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Reportaje:Un difícil proceso de paz y 2 | INVESTIGACIÓN Y ANÁLISIS

El último bastión protestante

La manifestación anual de Drumcree simboliza mejor que ninguna la profunda desconfianza y división que existe entre las comunidades protestante y católica

Todos los domingos, desde mediados de julio de 1998, un grupo de entre 30 y 50 hombres vestidos con traje oscuro, corbata y bandas de color naranja brillante sobre los hombros se reúne -sin falta- junto a una iglesia solitaria en lo alto de una suave colina verde. Los hombres, que suelen tener entre 45 y 70 años, caminan en silencio colina abajo. A 200 metros se detienen en un pequeño puente de piedra. No quieren pararse, pero les impide el paso un policía; a veces, tres o cuatro. El líder de la marcha se queja de que tiene todo el derecho del mundo a bajar por "la carretera de la reina", pero que, por respeto a la ley, no va a forzar la cuestión. Por el contrario, inclina la cabeza, reza con sus correligionarios, entonan un himno y dan la vuelta, dignos y erguidos, para subir de nuevo a la iglesia.

El Ejército británico levantó barricadas y alambradas para impedir choques entre las comunidades
Preocupación ante la llegada a Portadown de inmigrantes de África y Europa del Este
"Hacer depender el futuro de nuestros hijos de una marcha de cinco minutos. ¡Patético!"
Cualquier cosa puede suceder durante la organización del desfile: disturbios, incendios o asesinatos
La sensatez es una virtud que está desapareciendo en la zona del conflicto
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El líder católico McKenna simboliza la maldad para los protestantes
La marcha es vista como si un movimiento racista de extrema derecha desfilara por Soweto

Este tranquilo rincón rural es Drumcree, en los límites de la ciudad de Portadown. Por más cómica que resulte esta escena, Drumcree es un nombre que concentra todo el odio, la intransigencia y la ira que definen el conflicto norirlandés. Cada verano desde hace 10 años, soldados británicos convierten la colina en un campo de guerra (las imágenes han dado la vuelta al mundo) mientras tratan de mantener separados a militantes protestantes y católicos.

En cuanto a los señores del desfile dominguero, pertenecen a la orden de Orange, una organización protestante y explícitamente "antipapista" cuya actividad fundacional, en 1795, consistió en ir a por todos los católicos que veían, darles palizas y destruir sus casas. Ocurrió en Portadown, y ésa es la razón de que, desde hace mucho tiempo, esta ciudad de 28.000 habitantes haya quedado grabada en las mentes de los norirlandeses como el bastión de la intolerancia protestante, La Meca Naranja.

¿Pero qué significa esa peculiar ceremonia de domingo? ¿Dónde están la ira y la intolerancia? Ese pequeño acto, por muy inocuo que parezca, es la expresión de lo que todos los partidos de Irlanda del Norte -protestantes, católicos, el Gobierno británico- consideran el último gran obstáculo para alcanzar una paz duradera. Resolver la cuestión de los desfiles de Orange es el gran asunto pendiente para que el proceso de paz iniciado con el acuerdo de Viernes Santo de 1998 ponga fin al conflicto más violento vivido en Europa occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Darryll Hewitt, "honorable maestro de distrito" de Orange en Portadown, es quien encabeza siempre la marcha dominical. Es un agricultor de 46 años que, como jefe de los 1.400 hombres que componen la logia número uno de la orden de Orange, posee un rango en la comunidad protestante similar al de un arzobispo en la detestada Iglesia de Roma. ¿Por qué es tan persistente? Lleva saliendo a esa colina, con sol o con lluvia, más de 350 domingos seguidos. ¿Verdaderamente es necesario? "Por supuesto. Sí. Debemos completar nuestra marcha". ¿Completarla? "Completarla, sí", dice Hewitt, un hombre con poco sentido del humor, temeroso de Dios. "En 1998 comenzamos la marcha y nos detuvieron al llegar al puente de Drumcree. Pero no pueden detenernos eternamente. La marcha se completará. Tiene que completarse". El itinerario, explica Hewitt, comienza en la ciudad de Portadown, sube y baja la colina de Drumcree, cruza el puente y luego, como requiere una tradición que se remonta a dos siglos, atraviesa lo que es hoy un barrio residencial católico de clase obrera antes de resurgir en el centro de la ciudad. En 1998, después de los violentos enfrentamientos del año anterior, las autoridades de Irlanda del Norte negaron a los manifestantes permiso para cruzar el puente. Como consecuencia acudieron a Drumcree 20.000 protestantes -en su mayoría miembros de la orden, pero también de bandas paramilitares- que acamparon en la colina y sitiaron a los católicos del lugar. El Ejército británico construyó una gran barricada en la carretera que une el barrio católico con la iglesia de Drumcree y cavó una trinchera protegida con alambrada que recorrió los campos circundantes. Mientras tanto, en señal de simpatía con los manifestantes frustrados de Drumcree, 11 iglesias católicas de toda Irlanda del Norte acabaron destruidas y numerosos hogares católicos ardieron, uno de ellos con tres niños dentro.

