Hay otra Dinamarca
Como danés lamento ver mi bandera quemada. Lamento que la publicación de unos dibujos haya despertado la ira contra mi país. Y me duele que las protestas hayan costado vidas humanas. Pero sobre todo lamento la irresponsabilidad de Jyllands-Posten, que ha creado esta situación de callejón sin salida.
Aunque soy periodista e incluso ex corresponsal en España de Jyllands-Posten no comparto la opinión de su editor de cultura Flemming Rose, que envuelve la publicación de los dibujos en la bandera de la libertad de expresión.
Defiendo el derecho de poder expresarse libremente, pero la obligación de reflexionar y analizar las consecuencias antes de hacerlo.
Hay muchos daneses, que piensan como yo. Gente que a la vez defiende los derechos democráticos como la libertad de expresión y el respeto a las religiones. Gente que quiere vivir en paz con los demás, sean musulmanes, budistas, judíos... Gente que cree que hay que borrar los insultos y la intolerancia y fomentar el diálogo y la convivencia.
Seguramente Rose y los directores de Jyllands-Posten en sus peores pesadillas no podían imaginar las reacciones violentas, que han provocado los dibujos. No obstante, estaban avisados de antemano que los musulmanes lo tomarían como un insulto y una mofa a su religión. Pero decidieron hacerlo, y ahora todos los daneses y otros europeos lo estamos pagando.
Desde mi punto de vista y el de muchos otros ciudadanos daneses la publicación no tenía otro propósito que la provocación. Jyllands-Posten quería dar una lección a los musulmanes daneses: no vais a poner límites a mi libertad de expresión, no vais a condicionar lo que nosotros podamos publicar en nuestro propio país, tenemos el derecho de publicar estos dibujos aunque os sintáis ofendidos.
Es verdad que el primer ministro Rasmussen tiene su parte de culpa, porque debería haberse distanciado de los dibujos. Podría haberlo hecho y al mismo tiempo dejar claro que no podría actuar contra el periódico, porque hay libertad de expresión en Dinamarca. También es cierto que unos imanes en Dinamarca tienen gran parte de la culpa, porque se sintieron tan ofendidos que decidieron viajar al mundo árabe para despertar la ira. Si no lo hubieran hecho seguramente pocos musulmanes se hubieran dado cuenta de lo que publicaba un periódico en Dinamarca.
Pero el origen del conflicto está en un diario en Aarhus. Allí se decidió publicar unos dibujos, que insultaban a una religión entera, no tanto por el hecho de dibujar al profeta Mahoma -como Le Monde y EL PAÍS hizo con mucha más elegancia y sentido la semana pasada. Sino porque algunos de los dibujos -sobre todo uno mostrando el profeta con una bomba de turbante- tenía como mensaje que todos los musulmanes son posibles terroristas.
Y es ese mensaje de desprecio, de sospecha, de insulto, de provocación, el que yo y muchos daneses no compartimos.
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