_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En torno a los parquímetros

El de los parquímetros no es un invento del actual concejal de Movilidad, Pedro Calvo. Ni siquiera se lo inventó Sigfrido Herráez, el edil que introdujo el sistema en el centro de Madrid siendo todavía alcalde Álvarez del Manzano. Ese modelo u otros similares estaban ya probados en un montón de municipios españoles de todos los colores políticos y en cientos de ciudades de medio mundo. A pesar de ello, Herráez se la jugó entonces con la implantación del llamado SER Servicio de Estacionamiento Regulado, fórmula por la que no daban un duro ni los concejales de la oposición ni sus propios compañeros de grupo. Es importante recordar que cuando aquel edil popular convenció al alcalde y se lio la manta a la cabeza con los parquímetros, el sistema ORA de las tarjetitas, vigente en los distritos centrales, agonizaba por desobediencia civil. La ciudadanía pasaba de comprar tarjetas sabedora de la impunidad que generaba el aluvión de multas que emitían los controladores. Las sanciones atascaban la maquinaria municipal por lo que sólo un porcentaje mínimo llegaba a cursarse de forma efectiva y encima eran susceptibles de recurso en los tribunales. Un auténtico desastre. Al ayuntamiento le costaba bastante más el aceite para engrasar esa máquina que lo que recaudaba por las multas.

Más información
Cientos de manifestantes cortan el tráfico en Gran Vía en protesta por los parquímetros

El nuevo sistema fue probado inicialmente en un puñado de calles y, sorprendentemente, funcionó. Y cuando digo que funcionó no me refiero a que le resultó bien al Ayuntamiento, sino que los ciudadanos más directamente afectados por la medida se declaraban bastante satisfechos. Es evidente que no llovió a gusto de todos pero, después de años de caos absoluto, el SER conseguía facilitar plazas a los residentes y reducía el temible tráfico de callejeo en busca de aparcamiento. Y así, tras las primeras experiencias positivas, se fue extendiendo el sistema con más apoyo que oposición. Paradójicamente, el mayor problema que planteaba la fórmula no se producía en las zonas marcadas por el SER sino en las calles limítrofes.

Quienes acudían a los barrios afectados sin tarjeta de residentes trataban de dejar el coche en un área libre de parquímetros lo más cercana posible. El efecto frontera saturó esos territorios, muchos de cuyos habitantes reclamaron para conjurarlo su inclusión en el sistema. Es decir que, a pesar de los costes añadidos, muchos vecinos de Madrid consideran un privilegio residir en zona SER. Desde el gobierno municipal se contempló la implantación del sistema como un éxito político y tomaron la decisión de ampliarlo a toda la almendra central, es decir el interior de la M-30, y a los barrios históricos de Hortaleza, Carabanchel Alto, y Fuencarral. Es en estos dos últimos barrios, por fuera de la M-30, donde el Ayuntamiento se ha encontrado una encarnizada oposición que le ha pillado un tanto desprevenido. En los últimos días hemos visto manifestaciones de protesta y algunos actos de vandalismo que, sin duda, debilitan las razones que probablemente asistan a quienes rechazan la implantación del sistema. A estas protestas, creo, no son ajenos los comerciantes, auténticos sufridores del sistema. A ellos no les dan la tarjeta de residente a no ser que el coche esté a nombre de la empresa; además, se la cobran más cara.

Sin embargo, en calles como Sangenjo, junto a la Avenida de la Ilustración, la queja de sus vecinos es la escasez de plazas pintadas de verde, las exclusivas para residentes. En principio, lo que la norma establece es que el 75% de las plazas sean verdes y un 25%, azules. Desconozco el criterio con que se ha aplicado esa distribución de colores en el espacio pero cabe imaginar que al que le haya "pintado" mal estará cabreado y manifestándose y al que le haya "pintado" bien estará callado y en su casa. Quizá al Ayuntamiento y a las Juntas de Distrito, les haya sobrado prepotencia y faltado diálogo previo con los vecinos para intentar consensuar la aplicación del sistema. El SER debería tener, y pienso que nada lo impide, la suficiente flexibilidad para modificar el reparto de plazas según las necesidades. La geometría es una ciencia tozuda y exacta, Madrid tiene cada día más coches y el espacio en superficie es el mismo. Hay que ordenarlo de alguna forma y, con sus defectos, la de los parquímetros es hasta hoy la más contrastada.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_