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Columna
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Intolerancia, cero

La cosa se reanudó con la reacción integrista ante unas caricaturas del tratante de camellos que devino profeta. Las consecuencias están a la vista y al oído por las minuciosas noticias que nos llegan de todas partes, porque resulta asombroso el eficaz uso que algunos hacen de los inventos de Graham Bell, Marconi, Bill Gates y otros. Esas guerras santas, que tantas similitudes ofrecen con las grandes rebajas comerciales, se producen periódicamente, con o sin pretextos válidos, y robustecen la influencia de unos ideales y formas de vida que, sorprendentemente, apenas han cambiado desde hace 1.300 años. Las diferencias son puramente externas y adjetivas; el puño que engarfió las riendas del corcel al galope, muestra hoy un rolex de oro y el caballo se ha convertido en un pegaso a reacción.

No es nuevo el fenómeno de fondo, ni hay que buscarlo en el enfrentamiento de civilizaciones o en este tiberio, cuyo tono ascendente debe preocupar a quienes tienen por oficio preocuparse por los demás.

Hace unos ocho años, se organizó un pequeño barullo que tuvo entretenida a la opinión pública madrileña durante unas semanas. Un profesor de Universidad tuvo la mala ocurrencia de sostener ciertas apreciaciones personales, acerca de las igualdades o diferencias intersexuales y entre las razas. La tesis fue vertida en un libro que tuvo como auditorio inmediato a sus alumnos, unas decenas de individuos, quizá la breve reseña en alguna revista académica o en la sección de "libros recibidos" de un suplemento literario. Ni siquiera recuerdo, con exactitud, cuál era la materia vulnerada, pero el autor tuvo la suerte -buena o mala, deseable en el fondo- de que se hablara de su creación, que sin duda promovió ventas inesperadas o, al menos, fuera leída. Para colocarse en contra de algo no es preciso saber de qué se trata.

El escándalo fue mayúsculo y se desperezó el antirracismo, atizando la candela contra aquellas opiniones, discutibles sin duda, en otros o los mismos foros intelectuales, pero la ocasión se ofreció prometedora y sobre sus despojos se abatió un ejército enfurecido en defensa de la ortodoxia no bien definida. Se hizo lo normal en estas circunstancias: organizar comités, manifestaciones, campañas exigiendo la cabeza del infeliz catedrático o, en su defecto, la defenestración, la expulsión de su puesto y la muerte civil.

Las malhadadas caricaturas danesas han dado lugar a una explosión -de efectos retardados- de xenofobia islamista. Cuesta trabajo creer que las hayan visto esas iracundas multitudes que incendian consulados, ocasionan muertos y heridos, queman banderas -entre ellas, la nuestra- dado el subterráneo nivel de lectura de las masas que parecen disfrutar con el grito y la destrucción. Agitan, enfebrecidos, ejemplares del Corán, muy manejable, por otra parte, exigiendo la muerte de todos los daneses, todos los dibujantes, periodistas y, por el mismo precio, la de todos los infieles, entre los que tenemos el dudoso gusto de encontrarnos.

Por muy condescendientes que seamos, parece claro que los violentos son ellos, amparados por una general impunidad, y promiscuidad, aceptando la presencia femenina y sus inimitables dotes para ulular chasqueando la lengua, lo que espolea, sin duda, la irritabilidad masculina. La saña callejera no salpica, por ahora, las calles madrileñas, ni recorre las fronteras de los barrios de Salamanca y Chamberí, donde se encuentra la mayor parte de las embajadas, pero todo es que encuentren el camino de las más desguarnecidas.

Por ahora, entre nosotros, la ofensiva contra las sedes diplomáticas ofrecían un aire doméstico y contenido, que se evaporaba entre consignas, pareados y pancartas. Con el 11-M, tuvimos ración para rato y el escenario de la atrocidad fue meticulosamente escogido, acotándolo dentro de su sanguinaria magnitud. No hay puntada sin hilo, ni efecto sin causa, aunque esta última no sea comprensible. Esperemos que la parte que nos toque -estamos en la lista- sea de baja intensidad, pues carecemos de capacidad de respuesta.

Al escuchar, aplicado a cualquier forma de atentado contra la tranquilidad ciudadana, lo de tolerancia cero, la verdad, no sabemos bien lo que quiere decir.

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