La vuelta del realismo
La literatura rusa vive un periodo muy interesante caracterizado principalmente por el hecho de que el posmodernismo -la tendencia que dominaba en los últimos tiempos y cuyos cabezas de filas son Vladímir Sorokin (1955) y Víktor Pelevin (1960)- está en franca retirada. El realismo parece estar teniendo su revancha: Oleg Yermakov (1961), Alexéi Slapovski (1957), Oleg Pávlov (1970), Andréi Volos (1955) y una pléyade de nuevos escritores -Oleg Zayonchkovski (1959), Serguéi Shargunov (1980)- han reivindicado el protagonismo de esta tendencia, cuya muerte había sido anunciada.
Verdad es que siguen activos tanto Sorokin y Pelevin como Pável Peperstein (1966) o Dmitri Prígov (1940) -el gran poeta del conceptualismo ruso que últimamente escribe principalmente prosa-, pero lejos de poner en duda la tesis de que el posmodernismo está en retirada, más bien la confirma. La última novela de Sorokin, El camino de Bro, es inferior a la anterior, El Hielo, y ésta a La grasa azul, la que a su vez difícilmente puede compararse a sus mejores obras precedentes. Lo mismo se podría decir de las últimas novelas de Pelevin: Dialéctica del periodo transitorio o de ninguna parte a ninguna parte o El libro sagrado de la Mujer Zorro, lo que no impide que sus fans consideren genial cada nuevo libro suyo. Pero si estos escritores han perdido terreno en el plano literario, en el sociocultural siguen acaparando la atención de los medios de comunicación y de los rusos.
En la época soviética existía una literatura rusa a la que sus habitantes no tenían acceso: las obras de los emigrantes. Eso ha cambiado y ahora ellos participan en la vida literaria
El realismo actual ya no es el de
antes y muchos escritores que se enmarcan en esta tendencia utilizan "trucos" propios del posmodernismo: citas, guiños literarios, juegos con la historia, como también otros propios de la cultura de masas. Cabe destacar a Dmitri Bíkov (1967), popular poeta que publicó su primera novela -La justificación- en 2001, con un éxito inmediato. El uso de métodos posmodernistas es especialmente claro en la segunda, Ortografía -con personajes reales codificados, profusión de citas, ironía-, sobre la época inmediatamente posterior a la revolución bolchevique, y la tercera, El evacuador, un intento de comprender el fenómeno terrorista. La influencia del realismo mágico en una serie de escritores es clara, sobre todo la de García Márquez.
Los llamados proyectos están de moda en Rusia: en los negocios, en la esfera de los espectáculos y la publicidad, e incluso en la política y la literatura. En literatura el más famoso es el "proyecto Akunin", obra de un traductor, especialista en literatura japonesa y subdirector de la revista Literatura Extranjera: Gueorgui Chjartishvili (1956). Su novela Azazel (1998), bajo el seudónimo de Borís Akunin, fue un éxito inmediato. Y los lectores tardaron más de un año en enterarse de que Akunin, en realidad, es un escritor inventado por Chjartishvili para encarnar un proyecto que anunciaba sin tapujos: escribir una serie de novelas policiacas, una por cada subgénero. Así nace Fandorin, el héroe que nunca pierde en los juegos de azar y al que la muerte esquiva. Durante la travesía literaria de Akunin el proyecto se va ampliando y este escritor ficticio va cobrando cuerpo hasta tal punto que el año pasado apareció una obra conjunta de Borís Akunin y Gueorgui Chjartishvili: Cuentos de cementerios. Ahora Akunin se ha embarcado en otro proyecto: escribir una novela por cada género literario.
En la época soviética existía una literatura rusa a la que los habitantes de la antigua URSS no tenían acceso: las obras de los emigrantes. Es verdad que un reducido número de personas podía leer a aquellos escritores a través de ediciones extranjeras que había que ingresar clandestinamente o del samizdat, es decir, de copias a máquinas hechas y divulgadas por entusiastas. Esa diferencia desapareció y ahora no sólo se ha recuperado a decenas de escritores ya fallecidos, sino que los novelistas que hoy viven y escriben en el extranjero participan activamente en la vida literaria rusa. Vasili Axiónov (1932), que emigró en la época soviética y que continúa en Francia, ganó con Volterianos y volterianas el último Premio Booker. Alexandr Piatigorski (1928), que vive en el Reino Unido, ha ganado el Andréi Beli, y Mijaíl Shishkin (1961), aunque reside en Zúrich, es uno de los más importantes e influyentes novelistas de la Rusia actual. Con La toma de Izmaíl ganó el Booker hace seis años y su última obra, El cabello de Venus, acaba de obtener el Premio Bestseller Nacional 2005.
En la lista larga de los seleccionados para disputar este premio, el más importante de Rusia, hubo este año otros autores significativos, como Serguéi Nósov (1957), con Los grajos se fueron, las últimas novelas de los ya citados Bíkov, Pelevin, Slapovski, Volos y Zayonchkovski; María Ribakova (1973), el director del teatro Hermitage, Mijaíl Levitin (1945), y el violinista y novelista emigrado Leonid Girshóvich (1948). Y aunque es verdad que muchos escritores ya no dan sus obras primero a las revistas -como era tradición-, hay que constatar que la mayoría de las obras finalistas fueron publicadas primero en revistas literarias.
Entre los rasgos característi
cos de la literatura rusa cabe también señalar la existencia de lo que podríamos llamar literatura de ficción especializada, que en otros países se reduce a las novelas policiacas o de serie negra: sus autores, con raras excepciones, forman grupo aparte, que no es examinado cuando se habla de la literatura general de ese país. Pues bien, en Rusia, además de darse este fenómeno con las policiacas, se da también con las de ciencia-ficción y fantasía. En las primeras, las mujeres dominan indiscutiblemente y las listas de los más vendidos generalmente está compuesta por Alexandra Marínina, Daria Dontsova, Tatiana Poliakova y Polina Dashkova. Pero también hay decenas y decenas de escritores especializados en ciencia- ficción, género en el que existen varios premios rusos. Entre los mejores figuran Serguéi Lukiánenko, autor de Guardianes de la Noche, y Mijaíl Uspenski, por nombrar sólo a dos.
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