Los últimos días de la reina
Una visita a la villa vallisoletana, famosa por sus antiguas ferias en toda Europa, donde testó y murió Isabel la Católica
El 26 de noviembre de 1504, a los 53 años, Isabel la Católica moría en Medina del Campo de no se sabe qué, unos cronistas dicen que de hidropesía, otros que de sífilis, esotros que de cáncer de matriz provocado por tanto cabalgar, aquél que de vasculitis y el de más allá que "de los cuchillos de dolor de las muertes del prínçipe don Juan e de la reina de Portugal, prinçesa de Castilla, sus fijos, que traspasaron su ánima e coraçón".
Perder a dos hijos (en 1497 y 1498) y ver cómo la heredera, Juana, se volvía loca, como su abuela, era, desde luego, para morirse de pena. El palacio donde expiró está en una esquina de la plaza Mayor de la Hispanidad y se llama Real Palacio Testamentario porque, un mes y medio antes del óbito, justo cuando se cumplía el 12º aniversario del descubrimiento de América, la reina dispuso en él sus últimas voluntades.
La plaza Mayor, inmensa y rodeada de soportales, escenario de los mercados del reino
En la actualidad es un museo interactivo, en el que se exhibe una copia virtual de aquel testamento donde Isabel dejaba como gobernador de Castilla a su marido Fernando hasta que el nieto Carlos -el futuro Carlos I- pudiese ocupar el trono, dando claramente por supuesto que Juana no tenía la cabeza para coronas. Al igual que Isabel lo dejó todo bien atado en la tierra, quiso dejarlo en el cielo, mandando en el mismo documento que se dijeran por su ánima unas pocas misas: 20.000. Alguna de ellas, con toda seguridad, debió de decirse en la vecina colegiata de San Antolín, un templo que en su fachada principal tiene un curioso balconcillo cubierto por un frontón, desde el que antiguamente los sacerdotes oficiaban a diario para los mercaderes que abarrotaban la plaza.
Todos sabían que los tratos, antes de esa misa, carecían de validez. Y es que el mercado de Medina era algo muy serio, casi sagrado. La Plaza Mayor, inmensa y rodeada de soportales, fue el escenario de las más importantes ferias del reino durante los siglos XV y XVI.
A ellas asistían mercaderes de toda Europa; comerciantes que, como recuerdan unas placas pegadas en el suelo, tenían asignados sus lugares: los buhoneros, los sastres, los especieros...
Tal era la Medina en que pasó sus últimos días Isabel, una villa pujante, de 20.000 habitantes, donde los palacios crecían como hongos. Palacios como el del Almirante, que se descubre saliendo de la plaza por la calle del mismo nombre y que perteneció a la familia Enríquez, tenedora del almirantazgo de Castilla.
Poco más adelante, en la antigua iglesia de San Martín, de espectacular artesonado mudéjar, está el museo de las Ferias, donde pueden verse las monedas acuñadas por los reyes castellanos, los juegos de pesas que se usaban en el siglo XVI o los postes de granito que señalaban el exacto lugar de la Plaza Mayor donde la tradición dice que se inventó (o, al menos, adoptó su forma definitiva) la letra de cambio.
Antes de su auge comercial, Medina ya era una plaza importante, como lo prueba el castillo que, desde el siglo XII, se alza en el cerro de la Mota, amilanando al más osado con su espeluznante torre del homenaje, de casi 40 metros de altura.
Es lástima que tan grande fortaleza y que tanto juego ha dado -fue archivo, arsenal artillero, cárcel de Estado y paradero de reyes- tenga una visita tan pobre: sólo se permite ver el patio de armas, una capilla con un tríptico hispanoflamenco y una sala con un mapa de Juan de la Cosa.
La ruina del comercio con Flandes y el traslado de la corte a Valladolid, reinando Felipe III, sumieron a Medina en una postración de la que no se recuperaría hasta casi tres siglos más tarde, con la construcción del ferrocarril. De esta época data el palacio de las Salinas, un balneario inaugurado en 1891 al sur de la villa, camino de Velascálvaro, que ofrece tratamientos con una de las aguas más mineralizadas del mundo y alojamiento en un edificio idéntico al palacio santanderino de la Magdalena, rodeado de césped, fuentes y pinos monumentales, en mitad de la reseca llanura cerealista.
La ruta de los castillos
- Cómo ir. Medina del Campo (Valladolid) dista 156 kilómetros de Madrid yendo por la A-6. Hay autobuses de la empresa Auto Res (tel.: 902 02 09 99), que salen de la Estación Sur (Méndez Álvaro).
- Visitas. Real Palacio Testamentario (tel.: 983 81 00 63; entrada, dos euros), museo de las Ferias (tel.: 983 83 75 27; entrada, dos euros) y castillo de la Mota (tel.: 983 80 10 24; entrada gratuita). Además, hay que ver la Plaza Mayor, la colegiata y el palacio de las Salinas, con su capilla del Milenio (tel.: 983 83 71 35; entrada, tres euros).
- Alrededores. Ruta de los castillos, visitando las fortalezas de la Mota, Coca, Cuéllar y Peñafiel. Desde Medina, son 102 kilómetros.
- Comer. Mónaco (tel.: 983 80 10 20): pastel de puerros y gambas, merluza langostada y rabo de toro estofado; precio medio (sin vino), 20 euros. Continental (tel.: 983 80 10 14): bacalao, escabeches de caza, ajo arriero, lechazo asado y cocido típico de Medina; 30 euros. Villa de Ferias (tel.: 983 80 27 00): restaurante del hotel homónimo, especializado en asados y pescados frescos; 30 euros.
- Dormir. Palacio de las Salinas (tel.: 983 80 44 50): elegante balneario decimonónico, rehabilitado a finales del siglo XX, a cuatro kilómetros de la villa; fin de semana de relajación con pensión completa, desde 240 euros por persona. La Posada del Pinar (Pozal de Gallinas; tel.: 983 48 10 04): 19 habitaciones en un pinar de 130 hectáreas, a siete kilómetros de Medina; doble, 95 euros. Villa de Ferias (tel.: 983 80 27 00): hotel céntrico con habitaciones de decoración clásica y todo tipo de comodidades; doble, 57 euros.
- Compras. Cerámica combinada con piezas de forja, en el taller de Carmen Ordóñez (Ronda de Gracia, 27). Productos gastronómicos de la tierra, en La Despensa de Castilla (Lope de Vega, 3).
- Más información. Oficina Municipal de Turismo (Plaza Mayor de la Hispanidad, 48; tel.: 983 81 13 57). Y en www.turismomedina.net.
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