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Columna
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El túnel de la risa

El túnel de la risa era una atracción de feria muy conocida que consistía en un cilindro de poco más de dos metros de diámetro y cuatro de longitud que, acolchado por dentro, giraba como tambores de una lavadora. La gente se introducía en su interior y daba tropezones ante el alborozo del feriante, que solía ganar más dinero con las monedas que se caían de los bolsillos de la clientela que con la entrada. Durante la Segunda República, el ministro Indalecio Prieto decidió acometer las obras de un túnel para conectar las dos grandes estaciones ferroviarias de la capital de España, Atocha y Chamartín. La obra fue muy criticada por la prensa de derechas, que decidió llamarlo como la atracción de feria: el túnel de la risa.

En Málaga, al ayuntamiento popular también le pareció una chufla el primer proyecto de metro que ideó la Junta. Con razón, defendió la necesidad de acometer una actuación más ambiciosa, convirtiendo la propuesta original en un suburbano con cuatro líneas que conectará la ciudad de este a oeste. A partir de ese día, sin embargo, el alcalde decidió meter a los ciudadanos en el túnel de la risa y los puso a girar en el tambor de la polémica política. Como el feriante, De la Torre debió pensar que era más rentable el rédito electoral que obtenía con esta polémica que el beneficio de la propia obra. Por eso al tambor de la lavadora le fue echando tuneladoras, intercambiadores, muros pantallas, informes de tráfico, asociaciones de vecinos, y hasta una amenaza de paralización. Y así hemos estado un año: la Junta ninguneando al alcalde y con ello dándole cuerda a la lavadora; y el alcalde utilizando como detergente un problema para cada solución que daba la Junta.

Ahora ha aparecido la luz electoral al final del túnel. Ha sido gracias a Manuel Melis, catedrático de Ingeniería. Estuvo en Málaga cuatro días e hizo un único informe, pero es tal su sabiduría en túneles que casi entierra la polémica del metro con apenas veinte folios de dictamen. Ni los técnicos de la Junta, ni los del Ayuntamiento, el que sabe de metros es Manuel Melis, que ha llegado a convencer a De la Torre de que el suburbano con la tuneladora es más caro y menos seguro. Eso sí que ha sido un prodigio del catedrático. Y encima le ha ofrecido al alcalde una alternativa para que las obras finalicen antes de las elecciones. Vamos, que si Melis se queda otro día en Málaga, resuelve los problemas del tráfico y ordena la carretera de Cádiz en medio folio. ¿Será también Melis un especialista en planes del puerto, auditorios, o segundas rondas? ¿Alguien duda en ficharlo para Málaga como asesor municipal? ¿Se iba a notar un asesor más?

El túnel de la risa no fue sólo una atracción de feria. En un libro sobre la escuela en la dictadura, se relata que así se le llamó al pasillo que en algunos colegios hacían los alumnos, a instancias de determinados profesores, cuando un escolar llegaba tarde. Se colocaban en dos filas y el tardón tenía que cruzarlas recibiendo coscorrones de sus compañeros. A más de un responsable político habría que pasarlo por el túnel de la risa, colocándole a cada lado a los ciudadanos. Hasta que se hartaran de darle coscorrones. Tantas vueltas con los túneles del metro, empieza a provocar muy poca risa.

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