Ninguna marcha, de las 3.000 que se celebran en Irlanda del Norte cada mes de julio, simboliza la desconfianza y la división entre protestantes y católicos tanto como la marcha anual de Drumcree. Se ha vuelto habitual que a principios de verano, cuando la temperatura que rodea a la manifestación empieza a caldearse, los comentaristas políticos digan que las repercusiones del eterno pulso de Drumcree pueden significar el final de todo el proceso de paz. Pero también podría ocurrir lo contrario.

"Hace poco me entrevisté con el secretario de Estado", dice Hewitt, que se refiere al ministro británico responsable de Irlanda del Norte. "Dice que quiere resolver este asunto de una vez por todas. Tiene la sensación de que, si podemos resolver esto, podremos resolver todo lo demás". La gran pregunta, al menos para alguien de fuera, es por qué se siente tan obligado a "completar" su marcha. ¿Por qué, si esta cuestión representa tantos posibles peligros, no se olvida de ella? "Llevamos 200 años haciéndola", replica Hewitt, inflexible. "Es la expresión de nuestra cultura. Y es un acto que podemos realizar en memoria de los hombres de aquí que murieron en 1916, en la batalla del Somme".

La orden de Orange saca su fuerza e identidad del recuerdo de la carnicería comúnmente conocida como Primera Guerra Mundial y al pasado marcial de Gran Bretaña en general, empezando con la batalla del Boyne, en 1690, en la que el monarca protestante Guillermo de Orange arrebató la corona británica al católico Jacobo II en tierras de Irlanda del Norte. Una acción del IRA que para los hombres de Orange fue casi un sacrilegio fue la colocación de una bomba en las oficinas de la Legión Británica -una organización de veteranos de guerra- en Portadown. El hombre que llevó a cabo el atentado y fue a la cárcel por él era un católico local llamado Brendan McKenna. Para Hewitt, McKenna es el diablo personificado. Es el líder de la comunidad católica de Portadown y, como tal, quien más tenazmente se ha opuesto a cualquier posibilidad de que la marcha de Orange atraviese su barrio.

"Estoy seguro de que, si lográramos librarnos de ese hombre, podríamos realizar nuestra marcha", dice Hewitt, que asegura que estaría dispuesto a no atravesar nunca más la zona católica siempre que pueda completar el desfile que nunca consiguió terminar hace siete años y medio. ¿Cuánto tardaría la manifestación en atravesar el barrio católico? "Unos siete minutos".

La conversación con Hewitt se produce en una funeraria, un pequeño edificio blanco con un aspecto como de capilla, adyacente a un cementerio. La funeraria es propiedad del hombre más popular de Portadown, Ian Milne. Milne está presente en la conversación con Hewitt, que es amigo suyo. Aunque Milne, un hombre robusto de 45 años, extrañamente hiperactivo para el tipo de trabajo al que se dedica, es miembro de la orden de Orange, también es muy amigo de McKenna. Tal vez sea su familiaridad con la muerte -no hay nada que ponga mejor las cosas en perspectiva- lo que inspira confianza, pero el caso es que, en los últimos ocho años, ha tenido un éxito extraordinario como mediador voluntario en el conflicto de Portadown y ha contribuido enormemente a evitar que las tensiones se descontrolasen por completo. Por eso, después de que se vaya Hewitt, la pregunta que parece inevitable hacerle es por qué armar tanto lío a propósito de algo que, en el fondo, es una nimiedad. ¿Por qué no dejarles que recorran el barrio católico durante siete minutos y se olviden ya para siempre? "¿Sabe por qué no? Le voy a decir por qué no", contesta Milne, que sí tiene sentido del humor. "Porque sería una muestra excesiva de sensatez. Y aquí no nos va la sensatez".

