Una calle prohibida y ¡colapsada!

Señor Gallardón: me parece estupendo que usted haya decidido sacar aparatos de última generación para controlar la velocidad de los vehículos en las calles estrechas. Me parece tan estupendo que le pido que empiece por la mía, San Ignacio de Loyola, a las traseras de Gran Vía, una calle estrecha, en cuesta (no vea los tubos de escape) y ¡prohibida!

Le pido que observe cómo cada mañana, durante 365 días al año, medio Madrid circula con sus coches por una calle reservada a emergencias, mientras los vecinos nos tragamos las partículas en suspensión, si es que nos atrevemos a abrir las ventanas.

Y también puede darse un paseo los días que se prohíbe el tráfico en la Gran Vía: todos los coches desviados por la policía, allí presente, se meten por una calle prohibida sin que ninguno de sus agentes mueva un músculo. En esa calle, le aseguro, no hacen falta velociaparatos, sino que se aplique la ley que ustedes mismos han puesto: esa calle está prohibida. Alguna ambulancia ha tenido problemas una de esas mañanas por el tapón de los coches (con sus bocinazos). A la luz del día y de la policía. Empiece por ahí, se lo ruego.