La guerra cicatriza antes que la paz
A causa de su dedicación a la política israelí durante gran parte de las últimas décadas, se habría podido decir de Shlomo Ben Ami que se había perdido un gran historiador para ganar sólo un político que en una situación especialmente abrupta, como la del conflicto de Palestina, jamás podrá hacer la diferencia. Pero con la publicación de su último libro, el tangerino preferido de los españoles diríase que ha ajustado cuentas con la academia, con la política, y hasta consigo mismo. Cicatrices de guerra, heridas de paz, además de un gran libro de historia, es el descargo de conciencia que sólo podía hacer quien ha sido político y testigo de la política, en el marco del mayor esfuerzo que conocemos de alguien que haya desempeñado puestos del más alto gobierno por salirse de sí, llegar al otro, y presentar el cuadro más abierto en el sentido de no hipotecado a una sola explicación de la historia, del choque de dos narrativas traumáticamente irreconciliables.
CICATRICES DE GUERRA, HERIDAS DE PAZ
Shlomo Ben Ami
Ediciones B. Barcelona, 2006
421 páginas. 19 euros
La obra es un extenso fresco
histórico, básicamente cronológico desde comienzos del siglo XX hasta hoy, pero con un juego de balancín entre pasado y presente que el autor usa con efectos devastadores, como cuando compara la expedición franco-británica de Suez en 1956 con la aventura imperial del segundo Bush en un Irak, más ciénaga que desierto, para reordenar el mapa de Oriente Próximo. Es una narración muy geopolítica que quizá por ello se siente más cómoda cuando habla de los Estados que de la escaramuza guerrillera, y pide en el lector algún conocimiento para sacar todo el provecho que amaga en sus páginas, desde las espléndidas viñetas de los dramatis personae: Ben Gurión, el profeta de la ira; Golda Meir, la matrona de abrasadoras certezas; Isaac Rabin, de quien ya es un descanso no verlo canonizado como santo laico y mártir de la paz; el volcánico e intuitivo general del parche en el ojo; el presidente egipcio, Anuar el Sadat, por quien siente un palpable y justificado afecto porque al retirar a Egipto del campo de batalla cambió decisivamente en favor de Israel el equilibrio militar; o Menájem Beguin, un estilo de época y encaje antiguo, cínicamente engañado en el Líbano por su ministro de Defensa Ariel Sharon, hasta una completa descripción de cómo se hace el tendido del sistema nervioso de una nación en ciernes. De ello habla la construcción en los años sesenta de una Alianza de la periferia, con la que Israel quería escapar a su destino de verse cara a cara un día con el fenómeno guerrillero; o la teoría de la cápsula, en la que había que encerrar el hecho palestino para negociar previamente con todos los demás.
Parece como si toda la obra hubiera ido cogiendo carrera para un clímax vital: la reunión de Camp David II, julio de 2000, entre el primer ministro israelí, el laborista Ehud Barak, y la mitología palestina hecha carne y pañolón a cuadros, Yasir Arafat, porque allí y hasta los encuentros de Taba en enero de 2001, el autor jugó un papel esencial. No en todo es posible estar de acuerdo con Ben Ami. Extraña un poco que le extrañe que los palestinos no aceptaran la oferta de la ONU para tener su propio Estado -España tampoco aceptaría medio Gibraltar-; y creemos que dice más incluso de lo que cree decir cuando afirma que los líderes israelíes no tenían ni idea del altísimo precio que se les exigiría por la paz -¿no habían oído hablar de las resoluciones de la ONU, que su país ignora todo menos olímpicamente?- porque eso subraya hasta qué punto Jerusalén prefiere no saber con quién trata y cómo lo trata. Y tampoco nos cuadra del todo su aritmética para la evacuación de Cisjordania; cuando habla de resignar el 92% del territorio, a algunos nos sale apenas el 85%, y al también historiador -pero no político- Ilan Papé no le pasa del 75%; igualmente, Taba, donde Ben Ami fue el gran negociador israelí, a muchos les pareció sólo una mascarada, aunque sobre el papel nunca se habían aproximado tanto las posiciones de los semitas enemigos.
¿Ha ganado la guerra o sólo
una batalla el sionismo? Shlomo responde que en cierto modo, la guerra, porque aquella escuálida construcción de 1948 es una gran potencia regional, a la que sus adversarios no pueden ni soñar en vencer, y donde los sucesores de Sharon que salgan de las elecciones del 28 de marzo lo tienen todo a su favor para efectuar una escueta y unilateral retirada de forma que a extramuros de un nuevo Israel redondeado, los palestinos que se las arreglen como puedan con los flecos de soberanía restantes. A Ben Ami eso dista mucho de hacerle feliz. Porque de esa paz sabe que no va a haber quien se reponga.
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