Milne, un ex policía, dice que si empezó a tratar de hacer de mediador fue, primero, porque veía "en qué sarta de gilipolleces" se había convertido la cuestión de Drumcree, y segundo, porque el conflicto era perjudicial para los negocios locales. Su labor le ha permitido trabar amistad con gente impensable, incluido Gerry Adams, el líder del principal partido católico, el Sinn Fein, y Sean Murray, un alto jefe del Ejército Republicano Irlandés en Belfast. ("Los católicos son mucho más listos que nosotros, y eso hay que reconocerlo", dice Milne). En cuanto a la sarta de gilipolleces, se refiere a la absurda dinámica que, según dice, se pone en marcha en cuanto surge el asunto del desfile. "Lo que ocurre es que un bando se opone al desfile y hace todo lo posible para asegurar que las autoridades ven lo peligroso que es dejar que pase. Entonces, las autoridades lo prohíben, y el otro bando lucha para que revoquen la prohibición. En este proceso salen a relucir enormes cantidades de odio acumulado desde hace tiempo, y entonces puede suceder cualquier cosa. Disturbios, incendios, asesinatos...". Pero da la impresión de que sus esfuerzos, como los de otros mediadores venidos de fuera en los últimos años (Drumcree ha generado tres libros enteros hasta ahora), han dado fruto. "Es verdad que las cosas podrían volver a descontrolarse, que la agitación podría volver a extenderse más allá de Portadown si no arreglamos este asunto de la marcha de una vez por todas. Pero la situación es mucho más pacífica y hay mucha más prosperidad que hace ocho años", asegura. "En ese sentido también somos un barómetro de lo que ocurre en el resto de Irlanda del Norte".

Jim Rea, un pastor metodista que vive en Portadown desde 1999, dice que no hay comparación entre entonces y ahora. La Navidad pasada, cuenta, pronunció un sermón en una iglesia católica. "Fue la primera vez que un pastor protestante hacía aquí algo de ese tipo", explica Rea, un hombre alto y cortés. "Hace sólo dos años habría sido peligroso, pero ahora lo hice y no hubo protestas ni rencores". Portadown disfruta hoy del índice de paro más bajo de toda Irlanda del Norte, dice Rea, y ésa es una razón por la que, hace un par de años, empezaron a aparecer en la comunidad inmigrantes de África y Europa del Este. "Eso sí que es un peligro", continúa el pastor. "Ése es el problema que se nos avecina".

Ken Twyble, concejal protestante en el Ayuntamiento desde hace 13 años, comparte la opinión de que la presencia de unos 500 inmigrantes en la ciudad representa una amenaza real e inmediata contra la paz social. "Éste es un asunto que nos preocupa a todos los miembros del consejo, protestantes y católicos. Vienen a trabajar en lo que no quieren los habitantes locales, pero luego surgen problemas de vivienda, delincuencia...". En la ciudad se dice también que la incidencia de enfermedades de transmisión sexual se ha duplicado con creces desde la llegada de los extranjeros. Twyble dice que algo ha oído. ¿Es posible que, en virtud del principio de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo", los inmigrantes acaben siendo un elemento histórico de unificación que reúna a católicos y protestantes como no se había conseguido hasta ahora? "En cierta medida, sí. Es un denominador común", asiente Twyble.

Ian Milne incluso cuenta una anécdota que ilustra hasta qué punto podría ser un denominador común. Hay en Portadown un restaurante llamado Emigrante en el que se reúnen los portugueses y los africanos de habla portuguesa, además de varios rumanos y polacos. Al lado del restaurante está un pub llamado Jameson's, que frecuentan protestantes vinculados a la organización paramilitar Fuerza Voluntaria del Ulster (UVF). Cincuenta metros más allá se encuentra el lugar en el que unos matones protestantes mataron de una paliza a un católico indefenso que se llamaba Robert Hammill, en 1997. Y a otros 50 metros hay un pub "católico" llamado The Oak. "Una noche de las pasadas navidades estalló una pelea delante de Jameson's entre un grupo de inmigrantes y los tipos de UVF. La gente que estaba en él se enteró y unos cuantos se apresuraron a acercarse, pasando por donde mataron a Hamill, para unirse a la pelea... ¡del lado de los protestantes! Es la primera vez que ocurre una cosa así en la historia de Portadown, y seguramente de toda Irlanda del Norte".

Jim Rea, que no cree que la mejor forma de combatir la intolerancia sea precisamente con intolerancia, está tratando de organizar cursos de inglés para los recién llegados, con el fin de integrarlos mejor en la comunidad. "Ahora bien, hay que reconocer que estos problemas son un síntoma de que Irlanda del Norte está volviendo a la normalidad. Todos los países de Europa tienen que lidiar con el problema de la inmigración. En cierto modo, significa que estamos dejando de ser especiales, y eso es un paso adelante. Aun así, tengo miedo de que todo el trabajo realizado pueda venirse abajo si no solucionamos este bendito asunto del desfile". Debería ser sencillo, dice Rea. "Los hombres de Orange podrían desfilar con una pequeña banda, cantando himnos, y ya está. No habría nada más alentador que ver el final de este asunto. Lo único que hace falta es un poco de generosidad por parte de los católicos".

