relatos de La cabeza del cordero, del mismo año, supusieron el regreso de Francisco Ayala a la literatura de creación y un giro en la misma, pues abandonó el supuesto vanguardismo y la "deshumanización" de sus últimos libros de preguerra (Cazador en el alba y Erika ante el invierno) y optó desde entonces por una literatura moral y comprometida, que ha sido la suya desde entonces. Pues a través de una serie de narraciones y magníficos libros de ensayo, ya recopilados en diversas ediciones dentro y fuera del país -pues su regreso a España supuso un incremento fundamental en sus publicaciones, desde las historias latinoamericanas de Muertes de perro y El fondo del vaso- hasta la magistral El jardín de las delicias (su obra maestra en mi opinión, en curso siempre de elaboración hasta hoy) o sus imperecederos Recuerdos y olvidos, o las grandes recopilaciones de ensayos Las plumas del Fénix, El tiempo y yo, Un escritor en su siglo o la más reciente y monumental recopilación de su Obra narrativa completa en Alianza. Los premios y los honores se han concitado en su persona, el premio de la Crítica, el Nacional de Literatura, el ingreso en la Real Academia Española, el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias y así sucesivamente, pues hasta ha llegado a las puertas de un premio Nobel que se le resiste (y en qué estarán pensando, por no acoger al mayor testigo de su siglo del que la literatura y la historia puede presentar vivito y coleando). Se trata del escritor más preparado y perfecto que hoy el mundo puede presentar, intelectual y tierno a la vez, crítico y humorista siempre, cargado de sabiduría y clasicismo, un ejemplo humanista donde nos reflejamos todos, y que ojalá siga así. Como digo, un espejo, un milagro, un resumen del tiempo y del mundo.
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