La autoexclusión del Partido Popular
SI LAS SEÑALES que apuntan hacia un final de la violencia terrorista en el País Vasco tienen alguna credibilidad es porque se dan una serie de factores que dejan a ETA sin perspectivas de futuro. Ha cambiado su situación: la presión judicial y policial sobre su entorno la ha debilitado enormemente. Ha cambiado el clima social en el País Vasco, donde se ha ido imponiendo la idea de que ETA está amortizada. Han cambiado las relaciones entre el Gobierno español y los partidos políticos vascos, porque el presidente Rodríguez Zapatero ha separado la acción policial de la acción política, sin que ello menguara lo más mínimo la eficacia de la acción de los cuerpos de seguridad. Ha cambiado el marco general: el impacto del terrorismo islamista en Occidente hace muy difícil para un grupo como ETA volver a matar. Se puede argumentar que un grupo clandestino cuando está poseído por la fuerza ya no es dueño de su estrategia porque es la violencia la que manda. Pero casi siempre hay un momento en que la supervivencia de los individuos que lo forman se impone al destino del grupo que la violencia marca. Y esto ocurre cuando ya ni los más fanatizados pueden creer que la violencia les permita alcanzar uno solo de sus objetivos. Es el punto en el que estamos.
Entre los actores que pueden decir con razón que su actuación ha sido decisiva para llegar a la esperanzadora situación actual está el PP. Es mérito de los Gobiernos de Aznar el acorralamiento policial de ETA, que después el PSOE ha continuado, y es mérito suyo también haber roto el mito de la imbatibilidad de la organización terrorista. Por eso resulta difícil de entender que el PP se autoexcluya del proceso en curso. No se comprende muy bien qué puede ganar con ello. La ciudadanía está deseosa de que esta página pase de una vez. El proceso será largo y complicado. Si el PP no acompaña al Gobierno en esta travesía, sin duda, todo será más difícil. Pero el PP no podrá evitar que la gente vea en su posición una voluntad obstruccionista, un deseo de que salga mal. Y algún día quizá el PP tenga que contestar a la pregunta: ¿quieren ustedes realmente que se acabe la violencia en Euskadi?
Efectivamente, puede haber razones ideológicas -de concepción del país y de estrategia- en la posición del PP. Hay bastante gente con influencia y poder que piensa -algunos más osados incluso lo dicen en público- que es mejor una ETA de baja intensidad que el fin de la violencia, porque a partir de aquí, en un futuro, el nacionalismo vasco podría plantear su programa de máximos que mientras los terroristas existan se tendrán que guardar. Dicho a lo bruto: valen más unos pocos muertos al año que un proceso de independencia de Euskadi. ¿Es esto lo que el PP nos está diciendo cuando dice que el Gobierno no está en un proceso de fin de la violencia, sino de rendición? ¿Es esto lo que los populares quieren decir cuando hablan de que no se puede conseguir la paz a cualquier precio? Si es así, estaría bien que el PP lo dijera con toda claridad. Y adquiriría sentido el argumento tramposo de presentar unos hipotéticos efectos futuros del fin de la violencia como una pieza de los acuerdos de paz. Dice el PP que con ETA no se acaba con una negociación, sino derrotándola. El PP debería tener en cuenta que si estamos hablando de fin de la violencia es porque ETA está derrotada, y en parte, gracias al PP. Pero para cerrar el proceso, procurando que desemboque en un marco de convivencia razonable, hay que afrontar algunas cuestiones que no se resuelven sólo policialmente.
Si el PP no clarifica sus razones, tendremos que quedarnos inevitablemente con la explicación psicológica. El PP desde el 14 de marzo está poseído por "la intoxicación del alma" a la que Max Scheller llamaba resentimiento. El resentimiento perturba la visión de la realidad porque impide reconocer cualquier valor o bondad en el otro, en este caso el PSOE, al que sólo se quiere ver destruido. Pero el resentimiento con el tiempo es también un mecanismo de autodestrucción. Quizá ésta sea la encrucijada en la que se encuentra el PP. Y quizá el proceso de paz -en el que su presencia es imprescindible- podría ser su oportunidad de salir del pantano del resentimiento. De lo contrario, siempre quedará la duda sobre si, además de no ayudar, obstruyó.
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