Instinto de muerte
Cada vez me cuesta más creer que el hombre es bueno por naturaleza y que son las circunstancias las que lo malean. Un argumento más, entre mil, contribuye a ello: las nuevas imágenes de torturas infligidas por soldados de EE UU a presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, que muestran a las claras que la crueldad de los humanos con sus semejantes no tiene límites.
El hombre ha matado, y sigue matando, en nombre de casi todo. En nombre del cristianismo; del islam; de la tierra prometida; de Dios; del ateísmo; de la religión; de la irreligión; de la raza; de la clase; de la nación; de la razón; de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad; del progreso; de la tradición; de la patria; de la civilización occidental; de la construcción del socialismo, etcétera.
Es como si cualquier idea o ideal fuese bueno en manos de los humanos para traducirse en sangre. A lo mejor, Freud tenía razón y, junto al instinto de vida, existe un instinto de muerte que nos impele a la destrucción del prójimo y de nosotros mismos.
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