El cuarto lugar santo del país
La cúpula dorada de la Mezquita de Al Askari (chií) que ayer fue destruida en un atentado llevaba un siglo reflejando los rayos del sol sobre el ocre polvoriento que viste a Samarra, la villa que reemplazó a Bagdad como capital del califato abasí en el siglo IX. Pero a pesar de su belleza, nunca logró desplazar como imagen de la ciudad al minarete en espiral de la Gran Mezquita (suní). Claro que no es el valor artístico de esa aljama lo que desde hace siglos atrae a miles de peregrinos chiíes de todo el mundo.
Bajo su domo, regalo del rey persa Nasr al Din Shah (aunque terminado por su hijo Mozzafar en 1905), se hallan las tumbas de los imanes Alí al Naqi y su hijo Hasan al Askari, dos de los 14 santos infalibles reverenciados por el islam chií. También están enterradas allí dos santas chiíes, Hakimah Jatún, hermana del imán Al Naqi, y Narguís Jatún, madre de Mohamed al Mahdi, duodécimo y último de los imanes.
Al Mahdi, el oculto, hijo de Al Askari y que nació en Samarra, no tiene una tumba porque según la tradición chií no ha muerto, se escondió y regresará antes del juicio final para establecer la justicia en la tierra. Sin embargo, en el mismo recinto hay un santuario dedicado a él, el Maqan Ghaybat, justo en el lugar en el que según la tradición fue visto por última vez antes de su ocultación. Este hecho convierte a la Mezquita Dorada, como pasó a conocerse tras la instalación de la cúpula, en el cuarto lugar santo de Irak tras los mausoleos de Nayef, Kerbala y la Kadhumiya (en Bagdad).
El islam chií gira en torno a esa institución del imannado. Sólo los descendientes directos de Mahoma alcanzan la distinción de liderar a los creyentes. Pero con la ocultación del duodécimo imán, se quedaron sin líder y ese título honorífico sólo lo han recibido algunos clérigos muy venerados como el fallecido Jomeini. Algunas ramas sólo reconocen hasta el séptimo, pero los duodecimanos son la corriente mayoritaria.
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