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Columna
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Irak, difícil pero no imposible

La frase no proviene precisamente de un partidario de Bush. La pronunció hace poco en Irak el ex candidato presidencial demócrata John Kerry durante una reciente visita a la localidad de Hilla, junto a la antigua Babilonia. Hilla alberga la sede de uno de los equipos de reconstrucción (PRT's en sus siglas inglesas) que el Ejército de EE UU ha instalado en toda la geografía iraquí, en un intento de acelerar al máximo la reconstrucción del país como paso previo a una reducción de su presencia militar. "La situación está plagada de dificultades, pero no es imposible [superarla]", fue la conclusión de Kerry después de ver sobre el terreno los trabajos del equipo local. Es una táctica paralela a la seguida en Afganistán: primero, asegurar el control militar de una zona y, después, replegarse a los cuarteles y dejar el trabajo de reconstrucción a grupos mixtos de ingenieros militares y civiles, bajo la protección del Ejército y la policía iraquíes.

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¿Servirá de algo esta nueva estrategia para conseguir un mínimo de estabilidad en Irak? Todo depende de dos factores: la continuidad de la ayuda estadounidense para la reconstrucción del país -21.000 millones de dólares que se agotarán a finales de agosto si el Congreso no aprueba una nueva partida-, y la formación de un Gobierno de unidad nacional. El pasado 15 de diciembre, Irak eligió el primer Parlamento democrático de su historia: 275 diputados en representación de chiíes, kurdos y, a pesar del terrorismo y la insurgencia, también suníes. Los resultados calcaron casi milimétricamente la proporción demográfica de esas comunidades. Los chiíes (60% de la población) obtuvieron 128 escaños, los kurdos (20%) 53 y los suníes (20%) 55. Sin embargo, kurdos y chiíes se quedaron a tres escaños de la mayoría de dos tercios necesaria para repetir su actual coalición en el Gobierno provisional. Una coalición que, sin la incorporación de suníes, estaría condenada al más absoluto de los fracasos y que es rechazada tanto por el presidente provisional, el kurdo Yalal Talabani, como por EE UU, cuyo embajador, Zalmay Jalilzad, un suní nacido en Afganistán, ha dejado claro que Washington sólo apoyará un Gobierno de unidad nacional.

La formación de ese Gobierno es la tarea titánica que le espera durante los próximos dos meses al primer ministro, Ibrahim al Yafari, elegido el pasado domingo por la chií Alianza Unida Iraquí (AUI) para encabezar el futuro Gobierno, gracias al apoyo de última hora del clérigo radical chií Múqtada al Sáder. Para muchos, la cuadratura del círculo es más fácil que satisfacer los intereses antagónicos de los diversos grupos políticos iraquíes. Se parte en este análisis de premisas permanentes, olvidando que la situación en Irak, como en todo el Próximo y Medio Oriente, cambia a velocidades supersónicas. Los suníes pueden seguir considerándose la élite del país, pero saben que nunca recuperarán el monopolio de poder que tuvieron, no sólo durante el régimen de Sadam Husein, sino durante el dominio otomano y la monarquía hachemí. Los kurdos son conscientes de que un Kurdistán independiente es inviable. Los chiíes pueden estar unidos en este momento histórico, en que unas elecciones democráticas les han dado el reconocimiento político que les fue negado durante décadas de persecución y ostracismo. Pero, si se observa con atención la composición de los grupos acogidos al paraguas de la AUI, se llegará a la conclusión de que esa unidad puede saltar por los aires en el momento más inesperado. Y lo que es más importante. Los últimos ataques indiscriminados a grupos suníes por las huestes de Al Zarqaui están produciendo un alejamiento cada vez más notorio entre terrorismo e insurgencia. Ésta se verá debilitada si la población suní se ve representada en el Parlamento y en el Gobierno. Ya lo decía Kerry, la situación es difícil, pero no imposible. Lo sangrante es que esta situación de tenue esperanza se podría haber producido hace dos años si el Pentágono y la Casa Blanca hubieran diseñado una estrategia posinvasión.

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