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Columna
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Carles Santos

En julio de 1990 descubrí Berlín de la mano de Carles Santos. Fue una suerte que no esperaba. Carles había sido becario en la ciudad unos años antes, y conocía muy bien Berlín Occidental, lo mismo que el vetusto y bello Berlín Este. En aquel verano la ciudad era un caos pacífico. Un prodigio de orden en medio de una gran excitación política. El muro había caído, pero estaba allí, todavía casi entero. Las dos Alemanias eran casi una, pero aún no. Y los soldados rusos de la Puerta de Brandemburgo se habían convertido en una cómica banda de ninots de carne y hueso. Las fronteras existían nominalmente, mas no en la práctica, y a quienes menos les importaba eso era a unos turcos que vendían gorros y chatarras del ejército soviético en un enorme y delirante top-manta militar. Recuerdo que alquilé un pico a un gitano húngaro y que trabajé duramente para cosechar unos pocos cascotes que aún guardo como oro en paño en una caja de colores. Luego nos fuimos a ver los grandes museos del Berlín comunista, cuyos vestíbulos parecían almacenes antiguos, destartalados y vacíos.

Recorrimos el Check Point Charlie y las calles más famosas del Berlín histórico, que era el comunista. Vimos ruinas por todas partes, y observamos a aquellos humildes alemanes orientales, con sus coches de juguete y sus ropas pobretonas. Al atardecer nos volvimos a Hamburgo, entre praderas ensombrecidas por estrepitosas humaredas. Y llegamos de noche a la ciudad hanseática, la patria de Brahms, donde Carles Santos había triunfado en la víspera con su luminoso espectáculo Tramuntana Tremens. Dos mil germanos del norte, gente fría, habían aplaudido entusiasmados aquella ópera libérrima creada por el músico de Vinaròs. Nunca una producción pública valenciana había logrado un triunfo así.

En estos días ha actuado en Dénia Carles Santos, ese gran pianista clásico doblado de compositor libertario, pura imaginación y riesgo unida a una sencillez y una bondad natural manifiestas. Bien que las recuerdo, y eso que no volví a verle desde aquel cálido verano berlinés.

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