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Columna
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Terrorismo, víctimas y despropósitos

Bastante feo. A pesar de que una no nació ayer, y que sabe que la política no siempre se lleva bien con la estética -¡imagínense con la ética!-, hay espectáculos que contienen un plus de bochorno, como si hubieran superado los amplios límites de que goza la decencia política. Cuando ello ocurre, ese espectáculo se convierte en un arma arrojadiza que rompe valores y quiebra esperanzas. El sentido común diría que hay asuntos sobre los cuales una sociedad no se enfrenta, que no forman parte del mercadeo político, que están más allá de la pelea en la arena, porque están sometidos a la protección especial que merece lo valioso frágil. Lo pregunto por preguntar, pero permítanme: ¿los países serios juegan con el terrorismo?, ¿se lo lanzan parlamentariamente por la cabeza como si fuera uno más de los muchos ping-pong de la dialéctica partidista?, ¿escenifican esa pelea para regocijo de nuestro lado siniestro? No me lo parece, y si fuera el caso, me parecería tan deplorable como me lo parece aquí. Lo cierto es que llevamos mucho tiempo viviendo, con más o menos intensidad, una pelea política que juega con muertos, con dolor, con memoria trágica y con esa lacra que a todos nos atañe. Y en esa pelea política no crean que solamente los políticos han estado a una bajísima altura. Algunos ciudadanos de a pie, con su trágica mochila de familiares de víctimas a las espaldas, tampoco se han situado a la altura moral que correspondería. Lo digo con dolor, pero lo digo: tener un familiar muerto en un atentado terrorista no es garantía de nada, tampoco de comportamiento moral. Demasiado ruido sobre las víctimas, demasiado ruido usando el nombre de las víctimas en vano, demasiado ruido alterando el silencio de las víctimas. El PP por un lado, llevando su todo o nada al absurdo, y jugando sucio con un problema delicado que exigiría más categoría política y mucha menos zafiedad. Por otro, el PSOE, tan acelerado en sus prisas por mostrar éxitos inmediatos, que ha hablado antes de tiempo y antes de prudencia. Y en medio, algunas asociaciones de víctimas que pretenden que su dolor se convierta en acción política, y la usan con más frivolidad de la que sería deseable. Por atreverme, me atrevo con otra expresión dura, y también lo hago dejando piel emotiva: la política de los vivos no puede ser dictada por los muertos. A las víctimas hay que llorarlas, mimar su recuerdo, intentar crear una sociedad en la que su ausencia no sea multiplicada por otras ausencias, hay que trabajar hasta el límite los caminos de la ley y la paz. Pero las víctimas ya no tienen voz, y quien quiera hablar en su nombre, incluso siendo el hermano, el padre, el hijo, que mida bien sus palabras. El dolor es tanto que es dolor. Pero sólo es dolor. No es un ideario político.

Sí. Creo que alguna asociación ha jugado con el dolor. Creo que lo ha convertido en un instrumento de desgaste y, por el camino de reclamar sus lícitos derechos, ha transformado una asociación en una plataforma de oposición. Sí. Creo que el PP lo sabe, lo fomenta y lo usa. Creo que la gente que se deja usar sabe que se está abusando del dolor, y creo que se siente más motivada, hoy por hoy, a ejercer la oposición que ejerce, que a la tutela de la memoria. Y creo que todo ello es deplorable y muy triste. El espectáculo de una cincuentena de personas, presumiblemente familiares de víctimas, levantándose cuando Gregorio Peces Barba entró en el congreso de Valencia es un ejemplo notorio de lo que intento expresar. Expresar y denunciar. Ya sé que estar a la altura de cualquier patrimonio simbólico no resulta nada fácil. Si ese patrimonio contiene, además, recuerdos, sentimientos, vidas truncadas, esperanzas quebradas, aún resulta mucho más difícil preservarlo. Sin embargo, esa difícil exigencia es la única exigencia real que se le puede pedir a un familiar: que preserve el patrimonio del dolor, libre de contaminación política y de suciedad retórica, y no todos lo están haciendo. Dicen que estamos a las puertas del fin de ETA. La verdad es que preferiría que me lo dijeran menos. No creo que el exceso de exposición pública sobre tan delicada cuestión genere otros réditos que los electorales, pero genera también una tensión innecesaria difícil de comprender. Si estamos cerca, pongan ustedes, los interlocutores, más prudencia de la que nunca tuvieron, más tacto del que se sospecharon, sean gente extremadamente sutil en sus palabras; porque sólo le falta, a tamaño reto, el ruido de tambores. Sin embargo, como dicen que estamos a las puertas, y lo dice un partido mientras el otro se parapeta en el búnker del no pasarán, los distintos sectores mueven sus piezas, las tertulias hierven y la concatenación de despropósitos llega al excelso estadio del paroxismo. ¿Qué puñetas estamos haciendo todos? ¿Qué hacen ustedes, familiares de víctimas, convirtiendo su dolor en una herramienta política?; ¿qué hace usted, señor Rajoy, usando el terrorismo para hacer oposición?; ¿qué hace usted, señor Zapatero, acelerando sus ruedas de prensa con indisimulada prisa política? Ante retos de esta delicada naturaleza, la falta de sentido de la prudencia se convierte en una irresponsabilidad, y el uso maniqueo del problema se convierte en una forma de inmoralidad. Lo es todo, menos edificante.

Esperemos que sea cierto y que estemos a las puertas del fin. Si es así, algunos amigos que dejamos absurdamente por el camino, víctimas de la irracionalidad y la maldad, podrán descansar en paz en nuestra memoria. No sé si ellos descansarán en paz, porque me llevo mal con la inmortalidad, pero descansaremos mejor los que los amamos. Que así sea. Que a pesar de las prisas de unos, las obcecaciones de otros y el uso perverso que algunos hacen del dolor, que a pesar de todo sea cierto. Que sea cierto que los gudaris del miedo han dejado de matar para siempre.

www.pilarrahola.com

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