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Columna
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Mahoma y el vídeo

En las últimas semanas, unas caricaturas de Mahoma han conmocionado a amplios sectores islámicos, y han levantado una acalorada polémica acerca de la libertad de expresión y el respeto a las creencias religiosas. Conciliar ambos principios no resulta fácil. Pero si cada cual puede pronunciarse sobre una materia, por medio de la palabra o el dibujo, en un plaza pública o en las páginas de un periódico, también es lícita la manifestación como réplica personal o colectiva, siempre y cuando ni de un lado ni del otro se recurra o a la provocación o a la amenaza. Fe y razón suelen resolverse en abstracciones. Más infames, dolorosas y palpables son las imágenes del vídeo publicadas en las ediciones impresa y electrónica del dominical sensacionalista News of the World: la secuencia de un atentado brutal y espeluznante contra los derechos humanos, contra la dignidad y la integridad de la persona y contra la vida misma. Un grupo de soldados británicos golpea salvajemente a cuatro adolescentes iraquíes, en algún lugar del sur de aquel país ocupado de manera ilegal, con el mayor desprecio a las resoluciones de las Naciones Unidas y, lo que aún es más perverso, a la soberanía e independencia de un pueblo. Según parece, el vídeo se grabó hace dos años, por el cabo al mando de un grupo de verdugos uniformados. Un cabo sádico e irracional del que se escuchan sus jadeos, sus viscosas carcajadas y las incitaciones a la violencia que les dirige a sus perros de guerra, para que martiricen y vejen a los cuatro muchachos, sin atender a sus súplicas, por el solo delito de arrojar piedras a los invasores de su tierra. Ni el Gobierno ni el Ministerio de Defensa británicos parecen tener dudas acerca de la autenticidad del vídeo, aunque se han apresurado a declarar que se trata de un hecho aislado, que no empaña el prestigio del ejército. Pero, ¿se han preguntado cuántos vídeos más pueden aparecer? Un vídeo que denigra al alto mando y a Blair. Y que arroja más inmundicias sobre aquel fatal trío de las Azores: un monumento erigido, con las heces del planeta, a la memoria de un poder ruin y merdellón.

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