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Los límites de la política de signos

Joan Subirats

Asistimos a un proceso de popularidad internacional del presidente Zapatero difícil de imaginar dos años atrás. A punto de atravesar el ecuador de la legislatura, Zapatero y su "talante" están influenciando notablemente a opciones de centro izquierda de todo el mundo. En Italia, tras el acuerdo alcanzado por Romano Prodi y su gran coalición antiberlusconiana, no cesan las referencias al líder socialista español. El filme de Sabina Guzzanti ¡Viva Zapatero! trataba, sin un solo plano del político español, de situarlo como contrareferente de la coalición conservadora mediático-empresarial que encabeza Berlusconi. Se publican libros sobre su política y son constantes las referencias al ideario simbólico que Zapatero ha desplegado: pacifismo, interculturalismo, laicismo, gran énfasis en medidas relacionadas con las libertades personales, ruptura del silencio sobre la memoria histórica y claras referencias a las tradiciones republicanas de su familia. Michelle Bachelet, recién elegida en Chile, no ocultó su voluntad de conectar con lo que representa Zapatero y su universo cultural e ideológico. En México, instalados ya en plena campaña electoral, el que fue alcalde del distrito federal y líder del Partido de la Revolución Democrática, Andrés Manuel López Obrador, no deja de recrear en sus discursos la lógica política de Zapatero, en ese bien cuidado equilibrio entre radicalismo de valores y derechos, independencia en las relaciones exteriores y moderación más que notable en el campo socioeconómico. La receta zapaterista encuentra así espacios en una izquierda socialdemócrata bienpensante que oscila entre las dudas que plantea el excesivo fervor liberal y securitario de Blair, y los recelos que genera el eje Morales-Chávez.

Es precisamente esa cada vez más evidente contradicción entre el radicalismo ideológico en los temas éticos y de estilos de vida de Zapatero, y su exquisito respeto por mantenerse en la ortodoxia económica que marca la mundialización económica, la que puede provocarle problemas en esta segunda parte de su mandato. No parece que deba pasar mucho tiempo para que el ruido que llega desde abajo en forma de una inmensa mayoría de jóvenes en precario, unas enormes dificultades para encontrar vivienda y la difícil supervivencia mes a mes de muchas personas, empiece a dejarse oír y a pasarle factura. De momento, cuenta con un inesperado aliado que le permite situar la agenda política y mediática en otro escenario. En efecto, la histérica algarabía que ha provocado el Partido Popular en torno a la reordenación territorial del país, a los intentos de pacificación de Euskadi o enarbolando las banderas más conservadoras de la jerarquía católica, está permitiendo que el foco de la atención social y política no se sitúe en los temas económicos y sociales de carácter más estructural. En la agenda de las políticas públicas no aparecen temas cruciales para millones de personas en España: precariedad y siniestralidad laboral, vivienda y dificultad para atender adecuadamente a niños, ancianos e inmigrantes. Temas sobre los cuales apenas si se tienen respuestas, ya que en muchos casos exigirían salir de la lógica de efervescencia mercantil y del "sálvese quien pueda" en el que estamos sumidos.

Zapatero practica, pues, con maestría la moderna política de signos. Se trata de lanzar mensajes, de generar imágenes, de trazar sonrisas y realizar gestos. Parecería que es más importante intervenir en la imaginación colectiva, en el campo simbólico, que preocuparse por cambiar, transformar y mejorar las condiciones de vida de la gente, admitiendo quizá que en ese terreno las posibilidades se han ido restringiendo debido a los notables condicionantes de la ortodoxia económica dominante. Las rentas del capital no dejan de crecer con cifras de beneficio extraordinariamente positivas, mientras que las rentas del trabajo apenas si logran recuperar el poder adquisitivo en una espiral de precios que cada día aprieta un poco más. Sólo hace falta fijarse en lo significativa que resulta la proliferación inaudita de ofertas de pequeño crédito instantáneo a tasas de interés que rozan la usura. No quiero decir con esto que no sea relevante el avanzar en mejorar la incardinación de la diversidad nacional y territorial de España o acabar de una vez con la violencia en Euskadi, pero lo cierto es que esa otra realidad, la de aquellos a los que les cuesta cada vez más vivir su ciudadanía de forma completa, puede hacerse cada vez más presente en el escenario político. Y es en ese campo en el que la política de signos presenta límites claros y concretos.

En México, se está desarrollando la otra campaña, la que protagoniza la contradictoria figura del subcomandante Marcos, visitando comunidad tras comunidad, en largas sesiones de debate y diálogo con los sectores más necesitados del país. Hace unos días, en un pequeño pueblo del valle de Tehuacán, cerca de Puebla, un millar largo de mixtecos le oyeron decir refiriéndose a la campaña electoral convencional: "Si volteamos para arriba escuchamos mucho ruido, se hablan entre ellos, se gritan, para abajo nos avientan promesas, mentiras que ya conocemos. Aparecen diferentes rostros, diferentes nombres, y sabemos cada quien en su corazón que son lo mismo. Y si seguimos mirando para arriba, seguimos sintiendo que estamos solos o solas. Y cuando volteamos para abajo, vemos nuestra mesa vacía, vemos nuestra casa sin servicios, vemos como un raquítico sueldo se va en pagar el drenaje que no funciona, el agua que llega sucia y la luz que sale muy cara". También él practica una política de signos, trata de generar sus espacios en los medios y en la red. Pero sus mensajes parecen hablar de otras realidades y de otras necesidades, tratando de abrir brechas aunque sea de manera aún contradictoria y confusa. Empezamos la cuenta hacia atrás que nos llevará a España a nuevos procesos electorales en 2007 y 2008. Esperemos que el inevitable uso de signos, símbolos y mensajes que caracteriza la dinámica política contemporánea no nos evite tratar de encauzar problemas de fondo de la ciudadanía, con su evidente carga de conflictividad y, por tanto, de creatividad social y colectiva.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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