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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Comedia culta de entreguerras

Robert Liddell (1908-1992) fue un inglés que se instaló a vivir en Grecia tras la Segunda Guerra Mundial y que escribió varias novelas y libros de ensayo y una biografía del poeta Cavafis que se considera canónica. Su figura se asemeja a lo que los franceses llaman homme de lettres y los españoles -más pomposos y más cursis- llamamos ilustre polígrafo, esto es, un hombre de amplia cultura que trabaja sobre diversas materias. Liddell responde a lo que se espera de un escritor inglés: ingenio punzante, sentido del humor, observación de personajes, situaciones pintorescas, sátira social... Esta novela es el relato de la vida de dos hermanos. Andrew y Stephen Faringdon que se instalan en la ciudad de Christminster -trasunto de Oxford- en el periodo de entreguerras. Andrew es el narrador, estudió en Christminster y ahora vuelve allí para proseguir unas investigaciones en la biblioteca de la universidad. Aunque les gusta aislarse ("en cualquier caso, disfrutábamos de suficiente grado de felicidad e independencia para que otras personas se sintieran molestas"), a poco de acomodarse, una serie de personajes de la vecindad entran en sus vidas. Son personajes a los que iremos conociendo poco a poco, casi todos bastante extravagantes. El libro tiene un tono de comedia salpicado de referencias cultistas.

ÚLTIMOS HECHIZOS

Robert Liddell

Traducción de Toni Hill

Lumen. Barcelona, 2006

304 páginas. 13,90 euros

En realidad este libro es una

narración de tipos y costumbres que comienza amablemente, con una ironía suave, delicada, que mezcla adecuadamente el afecto con la mordacidad; que carece de acritud, pero que se dirige a su objetivo sin contemplaciones. Paso a paso se van sucediendo escenas que enredan a los personajes entre sí y con los dos hermanos y enseguida se percibe la carencia de un asunto dramático, de un conflicto que guíe la novela. Más bien parece una sucesión de escenas cada una de las cuales aporta una pincelada más, pero sin que aparezca el nervio de la narración en ningún momento. Es una sucesión estática. Luego, paulatinamente, empieza a colarse en el relato un inconfundible aire de sordidez. El trasfondo histórico es la Guerra Civil española, la ascensión de Hitler y la Segunda Guerra Mundial; ante él, representando su comedia humana de patio de vecindad en una ciudad académica y pequeña, están los personajes con sus cuitas y sus graciosas historias. La deriva hacia la sordidez -una de las especias básicas del humor británico- es la que empieza a mover la novela hacia un presumible punto de conflicto, representado por una patética anciana que ha puesto su vida en la ascensión social de su hija y a la que la hija descuida deliberadamente; lo que sucede es que tampoco este conflicto adquiere potencia dramática; es, más bien, otra modesta historia de vecindad.

Se apodera del último tercio de la novela, pero carece de fuerza para levantarla. En las últimas páginas, un estilo elegiaco habla de Christminster y de los sentimientos de aquellos años como el verso de Mathew Arnold que da título al libro: "Un lugar cuyos jardines se extienden hacia la luz de la luna y cuyas torres susurran los últimos hechizos de la Edad Media".

El final de la anciana señora Foyle y la Segunda Guerra Mundial coinciden como una pinza sobre el espíritu del narrador; la tristeza y melancolía con que contempla, a su regreso de la guerra, lo que queda de aquello que los hizo inconscientemente felices; es una memoria de gratitud y una sensación de pérdida lo que invade a Andrew Faringdon. Pero ésta es una novela pequeña en la medida que su mundo es también pequeño. El problema del costumbrismo es que no pretende ir más allá de ofrecer unas pinceladas sobre la vida y la gente; en consecuencia, el aspecto elegiaco y conmovedor del último tercio de la novela está un tanto fuera de lugar; es un postizo y, además, un postizo apresurado. Es, en fin, una novela que carece de una verdadera trama y se resiente de ello.

Lo que no quita para que sea de lectura agradable. Pensando en resumir, diría con toda propiedad que es un libro encantador; quizá este adjetivo parezca una excusa o una debilidad, así que será mejor precisar un poco más: un libro entretenido, puntilloso, deslabazado, especialmente recomendable para aquellos que disfruten con el ambiente inglés de provincias y con el encanto propio de todo humor inteligente.

Panorámica de Oxford (Reino Unido), ciudad en la que se inspiró Robert Lidell para su novela.
Panorámica de Oxford (Reino Unido), ciudad en la que se inspiró Robert Lidell para su novela.ANNIE GRIFFITHS BELT/CORBIS

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