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LA CRÓNICA
Columna
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El ovillo

Jordi Soler

Aunque los minotauros no existen y son cosa muy antigua siempre queda el resquemor, al entrar a un laberinto, de que aparezca esta criatura mitológica, mitad toro mitad hombre o, en un caso todavía peor, que aparezca una de sus variaciones modernas como aquel Jack Nicholson de Kubrick que perseguía a su desencajada esposa y a su hijo por un laberinto nevado, blandiendo un hacha, arrastrando un pie y con los ojos extraviados por alguna pulsión antigua, la pulsión del minotauro que, dentro de su laberinto, se alimentaba de los cuerpos que ahí le iban echando a la hora de la cena. Este miedo mitológico atenaza al visitante que se aventura por el laberinto que está en el parque del Laberint, en Vall d'Hebron, o cuando menos así lo percibí el domingo cuando efectué ahí una visita infantil, con la idea de que los niños no se volvieran locos de tanto ver en televisión las aventuras de Mr. Bogus, un personaje amarillo que atraviesa espejos y paredes y tiene como enemigos a los ácaros del polvo. Mr. Bogus aparece todas las mañanas de los sábados y los domingos en CityTV, y cuando escribo todas las mañanas lo hago muy en serio porque los capítulos de Bogus se van sucediendo uno tras otro durante horas y, cuando se agotan, el programador recurre a la solución que tiene a mano: los repite todos una y otra vez.

Llegando al parque subimos las escaleras que llevan a la cima, donde se encuentra el laberinto, y al estar frente a su entrada, que es un vestíbulo vegetal con Ariadna y Teseo como anfitriones, consideré que aquel dédalo sería un juego de niños. Aproveché que la imagen de Ariadna es bastante explícita y, señalando el ovillo de hilo que traía ella en la mano, saqué yo mi propio ovillo del bolsillo y le expliqué a mis hijos que, aunque aquel laberinto me parecía un juego de niños, más valía atar un cabo a la entrada, al dedo gordo de Teseo, e ir desenredando el hilo de Ariadna hasta el corazón del dédalo y después, para regresar, nos bastaría con ir enrollándolo de nuevo: "Pura mitología práctica", dije, y mientras ultimaba el nudo alrededor del dedo de Teseo, me puse a canturrear la canción de Mr. Bogus que cada fin de semana oigo un mínimo de venticuatro veces, y que aquí transcribo para darle alguna utilidad a este conocimiento que guardo desde hace meses en la memoria: "Es guay, genial, el Bogus". Una vez asegurado el hilo de Ariadna comenzamos a caminar laberinto adentro y unas cuantas vueltas más tarde nos encontramos con un señor que venía en sentido contrario quejándose, para que lo oyéramos, de que esa parte del laberinto no conducía a ningún sitio; detrás de él venían tres niños corriendo y empujándose. Unos minutos más tarde empezó a quedarme claro que aquello no era ningún juego de niños, la gente con la que nos íbamos encontrando buscaba el centro o la salida con cierta angustia e incluso oímos a uno que le decía a otro: "pues yo estoy aquí desde el jueves", y como él lo dijo muy serio y el otro no se rio, no supimos si se trataba de una broma pero, en todo caso, nuestro hilo de Ariadna nos tenía conectados permanentemente al dedo gordo de Teseo que era la salida, aunque luego de unas cuantas vueltas, el hilo de Ariadna había perdido el órden y el concierto y más que ovillo parecía las greñas hirsutas del Minotauro. No pregunté a los niños que qué esperaban encontrar en el centro del laberinto porque iban a contestarme que a Mr. Bogus, así que simplemente dije que, en lugar de encontrarme con el minotauro o con Jack Nicholson renqueante y con hacha, preferiría que en el centro estuviera Mata Amritanandamayi, esa mujer de la India que ya ha estado en Barcelona y que va de país en país repartiendo abrazos (en el Fórum repartió 3.000), abrazos arropados con una visión panteísta del mundo, donde Dios lo mismo cabe en un río que en las greñas hirsutas y ralas de Jack Nicholson.

Mata redujo Amritanandamayi, su kilométrico apellido, a Amma, un nombre de batalla sugerente para una mujer que abraza, con el inconveniente de que la lengua que utiliza para comunicar su panteísmo personal es el inglés y amma en inglés no es amar con eme doble sino una palabra sin significado, cuya pieza fonética más cercana sería ammo que quiere decir, en un inglés muy coloquial, munición. Miren ustedes la precisión matemática de las lenguas, no es casualidad que esta santa utilice como munición sus abrazos y así demuestre que amma. Todo esto lo iba yo explicando hasta que uno de mis hijos hizo una observación impertinente: "¿Y si lo que hay en el centro es un minotauro que quiere ammarte con eme doble?". Pasé por alto esa provocación y sugerí que nos concentráramos en el camino porque llevábamos ya demasiados minutos dando vueltas y mi hilo de Ariadna era ya una araña. De pronto en una vuelta, inopinadamente, llegamos al centro y descubrimos que lo que ahí había era una fuente con una representación de Eros. Tratábamos de interpretar la obra cuando me fue arrebatado el batiburillo de Ariadna que traía en la mano; se lo llevó de un tirón el señor que deambulaba por ahí desde el jueves, se enredó con el hilo y se lo llevó entre los pies, dejándonos sin ruta de regreso y a mí sin esa pieza práctica de la mitología que era el ovillo.

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