Brendan McKenna, que para los protestantes de Portadown es equiparable a Osama Bin Laden, vive en un modesto adosado de ladrillo rojo a 100 metros de donde Darryll Hewitt quiere terminar su última marcha. En una conversación en la sala de su casa se le propone que la orden de Orange parece débil y deseosa de hacer concesiones. (McKenna no discrepa de esta opinión). Que los propios protestantes reconocen que el Sinn Fein, la organización a la que representa, está "ganando" el conflicto de Irlanda del Norte (McKenna no discrepa de esta afirmación tampoco). Así que, ¿por qué no ser generosos? ¿Por qué no arrojarles unas migajas? "Mire", replica McKenna, "que la orden de Orange atraviese nuestro barrio es como que un movimiento racista de extrema derecha recorra Soweto en Suráfrica. No puede ser". ¿Ni siquiera una vez? "Ya han dicho eso otras veces. Lo dijeron en la última manifestación, en 1997, cuando Ian Paisley

[el líder radical del Partido Unionista Demócrata, protestante] pronunció un discurso en el que llamó a Roma 'la madre de las rameras' y dijo que el Papa era el Anticristo". ¿No confía en ellos, entonces? "No. Si se les da la mano, tomarán el brazo". Pero bastaría con que él dijera una palabra, todo se acabaría en siete minutos y, entonces, la paz para siempre, ¿no? McKenna es tan inflexible como el odiado Hewitt. "No. Ni hablar. Además", prosigue, "están acabados. Orange tiene 1.400 miembros, y los domingos no consiguen reunir más que a 30 o 40. Su mundo se viene abajo".

Sin embargo, a juicio de Ian Milne, Jim Rea, Ken Twyble, los partidos políticos norirlandeses y el Gobierno británico, éste es el momento en el que podrían ser más peligrosos. Lo mismo opina una mujer de la que se dice que posee una de las mentes más capaces, y sabias, de Irlanda del Norte. La baronesa May Blood, antigua responsable de centro de un sindicato y fundadora del Partido de la Coalición de Mujeres, no alineado y multiconfesional, es una protestante que está de acuerdo en que los desfiles son el mayor problema político actual en Irlanda del Norte. Se han convertido en el centro de todos los resentimientos generados por la percepción generalizada en su comunidad de que el proceso de paz sólo ha beneficiado a los católicos. Si bien la baronesa Blood, elegida mujer del año en Irlanda del Norte por los oyentes de BBC radio, cree que los católicos podrían esforzarse más en aliviar las tensiones provocadas por las marchas, sus mayores críticas las dirige contra su propia gente.

"Hablan de cultura y tradición", dice, "pero todo consiste en la rabia que sienten los protestantes porque creen que, desde el acuerdo de paz, desde que los católicos empezaron a tener la misma categoría en nuestra sociedad, ellos se han vuelto extraños en su propia tierra. Necesitan hacer algo que sea un desafío. Necesitan entrar en esas zonas católicas para reafirmar su identidad. Para decir: '¡Aquí estoy!'. Por eso, si se les pregunta que por qué no respetan sus tradiciones culturales desfilando sólo por zonas protestantes, ellos piensan que eso no serviría para nada. Al fin y al cabo, el objetivo último de estas marchas es celebrar la humillación de los católicos a manos del rey Guillermo".

¿Y la batalla del Somme? "¡Sí, claro!", exclama la baronesa de cabello blanco, irónica, indignada. "¿Y por eso estamos dispuestos a poner en peligro la paz en Irlanda del Norte? ¿Por eso estamos dispuestos a arriesgarnos a caer una vez más en la violencia que tanto hemos sufrido? Perdón, pero esto no hace más que demostrar lo patéticos que nos hemos vuelto, capaces de hacer depender todo el futuro de nuestros hijos de una marcha de cinco minutos. ¡Patéticos!".

Un manifestante de la Orden de Orange protesta la prohibición oficial de desfilar por el barrio católico de Portadown para evitar enfrentamientos.
Un manifestante de la Orden de Orange protesta la prohibición oficial de desfilar por el barrio católico de Portadown para evitar enfrentamientos.REUTERS
Las columnas de la Orden de Orange siempre intentaron atravesar los barrios católicos de Portadown.
Las columnas de la Orden de Orange siempre intentaron atravesar los barrios católicos de Portadown.REUTERS

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